Esta historia mayormente estará narrada en primera persona, en los dos primeros capítulo emplee el narrador omnisciente porque claramente los muertos no hablan.
Los muertos
La luz lunar se cuela por los ventanales del viejo rancho las cortinas de tussor se elevan por la brisa que logra infiltrarse y el olor a tierra mojada se impregna en toda la estancia.
Frente a un gran ventanal de madera y vidriera se encuentra aquella figura en forma humana, Black; alta y robusta que trae encima una túnica negra cubriendo por completa sus pies y cabeza. En el reflejo de la ventana se logra ver su mascara de hierro que oculta por completo su rostro.
Atrás de él camina aquella otra figura similar, pero más menuda y más baja. Se posiciona al costado de Black y de la túnica saca su blanco y pálido brazo, tan blanco como el papel y reposa la palma de la mano sobre el hombro de Black.
—No te pongas sentimental, este trabajo siempre será cruel, es nuestro castigo por pecadores —emitió con una voz ronca y dándole un toque burla a cada palabra.
Black pensó que jamás lograría escuchar algo tan estúpido, teniendo en cuenta que lo seres como él jamás podrían llegar a sentir absolutamente nada, mucho menos pena ni empatía por algún ser humano de ese planeta.
—Vincent, somos sujetos inexistentes por ende no tenemos emociones —respondió tangente la muerte—. Soy la muerte y la muerte no siente.
Vincent inclina la cabeza hacia un lado y emite una burla corta, pero termina asistiendo con la cabeza para darle la razón a su superior.
Los Ángeles de la muerte o también se conocen como arcángeles. Tienen la misión de acompañar las almas de los seres humanos al momento de fallecer.
Ellos también han sido seres humanos alguna vez, almas que al morir y ser juzgadas fueron condenadas por sus pecados cometidos en vida, obligándolas a servir a un ser superior como castigo para luego poder ser perdonadas y recibir la reencarnación. Puesto a que el castigo los llevará a detestar el pecado cometido con la resolución de no volver a pecar en sus próximas vidas.
Dependiendo de la gravedad del pecado durará su castigo, pueden durar años, décadas o hasta siglos pagado por algo que hicieron, pero que desconocen. Cuando sus almas llegan al Templo de Sombras los superiores se encargan de borrar todos aquellos recuerdos de sus vidas.
Aparte del ser superior, existen tres seres que personifican El nacimiento, La vida y La muerte, el tercero se encarga de conducir los fallecidos a los lugares donde pertenecen y este es el encargado de los arcángeles, tomando siempre el mando sobre todos los misioneros. Ese era Black el único que conocía al ser superior y el más temido dentro de los misioneros.
Black camina dejando a Vincent atrás, observa el lugar con cada detalle, parece ser una vieja casa que conservaba antigüedades como jarrones y cuadros de desnudos, por su apariencia parece estar deshabitada por varios años. Las antiguas poltronas están cubiertas por mantos blancos, sobre las mesas de madera reposa una gruesa capa de polvo y las flores de los jarrones están completamente marchitas.
—¡No quiero hacer más esto! —dijo exaltada una joven mujer que recién entra en el salón a la fuerza de un hombre mayor quien la toma fuerte del brazo y la arrastra hasta una de las poltronas y la lanza con violencia.
—No me digas —especta el hombre con rabia— Creo que ya es muy tarde para arrepentirte, no lo crees.
Black empuña el medallón de plata que cuelga alrededor de su cuello, el medallón se divide en dos siendo una parte un reloj de aguja y la otra parte una brújula. Este les permite saber la ubicación y la hora exacta de las almas que van a fallecer.
Ambas agujas de la brújula apuntaron a la mujer.
—Es ella
—También apunta a ella —le dice Vincent a Black.
La confusión no duró mucho ya que cuando la mujer se levantó y se puso de pie, al abrirse los pliegues de la gabardina logro verse un abdomen abultado.
Black suspiro con pesadez, las desgracias del mundo no podían sorprenderle en absoluto, pero no le gustaba llevarse un alma sin pecados, en el Templo de Sombras ese tipo de almas tenían mal augurio, pues traía mala suerte y caos al arcángel que la tomara para llevársela.
—Iré a la policía —amenazó la mujer con lágrimas en los ojos—. Eres un maldito monstruo, Tom.
El hombre se burla con ganas, enseñado aquellos dientes amarillos y esas arrugas de su rostro. Se acerca con pasos lentos a la mujer y sube su mano para agarrarle mentón clavando los dedos en sus blancas mejillas.
—No seas estúpida. ¿Qué crees que has estado haciendo todo este tiempo? Eres un maldito monstruo igual que yo. Eres consiente de lo que hiciste con esas personas, las cambiaste como si no valieran nada en este mundo, cambiaste sus vidas por un bienestar tuyo. Venderías hasta el alma de tu hermana al diablo por ti misma.
—¡No! —gritó.
—Eres una puta egoísta.
—No, yo sí me di cuenta del error que he comido y me arrepiento, pero tú no sientes ni la más mínima culpa de lo que estás haciendo y tampoco piensas detenerlo —solloza.
Las manos del hombre rodearon el cuello de la joven mujer privándola del oxígeno, pronto su cara comenzó a enrojecerse por completo y empezó a forcejear en un vano intento de quererse zafar. Ambos dieron un par de pasos hacia atrás para luego él soltarla y cayera de espaldas sobre la mesa de centro rompiendo el cristal en miles de pedazos esparcidos por toda la sala.
Ella se arrastra por el suelo colocando una de sus manos en modo de defensa y la otra cubriendo su abultado abdomen. No puede sopesar en su mente lo que está pasando, no le cabía en la cabeza que el hombre que había amado por meses y el padre de la criatura que llevaba en su vientre le estaba haciendo daño.
—Detente, detente —le suplicó con miedo de perder lo más hermoso que la había pasado en la vida, su bebé.