Giselle
Billie Thomas Johnson, ese viejo había cruzado la línea al haber venido directamente él hasta mi casa, haber entrado en ella sin ninguna autorización y sentarse muy campante en la sala de mi hogar como si fuera un jodido psicópata.
No me preocupaba tanto por mí sino por las personas que habitaban en ella, personas que yo amaba y a las cuales debía proteger. Y es que yo no conocía del todo a Billie ni los alcance que tuviera, pero que estuviera sentado en aquel sillón perturbando la calma que me daba el llegar a la tranquilidad de mi hogar, me quedaba más que claro que no tenía límites.
—¿Qué quieres? —pregunté cortante, pero con un toque de fastidio en el tono de hablar.
—Bonita casa, felicita al arquitecto por mí —dijo ignorando por completo mi pregunta.
Caminé demostrando naturalidad y ni un ápice de miedo o nerviosismo por su presencia, aunque por dentro sí que lo tenía. Fui hasta el interruptor de luz para encender las luces, la sala se iluminó y vi todo con más claridad. Ahí estaba el viejo Billie, alto, canoso y con uno de sus trajes impecables que normalmente usa. Pero no estábamos solos, nos acompañaban cuatro de sus rastreros que estaban en diferentes extremos de la sala.
—Espero que no te moleste que haya traído a mis amigos a la fiesta, reinita.
—¿Qué quieres?
—También tienes una amiga preciosa, lástima que no me atraigan las morenas.
Hijo de... Ahora sí que me estaba enfadando y soy de muy poca paciencia.
—¡Lárgate ahora!
Él parecía divertirse con mi enfado y desconcierto, reacción al tenerlo aquí, invadiendo mi privacidad, invadiendo algo que considero tan sagrado como mi hogar.
Hubo un silencio en él, yo tenía mi ceño fruncido con enojo y Billie me observaba sentado desde el sillón con la comisura de un lado elevada, haciendo que un lado de su cara se viera más arrugada que la otra. Hubo un momento en donde sacó su lengua para hacer un gesto de lo más asqueroso y luego mojar su boca de una forma tan obscena que me produjeron náuseas. Maldito loco.
Contrario a mi anterior petición, Billie se puso de pie para caminar hacia mí, cuando estuvo cada vez más cerca empecé a retroceder. Sus ojos me miraron como si de un cordero se tratara, uno al que podría sacrificar sin tanta ciencia. Me cuesta creer que es el mismo Billie de los encuentros en los hoteles, parecía una persona completamente distinta, en expresiones y actitudes.
En aquel momento tomó mi cintura para frotarse contra mí, lo cual terminó por ganarse un golpe en la mejilla con la mano cerrada de parte mía. Al tiempo los tipos que lo acompañaban sacaron... armas ¡Eso eran armas de fuego! Y me estaban apuntando directo a la cabeza. Billie hizo una señal con la mano la cual captaron y automáticamente volvieron a bajar las armas a su regazo sin retirar el dedo del gatillo.
Es más peligroso de lo que creía. En ese momento pensé en que no debía cruzarme con él jamás, mi hermana decía que lo barato siempre sale caro, en este caso salió peligroso.
Mi mente se distorsionó por unos segundos, sentí un fuerte pinchazo en ambas sienes y en mis oídos escuchaba un pitido continuo. Mi vista se nubló por unos instantes en donde no supe por qué o qué pasó, pero veía el techo, la luz de la lámpara de la sala, estaba acostada boca arriba en el suelo y Billie se encontraba ahora sobre mí.
No escucho nada, pero veo que Billie abre la boca con ferocidad, gritando como una bestia, exige algo que no capto, mientras mueve mi cuerpo con brusquedad metiendo las manos por todas partes del uniforme antifluidos como si buscara algo. Se detiene cuando halla lo que estaba buscando y en su rostro se dibuja una sonrisa de victoria, levanta lo que tiene en medio de sus dedos. La memoria USB contiene la copia del caso de los Keynes, el de los cadáveres en el contenedor, la confirmación del opioide y los inicios de la investigación en busca de la fórmula que lo compone.
Intento girarme y colocar las palmas de mi mano en la alfombra de la sala para levantarme del suelo, pero antes de que eso suceda sus manos se aferran con fuerza a mi cadera, para arrastrarme hasta estar de nuevo bajo su cuerpo. Colocó resistencia evitando los acercamientos, pero termina por inmovilizarme colocándome boca abajo, se sube sobre mí aprisionando con sus piernas a los costados y juntando mis manos en mi espalda apretando mis muñecas imponiendo una fuerza bruta que me lastima.
—¡Suélteme! —grito exasperada haciendo movimientos en un intento vano por liberarme.
Con la mano que tiene libre la lleva hasta las prendas antifluidos, el terror, miedo combinado con la impotencia se cierne sobre mí. Empezó a bajar mis pantalones con desespero dejando la prenda hasta mis muslos para pasar sus repugnantes manos por mi cadera subiendo hasta mi espalda llevando mi camiseta en el proceso.
—¡No me toques! —grité mientras hacía movimientos violentos.
—Eres preciosa —susurró.
Se inclinó y pasó su asquerosa lengua por mi piel untándome de saliva. No pude sentirme más asqueada con aquella acción.
—¡Me vas violar en mi propia casa, hijo de puta!
Parecía no escuchar mis alaridos, pues cuando giraba la cabeza para gritarle, sus ojos y su atención estaban puestas en mi cuerpo ignorando el resto de su entorno.
Empecé a desesperarme, moviéndome como loca, pero lo único que ganaba era que me lastimara más las muñecas y me golpeara con su puño en mi espalda. Yo no quiero eso, yo quiero vivir para presenciar tal cosa. Mis ojos empezaron a llenarse de lágrimas y un nudo se hizo en la boca de mi estómago ante la falta de posibilidad que tenía, no había escapatoria y todo había sido mi maldita culpa, eran las consecuencias de mis actos, pero ¿Era para recibir esa humillación? ¿Era para que alguien entrara a mi casa y me tocara en contra de mi voluntad? ¿Realmente eso era lo merecía?