Giselle
Muchas veces escuché a papá gritar que yo tenía la culpa y en escasas ocasiones decir que nunca debí nacer. Verónica simplemente me abrazaba con fuerza y tapaba mis oídos para que evitara escuchar todas esas mierdas. Siempre traté de comprenderlo, de empatizar con él y llegué a creer que su trato era normal para alguien que había perdido a quien amaba por mi culpa.
Ahora me doy cuenta que no, que nunca merecí el trato que recibí por su parte y es que yo jamás haría eso. Verónica murió, tal vez se hubiera salvado si tomaba otra decisión, no lo sé, todo resulta incierto. Pero vivió su hija y no puedo amarla más de como ya lo hago y jamás la culparía de nada.
Ella es tan pequeña, tan tierna y encantadora. Ha crecido mucho y estoy muy orgullosa de lo fuerte que ha sido. Veo como estira su delgado y pequeño cuerpo, mientras hace un gesto tierno con la boca. Me hace sonreír e inclinarme para besar sus manos.
—Giselle —subo la cabeza para encontrarme con Alex del otro lado de la puerta de cristal—. Tienes que volver, todos están preguntando por ti.
—Ya voy —le digo.
Alexis se marcha y yo me despido de la pequeña Tiara, besando sus manos y diciéndole que no me extrañe mucho ya que volveré pronto.
Salgo del laboratorio subterráneo volviendo a mi habitación, retoco el maquillaje y vuelvo a la sala en donde todos están frente al árbol de navidad.
—¿Dónde estabas? —preguntó mi amiga un poco más sobria que antes, al menos más consciente para captar mi ausencia—. Feliz navidad, Cielo.
Se viene hacia mí para envolverme en sus brazos y apretarme fuerte contra su pecho. Se aparta, acaricia mi rostro con sus manos, me mira un tanto extraño, la veo apretar los labios conformando una línea y besar mi frente. ¿Seguirá borracha?
Todos desean un Feliz navidad, para luego proceder a repartir los regalos que yacen bajo el árbol. Nos sentamos en la alfombra de la sala ingeniándomelas para estar cómoda mientras me aseguro de que no se me vea nada bajo mi vestido. Mi tía Katharina es quien los reparte dándole a cada uno el regalo que lleva su nombre, por obvias razones todos obtuvimos de seis regalos, a excepción de los tres hermanos que son tan ególatras y presumido que se dieron regalos a ellos mismos diciendo que se los merecían.
Los cuatro pusimos los ojos en blanco.
Los dos Keynes menores de inmediato rompieron el envoltorio viendo los regalos. Me hacían sonreír la emoción con la que sacaban sus regalos y lo miraban con admiración, parecían niños pequeños, se ponen tan felices, más que todo Vanya que emite un aura muy tierna con su reacción. Una reacción humilde de sus partes teniendo en cuenta los aires de superioridad que de vez en cuando dejan al descubierto.
—Está todo muy bonito... gracias —habla Vanya. Esas gracias sale tan apresurado que se escucha tan gracioso y soltamos una risa muy corta.
Todos abrieron sus regalos dando las gracias al remitente, pero había tres regalos que no tenían nombre y obviamente les correspondía a ellos tres.
—En Suiza no ponemos los nombres, es... porque así tiene más gracia, tú debes adivinar quién es el remitente —excusa Vanya.
—Ah, ok.
Me ha encantado todo lo que me han dado. Danae me dio una lencería con una nota: Espero así obtener mis detalles sucios. Mi tía me regaló un vestido blanco, Alex dos boletos de avión con destino a París, pero estos están para el 10 de mayo también con una nota: De verdad tiene un destino y tú ya lo sabes. Lo miro y de inmediato capto a que destino se trata, asiento y le dedico una sonrisa cómplice.
Los siguientes son una extraña figura de cerámica y... ¿un palo de golf? Los Keynes dan cosas muy extrañas. Abro el ultimo regalo rasgando el papel negro ya imaginando quien es el remitente. Es un libro, El principito. Sonrío trayendo recuerdos llenos de sentimientos; fue el primer libro que leí por mí misma cuando lo pidieron en la primaria. Paso rápidamente las hojas y me percato que ya hay líneas de párrafos subrayadas con resaltador azul.
La detengo en una página al azar: Eres el dueño de tu vida y tus emociones, nunca lo olvides. Para bien y para mal.
Paso a otra con rapidez: Lo esencial es invisible a los ojos.
Levanto la cabeza para mirarlo y él simplemente está sentado en el sofá bebiendo Whisky mirando un punto fijo, parecía ido y pensativo, pero se veía tan jodidamente bien ahí sentado, con su atuendo que le favorece a su maravillosa anatomía y con el vaso de cristal en una mano.
Volví mi mirada al resto que ahora se encontraban siendo espectadores de un pequeño show que les ofrecía Alex, quien después de los discos que le regalo Danae de navidad había puesto uno del poderosísimo Michael Jackson, exactamente la canción Thriller mientras cantaba y bailaba a su ritmo imitando los pasos del artista. Yo mejor que nadie sé cuánto se ha esforzado mi amigo para que le salga al punto de hacer que lo viera bailar por horas.
—A mí me decían que me parecía a mi queridísimo don Michael —todos fruncen las cejas y él añade—: con la piel café. Era un halago para mí, aunque sabía que no era verdad. Yo amo a ese hombre.
Alex es un hombre varonil, pero cuando se trata de mí, de Danae y de mostrar su amor y admiración hacia el artista, no le importa como lo perciban.
Me invita a bailar para que siga su paso, me niego al principio, pero me pone de pie y retira las sandalias quedando descalza sobre la alfombra, bailamos la coreografía ya que la sabemos de memoria nos acoplamos también que nuestros pasos salen perfectamente al mismo tiempo. Termino sudando por el esfuerzo físico y trato de ventilarme con las manos mientras continúa la siguiente canción Billie Jean.
—Aquí viene nuestra parte favorita —dice Alex conformando su mano en un puño para simular un micrófono.