Paulina Scott es una genio doctora recién graduada de la mejor universidad de su país a sus 23 años es la una de las más jóvenes en su familia en obtener el título de doctora en cirugía, pertenece a una prestigiosa familia de cirujanos y dueños de diversos hospitales en este país, Paulina quien es la siguiente heredera de ese imperio, asumirá y se posicionará con el tiempo en la administración de estos hospitales, los cuales por ahora administran sus padres
No solo salió privilegiada con su estatus también con su rasgos físicos es una hermosa mujer de 1,65, rubia como el sol, sus ojos verdosos tan profundos y su piel blanca, aunque no tanto como la nieve
Solo ha tenido una relación en toda su vida, pero nunca congenió con él y no pasaron más de besos, aún en la actualidad se encuentra soltera y centrada en su carrera, no está buscando a nadie por el momento
Shanti Vega es una mujer encantadora, aunque solo con las personas que la conocen, es bastante reservada con personas desconocidas, ella es graduada de administracion de empresas, tiene 27 años, su estatura es de 1,59, ella posee diversos emprendimientos (negocios), los cuales le permiten mantener una vida cómoda y viajar
Shanti aunque no es rica, su estatus es medio y aunque ella no lo sabe posee unos lindos rasgos físicos, su cabello de color café claro, sus ojos de color café avellana y una piel que pareciera que siempre esta bronceada
Solo ha tenido una relación de tres días con un novio en la secundaria, aunque solo fue por pura curiosidad, actualmente esta soltera y se encuentra teniendo pequeños encuentros con diversas personas, aunque no es consecutivamente
Shanti por el momento no busca una relación está centrada en su crecimiento personal
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Shanti
Hoy será la primera vez que viaje a Londres. Estoy emocionada. Finalmente me he librado de mi hermana, quien siempre quiere estar pegada a mí. Creo que, poco a poco, está aceptando que ya tengo veintisiete años y que puedo explorar el mundo sin que se preocupe tanto. O al menos eso es lo que quiero creer.
Después de una semana en Londres visitando distintos lugares—en especial restaurantes, porque mis emprendimientos consisten en encontrar nuevas comidas para llevarlas a mi país o fusionarlas con ingredientes locales—, mi siguiente destino sería Estados Unidos. Quería visitar a mi hermana, a quien no había visto en dos años porque su situación en ese país no era del todo legal. Esos dos años habían estado llenos de videollamadas y llamadas telefónicas, pero nunca había logrado conseguir la visa para visitarla, ni ella había podido viajar de regreso.
Mientras esperaba en la sala de embarque del aeropuerto, escribía un mensaje para confirmar con mi hermana la hora de mi llegada. Sin embargo, una extraña sensación se instaló en mi cuerpo: alguien me observaba. Decidí ignorar ese sentimiento y concentrarme en esperar su respuesta. Tenía mis AirPods puestos y la música a todo volumen, así que decidí cambiar de canción para distraerme. Pero la sensación de ser observada persistía.
Esta vez sí le hice caso a mis instintos.
Levanté la mirada justo cuando bajaba el volumen de mis audífonos y, por primera vez, la vi.
Era la mujer más hermosa que podría existir.
Me quedé embobada, mirándola sin poder apartar los ojos. Estaba sentada justo enfrente de mí. Mi cabeza me gritaba que dejara de mirarla o pensaría que era una acosadora, pero mis músculos no respondían. No podía apartar la vista. Finalmente, logré hacerlo cuando la vibración de mi teléfono me sacó del trance. Era mi hermana, deseándome un buen viaje y asegurándome que me estaría esperando a mi llegada.
Quise volver a verla, pero el aviso de abordaje me lo impidió. Y peor aún: cuando observé que ella se levantaba y salía corriendo, sin siquiera esperar a que el anuncio terminara.
Una vez dentro del avión, inicié una búsqueda disimulada de su asiento. Fingí ir al baño para buscarla en mi sección, pero cuando no la encontré, me di cuenta de que seguramente estaba en primera clase. Traté de filtrarme, pero una azafata me detuvo y me regresó a mi asiento. No me quedó más remedio que disculparme y resignarme a pasar el vuelo con la duda de quién era aquella mujer.
La azafata sospechaba de mis intenciones y me vigiló todo el trayecto. No hubo forma de escabullirme.
Paulina
Llegué a Londres hace dos días para asistir a un seminario importante sobre cirugía. Después de varias charlas, mi energía estaba completamente agotada. Solo quería llegar a mi departamento y dormir por horas. Sin embargo, mi descanso estaba ahora a miles de kilómetros sobre el mar... y también interrumpido por la imagen de la hermosa chica que, sin planearlo, había visto tres veces en este viaje.
La primera vez la vi cuando me robó un taxi. Yo había levantado la mano para detenerlo, pero ella se adelantó y se subió antes que yo. Ese día me quedé entre enojada y frustrada.
La segunda vez fue esa misma noche, en un restaurante. Estaba sola y pensé en reclamarle por el taxi, pero cuando me acerqué, algo me llamó más la atención: la enorme cantidad de comida chatarra en su mesa. Era una selección poco saludable, y me sorprendía que alguien pudiera comer tanto de una sola vez.
La tercera vez la vi afuera del edificio donde se realizaba el seminario. Al principio, llegué a pensar que me estaba siguiendo, pero deseché la idea. Era imposible. Las veces que nos habíamos cruzado, ni siquiera me había mirado. Siempre estaba absorta en su teléfono, sin prestar atención a su alrededor.
Y ahora, como si el destino estuviera jugando conmigo, estaba nuevamente en frente de mí.
Llevaba puestos unos audífonos inalámbricos y escribía en su celular, sonriendo de vez en cuando. Probablemente mensajeaba a su pareja. Aunque no lo sabía con certeza, parecía lo más lógico.
Vestía unos jeans holgados, un enorme saco y unos lentes. Ahora que podía observarla con detenimiento, noté detalles en su rostro que antes había pasado por alto. Tenía pequeñas marcas casi imperceptibles y una cicatriz en la ceja izquierda. Sus labios eran rosados y brillaban ligeramente cada vez que los humedecía.
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Editado: 11.03.2025