Recuerdo que estábamos sentados en el sillón mirando una comedia y no dejábamos de reír. Siempre me gustó tu risa, era particular, aunque ruidosa y se te hacía una mueca rara. Luego decidiste mirar una película de drama, tal vez querías sentir varias emociones, no lo sé, pero pasaste de reír a llorar desconsoladamente. Yo sinceramente no le presté mucha atención porque me gustaba mirarte. A la mitad te dormiste.
¿Te acordás que te despertaste a mitad de la noche pegando un grito porque estabas desorientada y creías que estabas en un hospital? Y te enojaste y lloraste, hasta que te diste cuenta que era nuestro living. No sé qué habrás soñado, pero me asustaste y fui corriendo a abrazarte. Perdón por no llevarte a nuestra habitación, no quería despertarte.
Nuestros días eran sencillos pero especiales. No teníamos muchos motivos para pelear y solo buscábamos pequeñas discusiones o nos molestábamos con bromas, para hacer más interesante el día. Nunca voy a olvidar cuando le puse mayonesa a tu pote de crema facial. No me hablaste por un día. Pero bien que te vengaste después. Sin embargo, un día fue diferente y sacamos un lado que ninguno conocía del otro. Un lado que hubiese preferido no conocer nunca…
No sé por qué decidimos gritarnos y discutir así en un auto. ¿No podíamos esperar a llegar a casa? De esa manera no hubiésemos terminado así.
Ayer salí a caminar y te encontré sentada en una hamaca. Salí a buscarte porque no estabas en casa. Te pregunté qué sucedía y no me respondiste, pero no me importó y respeté tu silencio. Simplemente me senté en la hamaca de al lado y ambos nos quedamos mirando hacia el frente sin decir nada. Estuvimos cerca de veinte minutos así, hasta que te levantaste y te fuiste. Yo te seguí y caminamos un rato. Siempre tuviste mucha elegancia para caminar y los vestidos resaltaban tu figura.
Llegamos a casa y me abrazaste y me pediste perdón. Perdón por no sé qué, aunque te veías muy angustiada y culpable. Me dijiste que no me preocupara, que no había otro (no se me había cruzado por la mente) y que tampoco estabas embarazada. Me reí de forma relajada y te besé. Te dije que todo iba a estar bien y que cuando quisiera me podías decir qué sucedía.
Decidí cocinarte unas papas fritas con queso fundido que tanto te gustaban y te dejé elegir la película para ver esa noche: Alicia en el país de las maravillas. Sinceramente nunca fue una película que me llamara la atención, sin embargo, verla se convirtió en una costumbre de nuestros días. Nunca entendí por qué querías mirarla todo el tiempo, a vos no te gustaba mucho la idea de ver siempre las mismas películas y si no había nada nuevo o nada interesante, buscábamos una serie.
Recuerdo que, al día siguiente, volviste a desaparecer. Me levanté de una siesta y no estabas, tampoco respondías el teléfono. Me preocupé, aunque supuse que te encontrabas en el mismo lugar, por lo que fui a buscarte ahí y, efectivamente, estabas en la hamaca. No obstante, esta vez, tu piel era más brillante y blanca. Toda tu vida fuiste blanca, no es algo que me sorprendiera o sí, ya que estábamos en verano y odiabas verte pálida, todo el tiempo buscabas el sol para tomar un poco de color. Esta vez no te vi preocupada.
Me acerqué y te tendí mi mano. Me miraste, sonreíste y te levantaste. Volvimos a caminar sin decir nada, llegamos a casa, te cociné y miramos la película. Al día siguiente la situación se repitió. Esta vez tu piel estaba aún más blanca, ¿cómo era posible? Y llevabas un sombrero. Odiabas los sombreros. Pero eso no era lo más llamativo, te habían crecido alas o ¿es que me estaba volviendo loco?
Llegué a la hamaca y te acaricié, estabas fría, muy fría. Parpadeé varias veces, pensando que estaba soñando. Quizás estaba viendo demasiado Alicia en el país de las maravillas. Me sonreíste nuevamente y lloraste. Me pediste perdón. Te pregunté por qué te habías puesto alas. Te dije, bromeando, que las fiestas de disfraces no eran en esta época. No te reíste sino que miraste para otro lado, te levantaste, y comenzaste a caminar. Tus pasos eran más suaves, parecía que no tocabas el suelo. ¿Qué me pasaba? Traté de no prestarle atención y continué con nuestra rutina que, a pesar de que a cualquier persona le cansaría, a mi me gustaba cada vez más.
Luego te volviste más transparente, tus alas más potentes y ya no caminabas, volabas o eso parecía. Realmente pensé en ir a un psicólogo, definitivamente me estaba volviendo loco, mas me daba miedo decírtelo. Sobre todo porque me volvía loco por vos.
Un día cambiaste la rutina, me dijiste que no querías comer y preferiste ver lo que yo quisiera. No le presté mucha atención, por lo que comí solo y elegí una serie de comedia. Tenía ganas de ver algo corto y divertido.
Esa noche quise que no durmieras sola en el sillón. Nunca me había preocupado el hecho de que durmieras ahí y no conmigo en nuestra cama. Simplemente te dormías y no me gustaba despertarte. Pero esta vez quise sentirte y me quedé abrazándote toda la noche.