Giselle
Me levanté sobresaltada debido a una pesadilla que se ha apoderado de mi sueño, era una pesadilla en donde habitaba aquella mujer dentro de un ataúd, tenía los orificios de las balas, pero con sus uñas graznaba la madera de aquel cajón; estaba con el mismo vestido siempre y una venda en los ojos que ocultaba gran parte de su rostro. Aquella mujer me transmitía esas emociones: dolor, decepción, injusticia a través de mis sueños. Verla en las noches en las horas de mi reposo se estaba haciendo cotidiano y preocupante.
Por los grandes ventanales de la habitación podía ver el cielo oscuro. Cuando hice un leve movimiento, arrastrando mi cuerpo por el colchón para alcanzar mi celular, un fuerte dolor se apoderó de mi espalda, agarré mi celular para verificar la hora, aún es de madrugada. Encendí las luces de mi habitación y me senté en la cama, me di cuenta que llevaba ropa de Verónica de la que tengo conservada en el closet, me detallo sin saber en qué momento me la puse.
Mis ojos recaen en las muñecas, que tenían las marcas de unos dedos cortos y gruesos, eran recientes. El dolor de mi espalda se hizo más fuerte cuando me puse de pie para ir al baño, hago mis necesidades y vuelvo rápido a la cama. Todo es muy raro, no recuerdo los últimos acontecimientos, mi último recuerdo fue cuando llegué a casa, de ahí no sé nada más, y empiezo a ponerme nerviosa.
Tal vez he llegado muy cansada y no lo recuerdo, pero entonces por qué mis manos están temblando y tengo miedo. Sacó mi celular para marcar un número, timbra tres veces y contestan.
—Hola —la voz grave y ronca se escucha al otro lado, no sé por qué empiezo a llorar sin poder pronunciar palabra—. Giselle, ¿Qué ha pasado?
—No lo sé —sollocé— ¿Ya has llegado?
—Sí, hemos llegado a Halton Hills hace una hora, ¿Por qué?, Stevens no ha llegado.
—No sé, creo que sí, yo... —hago una pausa— Puedes venir.
—Estaré en la puerta de tu casa en diez minutos.
Costa la llamada y vuelvo al silencio. Me pongo de pie para tomar un suéter de lana grueso para que me cubra del intenso frío que hace afuera. Me puse frente al espejo, me giré un poco y levanté la blusa para ver mi espalda, hay unos cuantos hematomas por la parte baja. No sé por qué ni cómo están ahí. Me pongo el suéter y salgo de la habitación para esperar en la sala de estar. Minutos después mi celular se enciende con un mensaje «Ya estoy aquí».
Cruzo la puerta principal dejándola ajustada. Él se encuentra con la espalda recostada en la puerta del auto, tiene el celular en la mano fijándose en la pantalla y su otra mano metida en el bolsillo delantero de su pantalón. Apenas me ve salir se endereza y mete el celular a su bolsillo, bajé los escalones casi corriendo y voy directo a él, salté rodeando mis brazos por su cuello y alcanzando su boca para besarlo con intensidad, corresponde del mismo modo adentrando sus manos debajo de las prendas para acariciar la piel de mi espalda. Me es inevitable no soltar un gemido de dolor.
Detiene el beso, apartándose y mirándome frunciendo las cejas.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—Tengo algunas heridas, pero no sé cómo ni por qué están ahí. Todo es muy raro.
Su rostro se puso serio y parece haberse molestado.
—¿Puedo ver?
Lo pienso por unos segundos, pero luego asiento, me doy la vuelta y subo las prendas enseñándole los hematomas de la espalda.
—¿Puedo?
Pregunta refiriéndose así puede tocarme. Asiento de nuevo y lleva sus dedos para tocar delicadamente la zona afectada y suelto un quejido al sentir el punzante dolor ante su tacto.
—Hijo de... —lo escucho susurrar— Sube al auto, iremos a que revisen.
—No, no es grave y no quiero ir a un hospital, no me gustan. Solo quiero que... —me callo y desvío la mirada a otro lugar que no sea él.
—¿Qué?
Hay un silencio, mi nariz ardió y probablemente enrojeció.
—Que estés conmigo.
El pareció relajar su cuerpo, dio dos pasos hacia mí y me envolvió entre sus grandes y fuertes brazos, recosté mi cabeza en su pecho y soné mi nariz. De este modo me sentía más tranquila, no me explico cómo alguien con su personalidad, actitud y carácter podría transmitir esa tranquilidad, seguridad y protección, y sobre todo cómo podría a llegar a gustarme tanto. Levanté mi cabeza para verlo, él tenía los ojos puestos en mí, subí mi mano para colocarla en la mejilla, mientras contemplaba su rostro como si de una obra de arte se tratara. Con sus facciones rudas y su cabello largo parecía un Dios de la guerra de años atrás, pero de los malos.
Él se inclinó y me dio un cálido beso que profundizó cuando su lengua invadió mi boca.
Cuando la nieve empezó a cubrirnos entramos en el Jaguar que tenía la capota cerrada. Yo me senté sobre sus piernas recostando mi cuerpo en su torso y enterré mi rostro en su cuello inhalando su aroma. Recibía sus caricias, sus besos, a la vez que disfrutamos del silencio y de la presencia del otro.
Las cosas están cambiando y me aterra porque el futuro es incierto y desconocido.
Después de una hora en donde me estaba quedando dormida sobre él, nos despedimos, yo volví a la casa y él se marchó en el Jaguar. Cuando entré en casa las luces de la sala de estar se encendieron logrando asustarme, pero se trataba de Danae y Alex de pies cruzados de brazos.
—Queremos los detalles sucios —dijo Danae en un tono muy serio, pero con una sonrisa pícara.
—Quieren matarme, ¿no?
Me invadieron con preguntas que omití por completo utilizando la excusa de que estaba muy cansada.
—Ok, descansa —me dice Danae dándome un beso en la frente—. Pero me cuentas mañana.
Me giña un ojo y se va.
—Pido lo mismo, no es que sea chismoso ni nada de eso, solo quiero estar informado, no de los detalles sucios, eso no —aclara rápidamente—. Sabes que eres como la hermana menor y quiero estar al tanto de lo que pasa contigo.