Blix Max

Capítulo 1: Introducción

El sonido de una alarma comenzó a resonar dentro de la habitación. El día había comenzado. 
—¡Buenos días, señoritas! —un hombre pasó golpeando cada barrote de las camas—. ¡Ya levántense, que el día es corto y el entrenamiento largo!  
Todos comenzamos a levantarnos y a ponernos en posición de firmes.  
—¡En mis tiempos como recluta no se nos daban tantos privilegios! ¡A las cinco para las cinco ya nos tenían parados! —el hombre regresó a la puerta—¡Saluden! -exclamó con voz fuerte. 
—¡Buen día, Capitán Hutchinson! —Repusimos. 
El capitán Harry Hutchinson. Un hombre de buen carácter y amigable con los reclutas, pero toda una máquina andante cuando de entrenamiento y capacitación se trata. 
—¡Rosales! —El capitán comenzó el pase de lista. 
—¡Presente!
—¡Brady!
—¡Presente!
—¡Braun!
—¡Presente!
Y ahí vamos de nuevo, semana nueva, día nuevo y dinámica no tan nueva. 
La rutina diaria consiste en levantarse, pasar lista, ir a la plaza, entrenar... Bueno, ya saben, todas esas vainas que hace un militar. 
—Y por último —el capitán llegó a mi lugar, levantando la vista y dándome una mirada de pocos amigos—. ¡García!
—¡Presente! 
Hutchinson terminó de confirmar la lista, regresando su vista hacia nosotros. 
—Muy bien —el capitán guardó la tablilla entre su axila—. Todos están presentes —nos observó durante unos segundos—. ¿Qué esperan, que los lleve de las manos? Todos a la plaza, ¡AHORA! 
Todos salimos a trote del dormitorio.

Mis compañeros y yo estábamos en posición de firmes como cualquier lunes. 
Al sonar de la campana, todos seguíamos guardando la postura, el momento del homenaje había llegado. 
Del balcón del edificio principal, salió un hombre de aproximadamente cincuenta años. El sujeto que salió de aquella puerta del balcón, se trataba de nada más y nada menos que del Capitán General Kerry Robertson. 
—¡Buen día, soldados! 
—¡Buenos días, general! —respondimos todos los presentes. 
—Como bien saben —Prosiguió el General—, desde que partimos de nuestro apreciado planeta... 
Y allí va de nuevo: a hablar del viejo mundo, la obligación y el sentimiento de ser un soldado, la tarea de reconquista... Puras palabras vacías que intentan dar aliento a esta causa perdida. Es cierto que muchos de aquí estamos por petición de algún familiar, por decisión o por pura obligación. Sea como sea, al final de cuenta solo estoy rodeado de pura carne de cañón. 
—¡Y recuerden, soldados, estamos aquí para luchar por un mejor mañana! —Robertson finalizó levantando la mano en señal de victoria. 
Terminado el acto, el capitán Hutchinson nos llevó a la pista de atletismo.

El capitán estaba afinando los últimos detalles para comenzar con la clase, pasando unos segundos y de confirmar apuntes, prosiguió. 
—En la clase de hoy trabajaremos resistencia física y conocimientos básicos de supervivencia, ¿Alguien quiere decir algo? 
—¡Yo, capitán! —habló Braun. 
Charly Braun, hijo de padre Canadiense y madre Mexicana. Tiene todo el porte de un leñador de árbol de Maple, pero todo el albur de albañil mexicano. 
—¿Si, soldado? 
—Dígale a Rosales que no se vaya a desmayar otra vez, por favor —negaba con la cabeza en señal de broma—. Pinche gordo cayó de madrazo hace dos días. 
—¿De madrazo? ¡Si parecía que se estaba hundiendo el Titanic con todo y el Iceberg! —interrumpió Brady. 
Roy Brady, joven "legítimo americano". Perdió a sus padres durante los eventos de la operación Thunderbird Hatch. 
—¿Quieren pelea, perros? —Rosales se levantó de golpe. 
Roberto Rosales, joven con sobrepeso y de nacionalidad mexicana —¿Lo normal, no?—. Podrá ser algo lento en ejercicios físicos, pero nos deja pendejo a todos en conocimiento de arma de fuego. 
—¡Échale, pues! -dijo un Braun retador, a punto de entrar a los golpes. 
—Abusado que ya se enojó el gordito —hable sin temor a las represalias. 
Rosales y Braun se encararon frente a nosotros, pero antes de entrar de lleno a los golpes, Hutchinson los separó. 
—¡Detengan este estúpido relajo, carajo! —empujo a cada uno hacia un lado—. ¡Son la siguiente generación de Jumpers y siguen pareciendo niños de kinder!  
—El comenzó, capitán —afirmaba Rosales. 
—Yo qué, wey —respondió Roy.  
—¡Basta! 
Hutchinson observó a todo el pelotón. 
—Solo por este relajito, serán diez vueltas a la pista, después quiero cien lagartijas y por último doscientas sentadillas con salto. 
—¡Pero capitán! 
Intentamos hacerle presión, pero a como dicen los ruedos de los palenques de gallos: "El fallo del juez es irrevocable". Así que no tuvimos de otra más que hacer lo que nos pidió.

Un rato después y con una buena mamuquiza ya pegada, regresamos... Pero no a los dormitorios, sino a seguir con el arduo día de entrenamiento. 
Retornamos la clase de supervivencia. 
Hasta el momento, ya vimos sobre cómo prender fuego de distintas formas, a cazar con armas y trampas hechizas, información sobre plantas medicinales, etc. Lo básico para no morir y darle las nalgas a la naturaleza en tres días. 
—Ahora que ya sabemos todo lo necesario para sobrevivir en ambientes hostiles, solo falta algo que es de mucha importancia. 
Hutchinson dió una pausa, cambiando el semblante de su rostro, cómo queriendo a darnos a entender si ya suponiamos lo que nos quería decir. 
Y aunque lo supiéramos no íbamos a decir nada, pues todos presentaban el miedo del estudiante de primaria: ese dichoso pánico que aparece en la típica pregunta de una clase aleatoria, cuya respuesta sabes pero eres tan penoso e inseguro de hablar que nunca la terminas de decir. 
—¡Vamos a prácticas de campo, para que entiendan, carajo! 
Todos respondimos con el típico "ahhhh"
—Ya tengo la aprobación del General Robertson, por lo que mañana saldremos a las quinientas horas a la montaña más cercana. 
—¿Big Mountain? —pregunté. 
Hutchinson asintió. 
Los semblantes y la actitud de los demás reclutas cambiaron de forma abrupta. Oraciones como la de "está loco", "nadie ha sobrevivido más de un día en ese lugar", aparecieron en el ambiente. 
—Tranquilos, soldados —todos préstamos atención—. Llevamos con nosotros a una escuadra de Jumpers experimentados en nuestro resguardo. Además —hizo una pausa y nos dió una sonrisa, muy rara, por cierto—. Este será su última prueba para convertirse en aspirante a pata blanca.




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