Black

CAPÍTULO 11: Sabor a muerte.

Giselle

“No hay nada más tentador que lo desconocido, lo peligroso y lo profano”.

Estoy apretando con fuerza los ojos, evito abrirlos y darme un golpe con la realidad. Mis mejillas están mojadas, un sentimiento desconocido se apoderó de mí al punto de desgarrar mi alma en pequeños fragmentos; ¿dolor, frustración, ira? No sé qué es con exactitud, algo quizás inexplicable y totalmente incógnito, una situación inconclusa cuando se apartó y termina el beso dejando una sensación de vacío, una sensación de que falta algo.

Cuando estoy lo suficiente distante, mis ojos van directos a sus labios rojos e hinchados por el largo y jugoso beso, él sigue con los ojos cerrados y abarca una dura expresión en su rostro, frustrado, enojado, pero no soy la única que tiene las mejillas empapadas porque él también.

Abre los ojos de golpe y el café dorado choca con el azul de los míos, abro la boca para hablar, pero las palabras se quedan atascadas en la garganta, así que vuelvo a cerrarla. Luego de unos largos segundos lo único que logro emitir es un:

—Ya me voy.

Un nudo se hace en mi pecho impidiendo decir algo más, y él parece no querer pronunciar palabras y no quiero permanecer más en ese silencio incómodo.

Me doy la vuelta, bajo las escaleras y salgo corriendo alejándome de ese lugar y de él. Las gruesas gotas de la lluvia me golpean con fuerza la cara y me empapan completamente, aun así, no me detengo y sigo corriendo. Mi respiración empieza acelerarse, estoy agitada y una fuerte punzada se instala en mi pecho haciéndome detener el paso en medio del patio y de la lluvia, no fue una punzada como las anteriores que fueron instantáneas, esa se quedó ahí haciéndome retorcer de dolor, posteriormente sentí un zumbido continuo perforar los tímpanos.

Me encogí de hombros llevando ambas manos a mi pecho donde se había plantado la punzada, entreabrí la boca para emitir un quejido de dolor y caí de rodillas al pasto. Me es imposible pensar o hacer algo con tal dolor matándome, la vista se me nubla, se me dificulta ponerme de pie. Por un momento pensé que me iba a morir aquí mismo, que era mi final y le temo a eso.

—Janet.

Alguien pronunció mi primer nombre y tomó mi rostro en sus manos. Él se encuentra de rodillas frente a mí, su ropa se ha mojado y se ha pegado a su grande, duro y fuerte cuerpo, las hebras negras se pegan a los lados de su cara y uno que otro mechón goterea el piso.

Intenta cargarme, pero lo detengo, así que sin rendirse rodea mi mano por su cuello dejando que apoye todo el peso de mi cuerpo en él, me ayuda ponerme de pie y caminamos hacia las habitaciones. Por ratos veo totalmente negro y aprieto los ojos para no perder el conocimiento, no me lleva exactamente a mi habitación me lleva a la que comparten Danae y Vanya.

Toca como si fuera a tumbar la puerta y del otro lado se escucha la voz de Danae emitiendo unas cuatro groserías al mismo tiempo para luego abrir la puerta, apenas me ve abre los ojos y me sostiene.

—¿Qué pasó?

Es lo último que recuerdo para luego caer a un profundo sueño.

En la mañana me es difícil pararme de la cama, está haciendo un frío que da miedo, y el día se ve nublado y oscuro.

He despertado en la cama de Danae, aunque ella no se encuentra por ningún lado al igual que Vanya.

Perezosamente me arrastro por el suelo hasta el baño, el agua fría cala mis huesos y me activa. Me visto con el uniforme negro de antifluido, zapatos blancos, un suéter de lana y encima el plumífero con el logo Team Keynes.

Salgo de la habitación, el aire polar me hace encogerme en el lugar y temblar. Vaya clima. Voy hasta el restaurante, allí ya se encuentran todos tomando el desayuno, y como siempre soy yo la última. Me siento y el mesero toma mi orden que solo es un chocolate lo más hirviendo que pueda estar.

Le dedico una mirada a Elián que para mi sorpresa ya lo encuentro observándome y rápidamente quita la mirada de mí. Y miren nada más quién no lleva su típico estilo de ropa de velorio. Ya me estaba acostumbrando un poco. Hoy lleva una camisa blanca de botones de manga larga, las tiene remangadas hasta los codos, pero vaya que se le ve muy bien ya que se alcanza a notar que tiene un cuerpo muy saludable, y gracias a que tiene el cabello recogido en un moño se logra ver unos hombros anchos y fuertes.

Traen mi chocolate y los disfruto, mientras veo las caras de mis compañeros, parece que lo que querían era quedarse entre las sábanas con este frío, se encogen y tiemblan en su asiento, a excepción de los Keyne, quienes no llevan ningún tipo de suéter ni nada que los cubra del frío y parece no estar afectados. A veces pienso que no son humanos.

Luego de que todos termináramos el desayuno, el mayor de los Keynes, Elián, les habla a mis compañeros, les da indicaciones, hace algunas sugerencias, da órdenes, y todo abarcando los temas con un gran conocimiento sobre ello. Por la expresión que tiene y el tono al hablar me parece que hoy se levantó más amargado de lo normal.

Ese hombre es una mezcla letal de rudeza, glamour e inteligencia. 

Los recuerdos llegan a mi cabeza con imágenes y sonidos. El lugar… ¿Te gusta bailar? A los humanos les gusta bailar.  La canción. Esa es Voces de primavera de J. Strauss. El baile… La locura es sublime, este momento es sublime...  Me voy al infierno y que me apacigüe el recuerdo. El beso. Sacudo la cabeza y mi ceño se frunce con extrañeza. Por alguna razón había olvidado esos acontecimientos de la noche anterior.

Eso quiere decir que yo… bese a la roca que está sentada en la misma mesa, a uno de los dioses científicos del laboratorio, el cual técnicamente es mi jefe.

Jodida cabra.

Las camionetas nos llevan al laboratorio, la mayoría se pusieron manos a la obra, yo me quede en la entrada por orden del Dr. Keynes. Él se encuentra a unos cuantos pasos con Amanda, los miro por los espejos blindados de la camioneta, están hablando, o más bien, él está hablando, mientras ella asiente con la cabeza a cada cosa que él dice.



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En el texto hay: cienciaficcion, drama, muerte

Editado: 16.01.2024

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