Blackflag.

Cap IV.

Todo es una Mentira. 
El arte de Robar.

 

Hasta ese momento habían sido luces, pero luego el chico se dio cuenta que eran los huesos de las criaturas.

Cuando el largo y húmedo verano del séptimo mes de Morgan el Negro estaba en su culmen, el Señor de Ladrones fue al templo del Leviathan para hacerle una visita inesperada al Clerigo Rathmoni, con la intención de venderle de cualquier modo que fuera, al chico llamado Willian, el pequeño bastardo.

--¡Vengo a proponerte un trato, Rathmoni! --le espetó Duleni con evidente falta de tacto.

Willian observo una figura enorme de 2 metros de altura, la figura llevaba una túnica de color verde y azulado, como si intentara imitar el color de un pez extraño y mutado, Willian quiso reírse, pero contuvo la risa

—¿Como cuando me vendiste a Lynn y a Jaret? --replicó Rathmoni--. Aún estoy intentando arrancarles a esos idiotas los malos hábitos que tomaron de ti.

--Vamos, anciano --Duleni se encogió de hombros, sabia que se negaría a aceptar al nuevo muchacho--, cuando cerramos el trato te dije que eran unos monicacos de mierdas y no pareció importarte… Ademas, Lynn apareció de la nada, ¿nunca en mi maldita vida habia visto a esa mocosa?, estaba en el cuarto de este hijo de puta, y estaba desnuda. ¿Te lo imaginas?

El clerigo no dijo nada, asintió como si le entendiera.

--¿Y si me propusiera un trato igual de bueno que Lynn? Creo que seria de mucha ayuda --la voz profunda y sugerente del clerigo consiguió que Duleni se tragara la objeción que aún no había acabado de formular—. Estoy seguro de que, después de vendérmela, me echarías la culpa de todo. Tendría que haberte pagado en cobre y ver cómo te morias al cargar con toda la calderilla.

--¡Ahhhhhh, pero es que ella era especial, lo mismo que este chico! —repuso el Señor de Ladrones.-- Posee todos los requisitos que tenían Duncan y Derek, los requisitos que te interesaban. ¡Tiene lo mismo! Aunque Duncan, es mestizo. Sangre Valerana y Valiniense. El chibolo lleva el latrocinio en el corazón, tan cierto como que la mar está llena de meados de pez. Incluso podría hacerte un… descuento.

El clérigo ciego estuvo rumiando la proposición durante un buen rato, no se movió, parecía inerte.

--No te importará --dijo Rathmoni-- que, antes de ir al encuentro de tan inesperada generosidad que muestras, me fíe de mi experiencia, la cual me dice que me arme te de la espalda, de tal modo que tengas que largarte.

El Señor de Ladrones se esforzó en conseguir que una vaga expresión de sinceridad en su propio rostro, para su evidente desagrado sólo obtuvo una mueca extraña y mojigata. Cuando se encogió de hombros como despreocupado, sólo hacía el más puro teatro.

--Sí, es cierto que, uhm, el chico tiene un problema. Pero sólo se debe a que depende de mí. Cuando tú cuides de él, estoy seguro de que tal problema desaparecerá.

--Vaya, vaya. Así que tienes un chico mágico. ¿Por qué no me lo habias contado, Duleni? --el sacerdote se rascó la frente por debajo de sus ojos carbonizados --. Magnífico. Entonces, lo plantaré en el puñetero suelo para que salga una planta con la que llegar a la tierra encantada que se encuentra al otro lado de las nubes, aya en las estrellas.

— ¡Ja, ja, ja! ¡Vamos, Rathmoni! Ya había paladeado antes el sabor de tu sarcasmo --la reverencia que hizo el Señor de Ladrones era más propia de un bufón artrítico, y dana la 
sensación de que se rompería apenas se doblara--. Dime, ¿puedo tener el atrevimiento de sugerir que estás un poquitín interesado?

El clerigo escupió en los pies de Duleni, confirmación de que no estaba interesado, y que en cualquier momento lo enviaría a la mismísima mierda.

--Supongamos que Duncan, Derek y Lynn pudieran disfrutar de un nuevo compañero de juegos o, al menos lo intentaran transformar en un saco de arena para boxear. Supongamos que yo estuviera dispuesto a gastar tres cobres y un orinal por un inesperado chico-prodigio. ¿Qué problema hay con él?

--El problema --dijo el Señor de Ladrones, furioso, apretando la mano de Willian-- es que, si no consigo vendértelo, tendré que cortarle la cabeza y arrojarle a la bahía. Y tendré que hacerlo esta misma noche.

Entonces Duleni empezó a contarle los acontecimientos acaecidos en el principio de todo, como Willian le había robado a los ganchos dentados, sin que los esbirros de la reina pirata se dieran cuenta. A medida de que iba contando su historia, el clérigo enarco una sonrisa picara, algo muy inusual en alguien como el.

El clerigo se rascó la amplia barba, como si estuviera pensando.

--¿Así, sin más? ¿Sin precauciones?

--Sí, tal y como te lo cuento.

Duleni se llevó una mano a la parte delantera de su jubón, raído desde hacía incontables años, y extrajo de él una bolsa de piel, cerrada con una fina cuerda de la misma materia; la bolsa estaba manchada con el color rojizo de la sangre seca.

--Fui a ver a Vanes, uno de los comandante de la Reina, nuestra amada señora y le pedí permiso. Al chico lo matare y lo mandaré al manto frió del mar para que los tiburones se sacien con su delicada carne.




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