Black

CAPÍTULO 38: Los muertos no hablan.

Giselle

Cuando murió papá duré más de un mes durmiendo con Verónica porque tenía miedo, entonces ella en una madrugada me dijo que jamás les temiera a los muertos porque los muertos no hablan, por lo tanto, les tuviera más miedo a los vivos porque ellos y el mundo podrían destruir a cualquiera que quisiesen.

Pero jamás me dijo que podían haber muertos disfrazados de humanos.

Mi amiga se había negado a hablar por el momento y había permanecido toda la mañana en las cuatro paredes de su habitación. Cuando intenté hablar con ella lo único que salió de su boca fue: No estoy enojada o molesta, solo no hables, Giselle, no ahora, no en este momento porque no quiero escucharte.

Últimamente no quiere escucharme. Pensé.

Al medio día Alex y yo nos encontrábamos frente a su puerta cuando recién escuchamos que la abría. La mire de pies a cabeza, estaba arreglada para salir, vaqueros, botas y suéter de invierno, era raro que llevara un suéter tan grande sabiendo que cada día el invierno abandonaba Halton Hills. Revolcaba su bolso del que sacó un celular y luego cerró, volviendo la mirada al frente, frenando su andar con la presencia de ambos interrumpiendo su paso.

Blanqueó los ojos e hizo un gesto de irritación.

—Voy a salir, hablaremos cuando vuelva.

Pasó por en medio de nosotros y retomó su caminata hacia la salida de la casa.

Ok.

Ok.

Dijimos ambos dejando que se marchara.

—Me voy a dormir —dijo Alex yendo a su habitación.

Tomé mi celular, envié un mensaje, obtuve respuesta inmediata, fue algo negativo así que no marqué como leído, simplemente bloqueé el teléfono y suspiré con aburrimiento.

En la tarde me la pasé tirada en la alfombra de la sala viendo un tonto programa que estaban dando en un canal que puse al azar solo para matar tiempo. No puse nada de atención y ni sabía de qué se trataba, tampoco me tomaba la molestia de averiguarlo, sólo me dediqué a observar las nubes a través del gran ventanal de la sala, además del hielo abandonando las ramas de los árboles, mientras mis dedos jugueteaban con los aretes de lágrimas que me regaló Elián.

Pero luego algo más llamó mi atención. La mesita de centro, la detallé y me incorporé arrastrando mi trasero por la lana de la alfombra hasta llegar a la mesa de madera. Había unas marcas, eran puntadas hechas con un objeto filoso, podía jurar que es un cuchillo de cocina o algo similar, se hacían bastante notorio ya que arruinaba el esmalte negro de la madera y me sorprendía no haberlo notado antes. Pasé mis dedos y de repente volvía a sentir esa sensación de vació, de incertidumbre, de que me falta algo o he olvidado algo y era molesto.

Algunas imágenes borrosas y vagas se apoderaron de mi mente, segundo a segundo iban aclarándose, pero fueron interrumpidas por un par de toques en la puerta.

Me puse de pie y caminé hasta la puerta, me lancé hacia él que permanecía del otro lado, rodeando mis manos por su cuello, enredando mis piernas en su cintura y recostando mi cabeza en su pectoral izquierdo. Él se adentró a la casa caminando conmigo colgada sin ejercer fuerza o hacer algún esfuerzo.

—¿Qué pasó? —preguntó Elián sobando mi espalda en un movimiento circular.

—Hice algo malo y afectó a alguien más —confesé. Escondí mi rostro en su cuello, refugiándome en su oscuridad e inhalé su olor.

Mi ritmo cardíaco parecía ir de forma más veloz y la tensión arterial subir, a veces creía que él podía escuchar los fuertes latidos de mi corazón al punto de darse cuenta que eran por su llegada. Yo estaba más que segura de lo que sentía, pero era demasiado cobarde para admitirlo incluso ante mí misma.

Solo Dios sabría las miles de cosas que podríamos disfrutar si dejáramos de ser tan cobardes y de tener miedo. Incluso podríamos alcanzar un poco de esa felicidad que tanto anhelamos.

Elián caminó hasta el sofá de la sala de estar y se sentó dejándome a mí sobre su regazo, me aparté un poco para que nuestras caras quedaron frente a frente, mis manos se pasearon por sus fuertes hombros y pectorales haciéndolo como un hábito que disfrutaba ejecutar cada vez que lo tenía cerca y estábamos solos, con ropa, sin ropa. Él extendió una mano hasta mi rostro, limpió la comisura e hizo un sensual toque sobre mi labio inferior con su dedo pulgar.

Cerré los ojos disfrutando de las diversas sensaciones de placeres que me permitía cada vez que presentía su cercanía y sus caricias, hacía revolotear mis emociones y alimentaba mi alma. Me hacía sentir cosas buenas, podía desearlo para un largo tiempo, pero sabía que no duraría tanto, lo sé y no importaba, siempre tenía bastante claro que todo es momentáneo, las cosas, las emociones, las personas.

Abrí los ojos y miré fijo a los suyos.

—¿Quieres confesar algo?

Permanecí en silencio sin apartar mis ojos de los suyos ni por un segundo. Buscaba la palabra adecuada, pero por más que buscaba no encontraba sinónimos para expresarlo de forma indirecta.

—Te quiero.

Su expresión no cambió, apartó la mirada de mí dirigiéndola a cualquier lugar y volvió a mirarme.

No hubo respuesta, tampoco esperaba una y no estaba decepcionada por eso. Le expresaba lo que estaba sintiendo yo y él no estaba en la obligación de corresponderme si no lo sentía, lo expresaba para que lo supiera, no para generar ningún tipo de presión.

—No puedo quedarme.

—Lo sé.

—Pero no significa que no lo haga.

—Ajá.

Reposé mi cabeza en su pecho. Sé que no puede ser, estaba bien, tengo veinticinco, tengo un largo camino, muchos años por vivir, a muchas personas que conocer y sé que en algún momento tal vez conoceré a una persona que me ame y yo la ame, y el resto simplemente surgirá, pasará como pasan las cosas, sin esperarlas, de repente e instantáneas.

—Solo no me olvides —dije más como una orden.



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En el texto hay: cienciaficcion, drama, muerte

Editado: 16.01.2024

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