Giselle
"Y en la profunda oscuridad permanecí largo tiempo atónito, tembloroso... soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido a soñar jamás".
A la mañana siguiente me levanto un poco cansada, siento que apenas pude parpadear, aun así, me encuentro muy animada, será nuestro último día en la isla y volveremos de nuevo a Halton Hills.
El cielo se ve oscuro y solo se alcanza ver una tenue luz que anuncia la mañana. Me arrastro de la cama al baño y me doy una ducha con agua caliente, pero apenas salgo de la bañera, el frío polar me hace temblar. Me pongo mi uniforme antifluidos y encima unas cuantas prendas que logren cubrirme del clima de la isla, agarro mi larga cabellera en una coleta alta y salgo de la habitación.
En el restaurante ya se encuentran casi todos, me siento junto a Danae y esperamos a que llegue Alex y Vanya que son los que faltan. Después de unos minutos llegan juntos y nos acompañan en la mesa, desayunamos, tenemos la conversación de cada mañana y luego las camionetas nos llevan a los laboratorios de Terranova.
El día transita demasiado pesado, todos están trabajando bajo presión, parecen estar estresados y a punto del colapso. Elián Keynes da órdenes como una bestia, usa un tono más alto de lo habitual y su cara de enojo es bastante notoria.
—¡Que le den por el culo! —Exclamó Pickett furiosa apareciendo en la cafetería sentándose en la misma mesa en la que ocupo con Danae.
Jodida cabra. Ni el almuerzo puedo disfrutarlo en paz y armonía.
—¿Qué pasó? —le preguntó Danae.
—Que ya no lo soporto, es un imbécil arrogante. Les juro que estoy considerando irme a Halton Hills trotando con tal de no verle la cara un par de días.
—¿De quién hablamos? —pregunté esta vez yo.
—Elián Keynes hijo de puta McLean —se expresa con enojo.
—Oh, sácalo, nena, dilo fuerte, grítalo con ganas. Es un...
La anima Danae.
—¡Grandísimo gi-li-po-llas de mierda! —exclamó.
Ingiero mi bebida y las observo. Amanda esta rojísima del enojo y despotrica toda clase de insultos dirigidos hacia el mayor de los hermanos Keynes sin decir el motivo de su molestia. Luego de terminar el almuerzo me levanto de la mesa para marcharme dejándolas a ellas dos hablar de su descontento hacia nuestro superior.
Miro mi reloj y aun me quedan quince minutos, subo a la azotea del pequeño edificio y ahí lo encuentro, tiene las manos apoyadas en el barandal de acero inoxidable, mirando abajo. Me acerco cautelosamente hasta estar de pie a su costado y veo que entre sus manos tiene un paquete de osos de goma.
No hace ningún movimiento, ni me dedica una mirada y empiezo a dudar de si se ha percatado de mi presencia. Me pongo de medio lado y recuesto el lateral de mi cuerpo en el barandal.
—Sr. Keynes —Lo llamo susurrando.
—Mmm...
Emite para expresar que tengo su atención, pero no me mira.
—¿Estás enojado?
—No.
Responde tangente, metiéndose una tanda de gomitas a la boca.
—Pensé que no te gustaban.
—Dije que no quería, no que no me gustaban.
Extendió el paquete de ositos hacia mí, ofreciéndome.
—No, gracias, acabo de almorzar.
Me quedo por un momento en silencio observándolo. Él mantiene su cara roca que empieza a caracterizarlo.
—Dr. Keynes, todos están muy estresados, es el último día que estaremos aquí y sabemos que tenemos que excedernos el doble, pero el equipo se siente bajo mucha presión y tu actitud poco empática no es que favorezca el ambiente laboral.
—¿Desde cuándo los inútiles tienen voceros?
—No, Elián, yo...
—Ellos no me importan, ¿Sabes por qué? Porque soy yo el que tiene que dar la cara por esta manada de inútiles, allá, frente al presidente, los directores y ejecutivos de Baldorpharma. Si hay un error; lo asumo yo, si hay una falta; la asumo yo y si hacen algo mal; lo asumo yo, incluso sin ser el responsable de las anteriores, así que, o hacen que todo salga perfecto o no hacen un carajo, porque "bien" no me es suficiente. Así trabajo yo, Srta. Wester, y al que no le guste que se largue porque flojos no sirven ni hacen falta.
—Entiendo...
Suelto un suspiro de frustración. Me doy la vuelta para marcharme, pero antes él me llama.
—Otra cosa —se calla por unos segundos, da la vuelta para dar la cara y se pellizca la nariz—. Quiero que tengas en cuenta que entre nosotros no hay nada ¿entendido? Cuando termine la investigación y obtenga lo que quiero, me marcharé, volveré a donde pertenezco; no quiero ni puedo quedarme en este lugar, ningún humano me ata a permanecer aquí mucho menos tú, a mí no me dan esos delirios de amor.
Rio para apartar ese sentimiento extraño que me causa sus palabras.
—Lo sé, Sr. Keynes, y no tienes por qué advertirlo, en ningún momento pedí compromiso ni mucho menos promesas de amor eterno, ese tipo de cosas no van conmigo tampoco.
Me doy la vuelta, me marcho y vuelvo a mi labor. No puedo dejar de pensar en aquellas palabras y las esfumó de mi mente repitiendo que no causaron nada en mí, que lo conozco hace unos días, no sé quién es él en realidad, además de que tengo claro las cosas, y es que, entre él y yo solo hay atracción física, es solamente eso.
En la tarde vino la inspectora Ariana Gutiérrez, la profesional que lleva el caso. Ella nos confesó algo que me dejó fría. Los oficiales que quedaron esa noche, cambiaron de turno en la mañana cuando ni siquiera había salido el sol, en el camino de regreso se toparon con un animal enorme que los hizo salir de la vía, cayendo por un precipicio y el auto al mar, cuando encontraron sus cuerpos ya era tarde y estaban sin vida; uno de ellos se dio múltiples golpes en la parte trasera de la cabeza con una enorme roca causándole un derrame cerebral y posteriormente la muerte; el otro oficial salió del agua, pero su temperatura corporal descendió tratándose de caso de hipotermia grave, esto causó una insuficiencia del corazón y del sistema nervioso causándole la muerte.