Blanco - Negro y Vida

Capítulo 4

Soledad

Paso tres días desde que llegue y esto me está aterrando, todas las noches no he podido pegar un ojo, por el miedo que puedan entrar y comerme hasta los sesos. Mi rutina en estos días han sido levantarme temprano, mirar siempre la ventana, comer lo que apenas queda en la nevera para que no se pudra y leer. Sé que me digo a mi misma ¨tengo que buscar a mi hermana, a mis padres¨ pero y si están muertos, y si no llego y muero y ellos están con vida. Habrán perdido, al igual que yo.

Un mes después

¡Rayos!, se me acabaron las toallas femeninas como también la comida, solo queda la enlatada. No puedo seguir así, vivir refugiándome en una casa, la luz se cortó cuando un grupo de zombis atacaron la casa de frente. Un anciano vivía ahí, me lamento no haberlo ayudado. Que cobarde soy. He sido.

Me visto con ropa abrigada, estamos a inicios de octubre, por suerte tengo ropa bien abrigada que me mantendrá caliente, recojo mi cabello en una cola y tomo el palo de escoba. Me encamino a la terraza y abro un poco la puerta para ver si no hay nadie, en mi patio no, me agacho quedando en cuclillas, abro la puerta de golpe y esta hace un ruido que mata el alma. ¡Maldición!

Me arrastro en cuatro patas y miro de reojo la terraza de los vecinos una puerta está abierta y las demás están cerradas. Me levanto y no hay nadie solo esa puerta que me tienta a cruzarla para ver si tienen toalla femenina y comido. Cruzo la valla de cemento del vecino y agarro bien mi palo. Miro a todos lados y bajo las escaleras que dan a los dormitorios, apunto y el corazón melate muy deprisa, todo está silencioso, sigo caminando viendo cuarto por cuarto y cuando entro al último un sonido me hace brincar, gr, gr, gr, se escucha, una mano se asoma por debajo de la cama y la piel se me pone de gallina.

Sigilosamente doy pasos hacia atrás y decido subir nuevamente las escaleras. La cobardía me gano así decido regresar a mi anticuado refugio llamado hogar. Me encierro y bajo a la primera planta de la casa, miro por la ventana de la cocina si hay ningún zombi. Últimamente no habido muchos recorriendo la carretera de la residencia, estoy segura que en las casas con  puertas cerradas hay gente refugiándose, no puedo ser la única o ¿si?. Me arrodillo en el suelo, porque el miedo y la culpa me están carcomiendo cada segundo. Un pitido me hace salta y ponerme en alerta. Observo la puerta del sótano, me incorporo y camino despacio, la abro y camino por el único pasillo corto que hay. El suelo está sucio y una cerradura se observa al final, esta media abierta.

-Acaso hay algo ahí abajo, mi padre ¿construyo un bunker?, la abro y pesa demasiado la tapa que está hecha de cemento, miro hacia abajo y hay una escalera de metal, me paso saliva por mi garganta- hola- mando una señal.

-¿Quien está ahí?- dice una voz femenina parece asustada. Me siento para bajar. No puedo creerlo hay alguien abajo y no me di cuenta. En qué momento pasó. Cuando toco el suelo. Miro si hay un interruptor, pero no lo encuentro.

-Me ayudas con la luz, ¿por favor?

-Dulce- dice esa voz y parezco que también reconozco su voz. La luz se prende y miro a la pequeña figura de estatura uno sesenta y cinco, mi alma, mi igual, como mi hermana y de mi misma edad dieciocho, Violeta mi prima.

Me acerco abrazarla como nunca, como si en todo este mes me hubiera faltado esta pieza de comunicación.

Ahora ya no estoy sola.

 

 

 

 

 




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