Epílogo
El resto de ese primer semestre del 2019 sucedió tan rápido y pasaron tantas cosas que muchas de ellas eran ahora un recuerdo borroso en el que había entregado el diario de su amada abuela a su prima Rosie durante las vacaciones de primavera, y que así ella fuera la siguiente en leerlo; había tenido muchas llamadas video con Joaquín, quien había estado ahí para él en línea para ayudarlo a estudiar en sus ratos libres entre sus clases, proyectos y trabajo de medio tiempo, con el fin de que pudiera hacer todo el proceso de admisión al College of Education de la FAMU a tiempo y sin problemas; se había graduado de la preparatoria con notas excelentes y con la seguridad de que él y su mejor amiga ingresarían juntos a la universidad durante el verano para lo que no tardó demasiado en alistarse, ni en organizar lo necesario para trasladarse a Tallahassee.
Se quedaría en el mismo edificio de dormitorios que Joaquín, aunque él estaría en la segunda planta mientras su novio permanecería en la primera; y como él estaba en su último año de universidad, con ello venía un montón de cosas por hacer, como el internado que tendría que continuar en la empresa de uno de sus profesores o el proceso de graduación para el que faltaban muchos meses todavía. Decidió que sería el apoyo de Joaquín durante todo ese proceso, y se esforzaría en habituarse a la nueva rutina que tenía justo enfrente. Los primeros días se había sentido nervioso de conocer a Tanner y a sus hermanos, pero una vez que comenzaron a convivir se dio cuenta de que eran buenas personas y que habían estado cuidando de Joaquín desde que llegó a Florida; por lo que sabía que podía contar con ellos también.
El inicio de su vida universitaria no había representado algo demasiado estresante gracias a muchas cosas, y todavía podía seguir viéndolo como una aventura en la que no estaba solo. Como Ellie se había aventurado con él a estudiar lo mismo, solían verse de vez en cuando en las clases en que coincidían y a veces en pasillos, y cuando no era viable solían ponerse de acuerdo para tratar de estar lo más cerca posible; así, los domingos eran para pasear con ella y cenar juntos antes de volver cada quien a su propio dormitorio, e iniciar la semana con esa rutina a la que poco a poco estaba acostumbrándose.
Sería un curso escolar ajetreado para ambos de diferente manera, y para el próximo verano se encontrarían con lo que decidiría hacer Joaquín una vez graduado. Pensar en ello todavía le ponía ansioso, nervioso, temía preguntarle si ya sabía qué haría después de graduarse; al menos disfrutaría del tiempo que fueran capaces de estar juntos y a solas, sobre todo ahora que ya lo tenía a su alcance y que, como habían quedado, ya tenía 18 años.
Septiembre llegó con una rapidez que no vieron venir, Joaquín y Tanner iban a hacer su internado de lunes a viernes por las mañanas, y a partir de las 3 de la tarde tenían clases en el campus, por lo que cuando él terminaba sus clases a las 4:30 se quedaba en los alrededores esperándolo para volver juntos al edificio. Era viernes, y como buen fin de verano el clima lluvioso hacía que el aire se sintiera más denso por lo que decidió esperarlo cerca del edificio donde tomaba sus clases, así podía verlo al salir y acercarse para volver al dormitorio.
El compañero de dormitorio de Joaquín solía irse a casa de sus padres los viernes después de clases, por lo que les era posible quedarse juntos en el dormitorio de Joaquín; y aunque los últimos dos viernes su novio había estado agotado debido a su ajetreado horario de actividades, quería al menos cenar con él y poder acurrucarse en la misma cama que él y abrazarlo hasta quedarse dormido.
—¿Esperaste mucho tiempo? —lo escuchó preguntarle sacándolo de sus pensamientos.
—No tanto, la verdad perdí la noción del tiempo —reconoció sonriendo—. ¿Qué vamos a cenar?
—Mamá me envió queso manchego y tortillas de harina —le respondió tomándolo de la mano para salir del lugar donde lo había estado esperando—. A menos que prefieras comprar algo de camino…
—Debes estar cansado, yo me encargo de la cena si me dices qué hacer —sugirió—. En fin que tenemos la parrilla eléctrica…
—Por lo general la terminamos usando para calentar cualquier cosa cuando Steven está en el cuarto —le contó entre carcajadas—. A veces usa la parrilla para calentar agua en vez de usar el hervidor…
—Supongo que no es un tipo de actuar rígido —agregó entre risas—. Al menos si el hervidor deja de servirles, a él no se le cerrará el mundo para calentar agua…
Joaquín lo meditó un momento y comenzó a reír asintiendo y dándole la razón. Le gustaba esa rutina de caminar juntos de vuelta a los dormitorios, gustaba más de los viernes que Steven se iba y podían quedarse a solas los fines de semana, pero la sola oportunidad de charlar de forma relajada era más que suficiente para sentirse feliz.
Entraron al dormitorio y Joaquín tomó su ropa para ir al baño y darse un duchazo mientras él preparaba unas “quesadillas” siguiendo las instrucciones que el muchacho le había dado de camino. Fue más fácil de lo que había pensado mientras lo escuchó explicarle, y había podido probar el sabor de aquel queso desconocido para él, estaba encantado.
—¿Ya está la cena? —preguntó Joaquín con amplia sonrisa, asintió en respuesta entregándole un plato con 3 quesadillas—. Gracias…
—Este queso sabe delicioso —dijo sentándose al lado de Joaquín para comer mientras la televisión seguía sonando como ruido de fondo—. No lo había comido antes, me encantó…
—Sabía que sería así, por eso se lo pedí a mi mamá —le escuchó responder entre risas—. Ya tendrás oportunidad de probar muchas otras cosas más.
Sonrió tras escucharlo decir aquello, y no pudo evitar preguntar:
—¿Qué va a pasar cuando te gradúes?
Joaquín le miró de reojo y bajó su plato colocándolo sobre sus piernas para mirarlo.
Editado: 26.02.2023