Antes de que llegara el toque de la corneta, casi todos los del pelotón ya nos encontrábamos de pie. La emoción de la noticia nos otorgó un despertador automático, de esos que aparecían en el bus donde te quedabas dormido y te hacía despertar en tu parada.
—Buen día, compañeros —saludo Brady.
Todos le respondimos.
—¿Listos para ser un pata blanca? —preguntó Braun.
—La verdad es que yo quiero que me pasen directamente a patas amarillas, pero si para llegar a patas verdes necesito de esto, pues tendré que hacerlo. —respondió Rosales.
—Vas que vuelas con esa imaginación, gordito -dijo Braun.
Rosales le quedó viendo con mucha seriedad.
Todos estábamos esperando a intervenir en caso de pelea, pero al final de cuenta no sucedió nada. No porque no hayan querido, sino porque entró el capitán Hutchinson.
—¡Vaya! —dijo con cara de sorpresa—. ¿Y qué milagro que los señoritos están despiertos?
—Es que nos beso la cucaracha, capitán. —le respondí con la intención de ver su reacción.
—Eso ya no es novedad, García. Con los vírgenes como tú cualquier cosa se puede esperar.
Ese comentario me hizo pedazos y me dijo mi verdad.
Las mochilas listas, los motores calentados y con el equipo de protección en posición; Hutchinson dió la orden de salida.
El camino a Big Mountain es conocido por ser muy escabroso: baches, derrumbes constantes, fauna desconocida y mayormente agresiva; todo eso es lo que nos espera hasta la base de la montaña.
Tardamos aproximadamente dos horas y media en llegar a Big Mountain. Al pie de la montaña, se encontraba una base militar muy básica, si es que podemos decirlo así. Contaba con cinco edificios: Dos torretas, un edificio central, los dormitorios y los baños. Protegiendo a ella, un sistema de mallas desparramadas a su alrededor. Parecía más un set de grabación de película gringa de bajo presupuesto que una base militar.
—Bien, muchachos —Hutchinson paseo su vista entre nosotros—. Hemos llegado —afirmó el capitán.
Todos descendimos de los vehículos.
En la entrada, una oficial de sexo femenino nos dió la bienvenida.
—Jóvenes -habló el capitán-, quiero presentarles a la oficial de primer mando Helen Meyer.
La oficial no tardó en hacer su presentación y su buen discurso que todo superior debe hacer.
Por órdenes previas del capitán, todos nos pusimos en fila con posición de firmes.
—Oye García —me susurró el legítimo americano.
—¿Qué quieres, Roy? —le respondí de la misma manera.
—¿Sabes quién es ella?
Le negué ligeramente con la cabeza.
—Aparte de su nombre, ni idea de quién es.
—¿Quieres saber? —me preguntó.
Le solté una mirada que el mismo entendió ¡¿Pues para que chuchas no me suelta la información desde un principio!?
Me respondió con una ligera sonrisa de Sony vergas.
—Helen Meyer —me comentaba—, una de las diez oficiales de primer mando en función. Formó parte de los pata blanca a los 13 años...
—¿Tan joven? —interrumpí.
—¡Cállate!
Me respondió con un tono alto, el cual algunos notaron, pero nadie dijo nada.
—A los dos años se graduó a patas amarillas con honores en tácticas defensivas. Ese mismo año llegó a patas chorreadas, posteriormente...
—¡No mames! —volví a interrumpir
—¡Que te calles, chingada madre!
Está vez nuestras voces lograron llamar la atención, acaparando la vista de mis compañeros, del capitán y de la oficial.
—¿Quiere contarnos algo, García? —me preguntó Hutchinson.
—No, nada, Capitán —afirmé a la pregunta de mi superior.
Volvimos a prestar silencio y postura, pero la duda me comía, así que le volví a preguntar a Roy sobre Meyer.
—Si me dejas terminar con todo gusto te digo.
Le asentí de manera repetida.
—Bien, como te decía —pausó durante unos segundos, pues parecía que no recordaba lo que ya me había dicho—. Meyer llegó hasta pata azul y ya estaba a nada de lograr a ser pata verde, el rango más alto entre los Jumpers. Pero —volvio a hacer una pausa—. Se sabe que en la última misión que hizo como pata azul, fue la más desastrosa y la que hundió su aspiración a pata verde...
—¿Que fue lo que pasó?
Me volvió a soltar una mirada sería. Dando señal de que si no me callaba, ya no diría ni una sola palabra.
—Lo que...
Fuimos interrumpidos por Meyer, quien dió orden de avanzar a instalarnos en la base.
—Después te digo —me dijo.
—Esta bien -le respondí.
Entramos a la base, en donde la oficial se tuvo la molestia de mostrarnos las instalaciones.
Que bueno que nos las mostró, porque de tan grande que es alguno de nosotros se podría perder con facilidad entre sus paredes.
Al final de recorrido, Meyer abrió una puerta de los dormitorios.
—Y aquí se quedarán ustedes -nos dijo.
Entramos y en su interior encontramos unas literas todas pal perro, con colchones con hoyos y algunos que, se les podía notar los resortes bajo la cubiertas, ventanas y paredes con rastros de humedad. En fin, una pocilga hecha cuarto.
—Gracias por su amabilidad, primer oficial. Si nos permite, nos vamos a instalar —comentaba Hutchinson a Meyer.
—De nada, cualquier cosa, haga favor de avisarme, capitán.
Meyer se retiró dejándonos en el cuarto.
Hutchinson volvió la mirada a nosotros.
—¿Qué les parece el lugar, chicos? —preguntó el capitán.
Nos miramos entre nosotros y después le devolvimos la mirada.
—¡Esta de la verga! —le respondí
—Creo que está mejor el basurero del cuartel que estás habitaciones —afirmó Rosales.
—Opino lo mismo, capitán —complementó Braun.
—Tampoco les dije que iba a ser un lugar muy cómodo, ¿O esperaban un hotel cinco estrellas? —nos contestó.
Decepcionados, cada quien tomó una de las camas y desempacó sus cosas.
Cuando terminé, decidí salir del edificio.
Llegando a la zona central de la base, logré visualizar a un joven que se encontraba sentado en posición de loto. La verdad, es que parecía de esos monjes shaolin, pero solo que éste tenía pelo y no era tan chino. Así que, sacando unas papas que tenía en mi bolsillo de mi pantalón, decidí a observar su rutina de entrenamiento.
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Editado: 02.11.2020