Black

EPÍLIGO

HUMANOS Y MUERTOS

Actualidad.

13 de enero del año 2029

Atendí la llamada de mi esposo el cual me comunicaba que al salir de dar clases en la universidad pasara por mi hija mayor a la escuela. Respondí para confirmarle que yo iría por ella.

Llevaba viviendo nuevamente en Ottawa Canadá ya 1 año y medio. Mis dos hijas menores lograron adaptarse bastante bien en el país e incluso mejoraron el idioma en este año, mientras mi hija mayor, Victoria, insiste en seguir utilizando el neerlandés, aunque sepa muy bien el inglés e incluso alega querer volver a vivir a Países Bajos o a Suiza con sus abuelos.

Hace dos meses empecé a trabajar en la Universidad Estatal de Ottawa como maestra de introducción a la medicina y en el área de bioquímica.

—Estudien la sección uno y dos del libro, la próxima semana haré quiz.

Los quejidos de todos se me hicieron tan gracioso, pero continúe organizando mis cosas para ir por mi hija.

—Los odio a todos —suspiró dejando recargar su cuerpo por completo en el asiento— Ojalá se mueran.

Susurró iracunda mi hija.

—¡Ey! ¡Ey! ¿Qué te pasa? Mucho ojo con esas palabras, Victoria.

—¡Pero mami! Es que… no los soporto, esos malditos humanos.

—Que te he dicho sobre maldecir, no me gusta.

Mi hija hizo una expresión de molestia y se giró hacia la ventana ignorándome por completo.

No le di más largas, con ella simplemente no se podía, le sale de una forma muy natural su desprecio por la humanidad, muy parecida a su padre, a decir verdad y lograba preocuparme.

Cada que pasaba los años e iba madurando se iba pareciendo a él, tanto como físicamente como en lo personal. Filip decía que era la pubertad y que luego pasaría, que la dejara ser y desarrollarse, Victoria lograba llevarse muy bien con mi esposo y como no, si era el que más se colocaba de su lado y le alcahueteaba todo.

Temía que en algún momento alguien se enterara y pasara lo peor. Trataba de mantener oculto todo lo que ella es, incluso a mi esposo y a mis dos hijos menores.

Llegando a la casa, ya todo estaba preparado para la cena, así que todos nos sentamos y después de orar y dar las gracias por el día comenzamos a comer. A las 10 pm acoté a mis hijos en sus respectivas camas despidiéndome de ellos como lo hago normalmente.

Llegando a la habitación de la mayor empecé a escuchar sollozos.

—Victoria —la llamé acercándome hasta ella que se encuentra recostada en la cama dándome la espalda.

Me senté en el borde de la cama y puse mi mano sobre su hombro girándola hacia mí.

—Victoria, ¿Qué pasa?

Mi hija se sentó y sus ojos estaban llenos de lagrima.

—Eran mentiras… cuando dije que quería que se murieran todos los humanos, mami.

—¿De qué hablas, amor?

—Lo he visto y no quiero que te vayas, no quiero que me dejes —la frase retumbó y supe lo que significaba.

La envolví en mis brazos y la llevé contra mi pecho.

—Yo siempre estaré aquí, esta bien, incluso si mi cuerpo no lo está, mi alma sí —le digo para que se lo meta en la cabeza—. Ellos no deben saberlo lo sabes ¿Verdad?

Asiente.

—Esto será un secreto de las dos para siempre.

Vuelve y asiente.

La arrullé entre mis brazos como lo hacia cuando era una bebé. Uno cree que el amor más grande ocurre cuando te enamoras, pero no es así, el amor más grande es el que le tienes a ese ser que vienen de ti, que cargas nueve mese y lo amas desde el primer instante en que sabes que existe ahí dentro de ti.

A mis tres hijos los amo con todo mi ser y mi existencia, pero Victoria siempre será mi favorita por muchas razones y es algo que jamás podría admitir.

Cuando ella por fin se durmió, la deje en la cama la acobijé bien y le di un beso en la frente.

—Te amo, mi niña.

Volví a mi habitación con mi esposo, él estaba esperándome acostado y me hice a su lado recostando mi cabeza sobre su pecho y rodeando su torso con una mano. Seria la última vez que dormiría a su lado así que, traté de disfrutarlo lo más que pudiera este momento, poder recordar su piel, su olor, su tacto, su rostro y su voz.

—¿Me quieres? —le pregunté.

—Te amo —me susurró dándome un beso sobre mi cabello—. Y me haces el hombre más feliz de este mundo.

Sonreí satisfecha y me aferré más a mi esposo.

—Te amo y cada momento a tu lado son maravillosos.

Me quedé dormida y a la mañana siguiente me levanté cautelosa de no hacer ruido y de no levantar a nadie. Me arregle como todos los días para dirigirme a la universidad de Ottawa antes de que saliera el sol.

—¿Ya te vas? —me preguntó Victoria desde el umbra de su habitación.

La miré con ojos lastimeros, mientras ella lloraba. Asentí.

—Cuídate mucho, mi niña preciosa —me acerqué y la abracé muy fuerte.

—Te amo, mami.

Me aparté y salí de la casa enfrentando mi destino.

Conduje por la misma ruta de todos los días, pero en un momento vi aquel automóvil encima, giré el volante y toda mi vista se distorsionó, oí un pitido y la boca se me llenó de sangre.

Todo estaba oscuro, todo mi alrededor estaba oscuro y en mi campo de visión pude ver unos zapatos negros con punta. De la nada lo que antes era todo negro empezó a tomar color y figura.

Estaba en medio de una carretera y hay mucha gente dirigiéndose rápidamente hacia un lugar, me giré y vi aquella escena.

Escuché al caballero de traje pronunciar mi nombre, aunque él se encuentra a mi costado su voz la escucho muy lejana a mí. Gire para verlo, su tez blanca y facciones perfectas me hacen dudar de dónde estoy ahora.

El hombre de traje mantiene una postura firme, la mirada al frente y el mentón en alto, sus ojos están posados en mi cuerpo que esta boca abajo atravesando el parabrisas, mi cara y mi pecho esta contra capó del coche, hay unas cuantas personas a su alrededor y la escandalosa sirena de la ambulancia llama la atención de los vehículos que transitan por el lugar.



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En el texto hay: cienciaficcion, drama, muerte

Editado: 16.01.2024

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