3 de enero de 2013
El coma era evidente.
Nev llevaba dos días sin otra señal de actividad aparte del sonido que hacía el electrocardiógrafo y Liv no se despegaba de la camilla hablándole insensateces, designios en sus típicos diálogos. Sus ojos aceituna teñían el exterior de un cristal rojo y mojado de lágrimas desabridas e intermitentes que comenzaron aquella madrugada. La culpa la estremecía, que se pasaba las noches acurrucada en un rincón mordiendo sus labios para no hipar. Estaba devastada, igual a los Sres. Wheeler que dormían en su auto afuera del hospital rezando por que su hijo se despabilara.
—¿Me escuchas? Si me escuchas, ¿por qué no respondes y vamos por unos helados? —preguntó apisonando con sus puños las sábanas blancas, admirando la palidez de quien le transmitía apacibilidad y brío aun sin moverse—. Yo los pagaré.
Nev consiguió en innumerables ocasiones que ella experimentara el júbilo, y no con halagos ni discursos alentadores, sino por ese andar despistado y la cualidad pausada de explicarse. Era dificultoso describirlo cuando cualquier impresión próxima a sus ideas era asociada a él, desde el verano en las costas australianas hasta los inviernos despiadados amontonados en aquellos iris azules.
—Si me amas del modo en que yo lo hago contigo, levanta tu cochino trasero y desfilemos desnudos por la plaza central. Es nuestra meta existencial, ¿no? —insistía.
Realmente estaba ahí molestándolo como él la fastidiaba a primera hora para obligarla a ponerse guapa e ir al colegio. Él era de los que no se acobardaba, incluso con un cuchillo incrustado en la columna la recogería puntual o con quince minutos de anticipación.
—Te quedarás conmigo siempre, ¿verdad?
Sus yemas resbalaban mansamente por el gélido brazo del niño grande que era Nev. Quería abrigarle y sanar su cuerpo como él curaba el suyo, Liv deseaba ser ella la que estuviese postrada en esa cama.
—Eres mi ángel guardián, y lo sabes —mencionó entre sollozos con la energía escapándosele en cada suspiro.
—Lo soy, Liv. Ahora estoy seguro —susurró y ni siquiera lo oía.
Nev residía adosado a ella desde que se salvó de la muerte. Nev la acosaba como un espíritu sin rumbo alguno. Tenía mil interrogantes de por qué no reaccionaba y la consolaba. ¿La medicina funcionaba? Sí, mas los propósitos celestiales eran terriblemente complicados de descifrar.
—Al fin lo aceptas —comentaron a su espalda y volteó chocando con una mirada azulada, combinación de océano Atlántico y un cielo despejado—. Ángel Nev, seas bienvenido nuevamente.
—¿Perdón? —Rio extrañado—. Tú eres un invento de mi inconsciente para que reflexionemos de por qué me pasan estas desgracias, ¿cierto? —El ser de luz, que se hallaba contiguo a él, sostuvo la refutación—. Pues no es necesario, es mi menester protegerla, sencillo.
—No entiendes, tú la protegías porque eres su...
—Porque la amo, lo sé.
—¡Eres su ángel de la guardia! —bramó el de belleza indescriptible para la vista ordinaria; cabellos brillantes y piel que emanaba fragancia a campos de manzanas en jardines de orquídeas.
—Entonces revíveme y seguiré mi trabajo —bufó sentándose al lado de sí mismo—. Quiero abrazarla y decirle que estoy bien, que estamos bien y que lo estaremos —caviló en voz alta.
—La materia terrenal no te corresponde, Nev. Somos creación del amor y misericordia de Dios. Somos protectores etéreos de los hombres, y no vinimos para enamorarnos de ellos, vinimos para...
—Cuidarlos —completó incapaz de arrebatarle la maldita angustia. Nev escrutó sus manos translúcidas y el aura de lo imposible. Olía los colores, veía los olores—. Me desvanezco, ¡¿qué me sucede?! —exclamó acercándose al mensajero.
—He traído tus valientes crónicas para que decidas —señaló su cabeza—. Si escoges ser el adolescente que eras, morirás y reencarnarás, pero no te acordarás de la Srta. Liv ni de lo que hubieses vivido en estos 16 años; ellos te enterrarán en el ayer y nadie sabrá quién fuiste; no la ampararás más y se te asignará otro recién nacido. —Giró sobre su eje y caminó hacia el ventanal para apreciar el clima agradable de fuera—. Si renuncias a la carne, continuarás siendo su protector, aunque ella no percibirá tu presencia, la acompañarás dondequiera que vaya; calmarás sus penas de amor, batallarás contra sus demonios internos, la guiarás con tu libre albedrío... Y también serás relegado con el transcurrir de las estaciones.
—¡¿Por qué debo consentir que no me pueda recordar?! ¡No quiero perderla! —reivindicó iracundo, y de fondo el llanto de Liv que no era partícipe en la discusión.
—Tu falla ha sido enmendada. —Reveló un dije de oro con la figura de dos alas doradas—. Están listas para regresar a su portador original.
—¡¿Qué rayos?! ¡Yo no soy un ángel! —arguyó con el objetivo de golpearlo; sin embargo, el otro fue veloz y, desde una arista inalcanzable, lo observaba con el semblante ocioso. Nev se estrelló contra la cerámica encogiéndose abatido—. Esto es tan... tan raro. ¡Estoy loco! —Carcajeaba con demencia y halaba sus hebras a tal punto de intentar arrancárselas—. No merezco morir, soy bue... bueno.
—De igual manera morirás, tú eliges —persuadió atisbándolo el que no aparentaba más de treinta en edad—. Tus opciones son inamovibles —remató y, como apareció, se esfumó en un pestañeo.