El conserje continúa sonriendo normalmente y con toda la tranquilidad del mundo, como si nada estuviese pasando. Observo fijamente la mano en la cual sostiene el cuchillo y mi respirar se vuelve agitado. Él se da cuenta de que lo estoy mirando bastante confundido y asustado por tener ese objeto filoso apuntando hacia mí, así que inmediatamente reacciona. Mira su mano y se da cuenta el porqué de mi expresión.
—¡Ah, qué tonto soy! Disculpe joven. Espero que no se haya asustado y no que haya pensado mal. Sólo estaba tratando de abrir la tapa de esta botella del alcohol, ¿lo ve? —me dice mientras toma una botella transparente de la mesa.
—No se preocupe —comento más tranquilo, pero aún con algo de incredulidad—. Pero ya me tengo que ir. —Me pongo de pie.
—¡Espere! Debo desinfectarle las heridas que tiene. No vaya a ser que le ingrese una bacteria.
—¿Cuáles heridas? —pregunto confundido.
—La que tiene en la cabeza y los raspones en las manos. —Toma una bolsa de algodón—. Cayó muy duro al suelo joven, debe tener más cuidado la próxima vez.
—No es necesario señor Richard, yo puedo hacerlo en mi habitación —le contesto para evitarlo. Sé que si en algún momento tuve heridas, ya se han curado.
—No, no le dejaré ir hasta que me asegure de que esté bien. Usted ha sido muy bueno con mi hijo y quiero pagárselo de algún modo.
Finjo una sonrisa y me siento en una silla de madera del comedor a petición de él, pero lo hago cerca de la puerta, ya que si empiezo a verlo muy sospechoso, podré huir más fácilmente. Ya pronto me iré de aquí e intentaré no regresar. Ya he tenido muchos problemas en esta pequeña cabaña.
El conserje toma un guante celeste de plástico y se lo coloca en su mano derecha. Luego agarra una botella de alcohol y posteriormente toma un trozo de algodón. Me mira y sonríe, lo cual me parece extraño. Parece estar muy sonriente.
—Bien. Comencemos con la herida de la sien. Esa es la más importante.
Con los objetos desinfectantes en mano, empieza a revisar mi cabeza buscando la supuesta herida que me hice al caer el suelo. Siento como sus manos recorren suavemente mi cabellera, haciendo que haga un intento por quitarme sus manos de encima sacudiendo mi cabeza, pero no funciona. Al sentir sus manos sobre mí, me recuerda al reciente sueño que tuve, en el cual él y Dressler estaban por cortar mi cabeza, pero aprieto los ojos y aparto esos pensamientos de mi mente. Debo tener claro que sólo fue una pesadilla... sólo eso.
Siento que trata de quitar mi cabello negro con sutileza para poder ver más a fondo mi cuero cabelludo y así lograr encontrar la supuesta herida, pero creo que tampoco le funciona. Veo que frunce el ceño extrañado mientras quita sus manos de mi cabeza delicadamente, ya que esa herida ya no existe.
—Qué extraño... Yo juro que le vi una gran herida en la cabeza —pronuncia pensativo—. Lo extraño es que no derramó sangre, pero bueno, lo más seguro es que no vi bien y me confundí. Veamos ahora sus manos. Me imagino que allí también ha de tener algunos raspones.
Le muestro mis manos mordiendo mi labio inferior. Sé que allí tampoco encontrará nada.
—Esto es muy confuso —dice mientras rasca su cabeza, ya que mis manos están intactas.
La piel de los vampiros posee un poder curativo más eficaz que el de la piel humana. Por lo general, un pequeño rasguño en alguna parte de la cara de un ser humano durará como mínimo una semana para eliminarse, y eso que no del todo. Muchas veces quedan marcas que tardan hasta un mes en desaparecer, e inclusive algunas quedan para siempre, algo que es imposible de ver en el cutis de los vampiros. Una simple cortada no durará más de un minuto en cicatrizar, e inclusive en segundos posteriores ya no habrán rastros de ella en nuestra piel.
—Señor, será mejor que me vaya —le digo mientras me pongo de pie de forma rápida.
—¿Pero ya se siente bien? Creo que debería quedarse un momento más, sólo por precaución. No es normal que se desmaye de la nada, joven. —Se pone de pie, pero él lo hace de manera lenta.
—Estoy bien. Ha de ser porque no he desayunado —miento mientras me acerco a la salida—. No es nada del otro mundo.
Abro la puerta de la vivienda y salgo al exterior expulsando una gran cantidad de aire proveniente de mi interior.
La he librado.
Trato de controlarme y comienzo a caminar para alejarme de allí cuanto antes, pero en eso recuerdo la razón por la cual vine aquí: el trapo de piso. No puedo regresar a la clase sin él, ya que ese fue el motivo por el cual cual salí de ella, así que, sin muchas ganas de regresar, me doy la vuelta y me encamino de nuevo a su cabaña. Él está por cerrar la puerta, así que camino rápido para impedírselo.
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Editado: 16.11.2019