Giselle
Una semana después.
"Sonríe niña de ojos azules, sonríe niña de ojos cansados, sonríe niña de ojos tristes, simplemente sonríe y llévale la contraria a la adversidad".
Leí el pequeño papel rasgado y chorreando de café.
—Lo escribió para mí, Sra. Margaret.
—Sí —dijo haciendo mala cara y cruzándose de brazos.
—¿Está enojada conmigo?
—Sí —su respuesta fue inmediata.
—¿Puedo saber por qué?
—No vino cuando cumplí años.
—Pero si su cumpleaños es en agosto y estamos a enero, Sra. Margaret.
—Pues no, a mí no me gusta agosto, ese mes para mí no existe, a mí me gusta cumplir años en enero.
Hice un gran esfuerzo por no reír, aun así, inevitablemente una sonrisa se formó en mi rostro.
—Le causa gracia —dijo con indignación.
—No, para nada. Lo siento mucho, mañana traeré un detalle, ¿Le parece?
—No hace falta, mi novio me trajo unas preciosas rosas lilas para mi cumpleaños.
—Ya veo, su novio parece muy atento.
—Lo es.
Fascinada me contaba como es de encantados su supuesto "novio". Me pregunto si se refiere a un enfermero, doctor o si está sufriendo de demencia. Me preocupa.
Leímos El Corazón Delator de Edgar Allan Poe, esta vez fue muy activa y le puso atención a la lectura.
—Estaba loco ese hombre, ¿verdad? —dijo cuando terminé de leer.
—¿Qué te hace pensar que era un hombre? Allan Poe en el cuento no uso pronombres, su narrador es anónimo, es ambiguo.
—No lo sé, no lo noté, que despistada —dijo soltando una muy corta risa.
—Podemos hacer un análisis corto si quieres.
Ella aceptó.
Lo corto se convirtió en largo, hablé y hablé como una parlanchina y no me detuve sino hasta que escuché ronquidos, se había quedado dormida. La acompañé a la cama en donde se recostó y volvió a cerrar los ojos de inmediato.
—La próxima lectura será El Gato Negro —susurré en su oído.
Entré al turno de la noche con casi diez minutos de anticipación, registré mi entrada al edificio principal y en los laboratorios. Me puse el traje de bioseguridad para ascender al área donde estaban los cuerpos para trabajar con ellos y observar su descomposición.
Allí se encontraban Alexis y Vanya hablando de algo. Ella habla y él asiente.
—Buenas noches.
Ambos levantan la cabeza mirando hacia mi dirección, devuelven el saludo y continúan con su conversación.
Voy hacia uno de los cuerpos, exactamente al que ellos estaban viendo.
—Viajaremos la próxima semana, el lunes —mencionó Vanya cuando me posicioné a su costado, mientras movía el cuerpo sobre la camilla— Llevaremos a los cadáveres a una zona campestre y haremos una improvisación de un laboratorio de tafonomía. Elián dijo que la idea fue tuya, excelente trabajo, Wester.
Elián había vuelto de quién sabe dónde hace unos días, su humo está de puta mierda. Da órdenes, se enfada, maldice, manda al demonio a todos. Se irrita y fastidia con tan solo escuchar la voz de Kevin; el resto del grupo le ha sugerido que ya mejor ni pronuncie palabra para que no lo haga enojar.
Me he mantenido distante, hablamos únicamente de cosas del trabajo.
—¿Ya saben a dónde van a llevar los cadáveres? —pregunto
—No —respondió la pelinegra.
Durante el turno de la noche me puse a laborar en los cuerpos en compañía de auxiliares. Me hubiera encantado trabajar en la réplica del opioide, pero el Dr. Keynes me asignó a mí los cadáveres, mientras que Richard, Emily, Alexis y Erick con otros asistentes hacen lo divertido.
Últimamente tengo un cansancio físico que afecta a mi vida cotidiana, además de la dificultad para conciliar el sueño y las escasas horas que duermo es interrumpido por pesadillas.
Me retiré el traje, les avisé a las personas con las que trabajaba que volvería en unos minutos y salí del laboratorio hacia la cafetería del piso. No es muy grande, es una habitación que cuenta con un mesón, un lavabo, cafetera y nevera, una mesa en el centro de cuatro sillas. Fui a la cafetera, me serví un café bien cargado sin azúcar y me senté para beberlo con calma.
Mis ojos me pesan y en un intento de mantenerlos abiertos se centran en las gotas que escapan del grifo y hace ese sonido incesante al impactar en la superficie líquida del lavaplatos. Plac, plac, plac. Roba mi atención, me sumerge y me desconecta de mi entorno.
Chillidos, son chillidos de un bebé.
Camino por un corredor largo acercándome al sonido. Me detengo frente a una puerta de madera, tiré de ella y la abro. Es una habitación, decoración femenina, paredes rosa pastel, muchos peluches y ahí está, me acerco a la cuna para tomarla en mis brazos y arrullarla calmando su llanto.
Las bisagras de la puerta rechina, alguien ha entrado, me volteo y me sorprende verlo a él, a Elián, le sonrío y él también lo hace. Extiende sus brazos para que le entregue la bebé, agacho la cabeza viendo la pequeña criatura y cuando subo la cabeza para dársela veo a alguien completamente diferente, una figura negra, un hombre de negro oculto completamente por una túnica, solo se logra ver sus manos y algo de unos ojos amarillos, dorados, endemoniados.
—Dámela, entrégame el bebé — su voz es... es gruesa, casi robótica.
—No... —niego llevándola contra mi pecho para protegerla.
La mano de alguien sobre mi espina dorsal provoca que de un salto volviéndome a la realidad dándome cuenta que había recostado la cabeza en la mesa y me había quedado dormida. Estoy sudando demasiado, tengo la boca seca, me siento abrumada, aturdida, mareada y con náuseas.
—¿Te encuentras bien? —preguntó esa voz que reconozco a la perfección. Elián. Aunque su tono al hablar es serio, logro captar un atisbo de preocupación.