Giselle
—Y en mi reloj todas las horas vi pasar. ¿Por qué te vas? Todas las promesas de mi amor se irán contigo. Me olvidaras, me olvidaras. Junto a la estación hoy lloraré igual que un niño ¿Por qué te vas? ¿Por qué te vas? —canté mirando al techo de la habitación de Danae aun sabiendo que lo hacía fatal.
—Giselle, sabes que me mudaré cerca de aquí y vendré a visitarte todo el tiempo.
—¡Bajo la penumbra de un farol, se dormirán todas las cosas que quedaron por decir, se dormirá! ¡Junto a las manillas de un reloj, esperaran todas las horas que quedaron por vivir, esperaran...! —canté más fuerte.
—¡Giselle! —Danae agarró el cojín que estaba en la orilla de la cama y me lo lanzó a la cara.
—¿Ah? —apoyé los codos sobre el colchón y me levanté un poco para verla.
—Tu sentido del humor es un desastre, no es gracioso.
Dijo volviéndose a sentar frente al peinador, para aplicar rubor en sus mejillas.
—¿Quién dijo que era para dar gracia? Estoy interpretando a Jeanette no a Charles Chaplin —dije volviendo a recostar mi espalda en la cama.
—¿Qué tal te ha ido con la terapeuta? —preguntó con atención en el reflejo del espejo.
—¡Súper! —mentí.
—Te dije que todo iría mejor si tomabas la terapia, es importante, es para sanar. A veces las personas están heridas o enfermas, pero como no sangran o están en un lugar que no se pueden ver, nadie se alarma ni él mismo herido o enfermo. La mente es compleja, pero sumamente importante —giró su cabeza.
—Sí, estudié medicina, sabes.
Sonrió.
—Lo sé, por eso supe que serías más racional y sabrías que la terapia era necesaria si querías estar bien. Yo me negué a ver un psiquiatra cuando recién pasó todo y creo que buscarlo por mí misma, llegar al punto en que supe que necesitaba ayuda fue el mayor acto de amor hacia mí, supe que yo merecía estar bien, merecía ser más que ese recuerdo que tenía de mí, merecía más que ser una persona sin muchas ganas de vivir que solo respiraba.
Me levanté de la cama y caminé hasta donde Danae, me puse de cuclillas, tomé su mano y la llevé a mi mejilla.
—Eres la persona más valiente que conozco y te admiro demasiado.
—Tú también lo eres, de Mérida no tienes solo el cabello sabes.
Mérida es el apodo que siempre me otorgó Alex durante los años de universidad. Le sonreí. Me sentía un poco mal porque ella creía en mí, confiaba en mí, pero yo solo le mentía, siempre mentía.
Ella terminó de arreglarse lucía un espectacular vestido blanco de mangas largas y corto hasta la mitad de sus muslos, le iba bien con el tono oscuro de su piel, Danae siempre me pareció preciosa y exótica, su color de piel, su cuerpo y la belleza de su rostro, sus ojos oscuros, todo de ella admiré desde el mismo día que la conocí.
Estos últimos meses había adelgazado bastante, me preocupé, pensé que no se estaba alimentando bien, pero ella decía que todo estaba en orden. A veces estaba muy enferma, se quejaba de su espalda constantemente o de dolor abdominal y vomitaba con frecuencia. Pero solo bromeaba con estar embarazada, Alex llegó a ponerse pálido con una de sus bromas, pero le explicó que no era cierto. Hasta donde estaba enterada ambos acordaron no tener hijos por el momento y no se precipitaban a pensar en un futuro.
—Volveré más tarde.
—A las once la quiero en casa señorita —imploré con fingida firmeza.
—Tonta —se inclinó hasta darme un beso en la frente— Cierras la puerta cuando salgas.
—Ajá.
Salí minutos después de ella y cerré la puerta. Danae y Alex salieron a cenar, hoy sería La Noche, tan suya, solo de ellos e inolvidable. Estaba realmente emocionada por ambos.
Quizás yo tuviera una relación sólida y estable, siempre había soñado con ello, pero terminaba con hombres no tan buenos, siempre terminaba enamorándome de hombres que me hacían daño. Si no era un patético estudiante de física nuclear con escaso tiempo y poco interés, era un científico mentiroso que está muerto.
Entré en mi habitación mirando a todos lados para verificar que nadie estuviese en casa ni que alguien entrase sin previo aviso, últimamente me aterraba quedarme sola en mi propio hogar, me daba pánico, me asustaba muchísimo. Bajé al laboratorio antes de que mi mente empezara a darle cabida a pensamientos tontos y me sintiera rara.
Después de revisar a la niña, paseé por la habitación de cristal por un rato, caminaba en círculos por la pequeña estancia. Mi mente se volvía una corriente turbulenta cuando no me ocupaba en algo. Pensaba en muchas cosas, pero en todas estaba ella, Tiara. ¡Déjala ir! Gritó mi subconsciente como una mejor alternativa.
Le pregunté a mi tía K si era preferible dejarla descansar en paz, ya que la idea rondaba en mi cabeza una y otra vez, pensé, tal vez Vero me odiaba por hacerla sufrir tanto. Pero lo único que respondió la tía K fue: No puedo contactar contigo ahora, hablamos luego, estoy ocupada. No pensé que lo último que pasó entre nosotras la ofendiera tanto al punto de no querer hablar conmigo desde el día de su partida.
Intenté trabajar para avanzar, pero me resultaba frustrante como imposible. Ya ni siquiera era optimista, no tenía ganas de nada y ni siquiera consideraba lo que lograría. Mis esperanzas cada día se debilitaban. A veces me encontraba en un trance que duraba unos largos minutos, lo máximo era una hora y terminaba desperdiciando el escaso tiempo que quedaba.
No logré avanzar una mierda, así que volví a mi habitación y me acosté en mi cama. Acurrucada sobre el colchón me invadía un dolor inexplicable y lloraba sin parar hasta que me dormía, pero luego me despertaba con las malditas pesadillas, sudando, con la respiración acelerada y las náuseas que me mandaban al baño a vomitar.
Antes las pesadillas eran cosas muy raras, casi perturbadoras, pero luego empezaron a ser sobre esa noche, en donde Billie lograba lo que iba a hacer y yo, yo no colocaba resistencia, no me movía y simplemente dejaba que lo hiciera para que fuera más rápido y terminará pronto.