La fiesta de cumpleaños
Giselle.
"Todo lo que vemos o parecemos es solamente un sueño dentro de otro sueño".
El sonido de la alarma resuena en toda la habitación haciéndome sobresaltar en la cama, abro los ojos y veo la pared del techo de la habitación en medio de la penumbra. Me levanto de la cama para entrar en el cuarto de baño y ponerme en marcha.
Cuando salgo del baño una tenue luz solar empieza a entra por los ventanales y me alisto rápido entrando en el vestido blanco que llega a mitad de los muslos, encima una gabardina de lana blanca con botones celestes y unas sandalias de tacón princesa, el atuendo es acompañado con un bolso de mano color celeste y por último me pongo un poco de maquillaje.
Salgo de mi habitación miro la hora en mi celular para asegurarme de que salgo con tiempo, envío una respuesta por chat y cuando levanto mi cabeza para encontrarme con Alex profundamente dormido en las poltronas beige del salón de estar, tiene el celular en su pecho y en el reposta brazo ha hecho un charco de babas. «Maldito» le he dicho un millón de veces que no duerma en las poltronas porque es un sucio y luego le da flojera lavar.
Llego hasta él y levanto el pie para tocar sus costillas con la punta de mi tacón.
—Oye, ¡Oye! —levanto la voz para despertarlo.
—Mmm... sí, sí lo que tú quieras, muñeca —dice agitando la mano, mientras se acomoda en el mueble.
Me inclino y tomo su mandíbula.
—Soy yo, baboso.
Cuando abre los ojos y me mira se sobresalta, lleva sus manos a los ojos y las frota, para luego sentarse.
—Tú sí que sabes arruinar un buen sueño —se queja—. ¿Qué ocurre?
—¿Qué ocurre? Levanta tu feo trasero de las poltronas de mi abuela y las lavas, perdedor.
—Sí que te quejas, solo es una pequeña mancha, eso ni se nota.
Pongo mala cara al ver que ha dejado manchado todo el reposabrazos del mueble.
Pongo en duda si está en sus tres esferas mentales para recibir la siguiente información. Alex quita la mirada del sofá y me mira, me recorre de pies a cabeza y pregunta:
—¿Ya te vas?
—Sí, el señor Leonel quiere que me reúna con él, así que me citó en un lugar cerca del puerto logrando que los insumos serán liberados hoy —miro mi reloj en la muñeca de mi mano— Son las 7 am, te estaré informando, calcula bien el tiempo cuando el tracto camión este en la puerta, tardarán al menos unos 15 minutos en bajar la carga contrate mano de obra para agilizar el trabajo. Danae llega de turno a la ocho, mantenla a la vista.
—Danae te odiara cuando se entere.
—No se va a enterar, y si se entera tomaré el riesgo, pero nadie más puede enterarse de lo que pasa en ese laboratorio subterráneo, ¿Entendido?
—Ok. ¿segura que quieres ir sola? —preguntó de nuevo.
—Sí —le respondo—. A las 07:30 es la primera dosis del día, por favor. Ah, y lava mi sofá, idiota, que cuando llegue que huela flores —advierto apuntándolo con el dedo.
Vuelve a mirar el charco de babas que ha hecho en el sofá blanco y asiente con la cabeza, levantando el pulgar.
No digo más y me dirijo al garaje donde yace mi segundo bebé más preciado, el Mercedes Benz clase G 63 color negro.
—Estás listo, bebé —digo pegándole al capo de la camioneta.
Entro en el asiento del conductor, tomando el volante, enciendo el motor y abro las puertas del garaje para sacar la camioneta. Después de unos minutos me encuentro por las calles de Halton Hills rumbo al puerto de Toronto.
En la siguiente hora, solo conduzco por las carreteras viendo el amanecer, árboles y autos que se desplazan de allá para acá. Llego a mi destino y estaciono el coche en el parking de la cafetería que me indicó el comerciante.
Me bajo de la camioneta, entro en busca de la mesa número catorce y en ella se encuentra el hombre, me acerco y él se levanta de inmediato para recibirme.
—¿Señorita Wester? —asiento con la cabeza— Hola, soy Leonel Durant —saluda y estrecha mi mano.
—Señor Durant —Pronuncio su apellido a modo de saludo.
Aparta la silla dándome paso indicando que me siente frente a él, me siento y agradezco.
Miro a mi alrededor y no hay más que camioneros que hacen su parada para desayunar aun estando de madrugada, algunos acompañan su desayuno con café, mientras que otros con cervezas.
—Nunca la había visto en persona, es usted una mujer hermosa, han de decírselo muy seguido —habla el caballero.
—Demasiado. ¿A qué hora llegará mi carga? —pregunto sin rodeos lo que me interesa y a lo que he venido a buscar.
—En media hora, mientras podemos conocernos, ¿no le parece? —dice en tono coqueto.
Ya no soporto los viejos perversos.
—No me parece. Yo no deseo conocerlo y tampoco deseo que me conozcan, menos si son personas con las que hago negocios. Una cosa no se mezcla con la otra. —digo manteniendo mi firmeza.
—Es muy profesional, Srta. Wester.
—Usted no mucho, Sr. Durant —di una media sonrisa para no dañar el ambiente ni la relación profesional que quiero mantener con el hombre que ha conseguido los elementos e insumos para el laboratorio durante varios años.
Lo necesito, no puedo negarlo, pero, aunque lo necesite demasiado, no voy a acostarme con ese viejo. Primero está mi dignidad, en segundo mi dignidad y en tercero mi dignidad. Estudié siete años para jamás humillarme de esa manera.
Después de media hora nos dirigimos hasta el puerto donde el señor Durant me hará entrega de la mercancía. Y por segunda vez cerramos el negocio y terminamos con un "Espero hacer negocios con usted luego". Instalan el contenedor al camión y salimos rumbo Halton Hill de nuevo.
Mi celular vibra tres veces avisándome las veces que han entrado en el laboratorio subterráneo.
En el camino hago una llamada a las personas que he contratado para descargar las cajas del camión, les aviso la hora de mi llegada al garaje para que estén ahí en la hora exacta, no me agrada las personas que incumplan el horario que he asignado, así que deben estar ahí sin falta y sin tardar ni un minuto demás.