3... 2... 1...
Los fuegos artificiales saludaron a un 2013 que se pronosticaba mezquino, claro, según los planes como pareja que tenían Nev y Liv; asaltar un banco de esperma, explorar la selva amazónica y resolver un enigma del milenio. Sí, jóvenes, desatinados e ilusos los referían sus padres.
—¿Qué tan lejos deambularemos, Liv? Me arden los pies —refunfuñó Nev deteniéndose a mitad del callejón.
—Hasta que no sintamos más —vociferó.
Y siguieron, exudando, sin aliento, huyendo de lo plural a lo individual. La cúspide del rascacielos estaba allí; entre las calles solitarias, los muros sucios y el olor a espray. Eran unos vándalos que pintaban mensajes de «amor y paz» en paredes feas como decorativos.
—He estado pensando.
—¿En qué? —Liv ladeó su cuello recorriendo las fisuras de los grafitis con símbolos ininteligibles.
—Deberíamos volver a casa, es tarde, muy peligroso —azoró—. Tengo un mal augurio. —Sobaba su antebrazo como síntoma de inseguridad ante esos iris prepotentes e inadaptados. Esa sensación no se corrompía, ella originaba huracanes en su cráneo y azúcar en su boca; era adictiva, quizá más que la droga.
—¿Tienes miedo? —fisgoneó burlona. Una temeraria.
—De no estar en el lugar y a tiempo para protegerte, sí. Porque por ti recibiría una bala en el corazón. —Su índice presionó sutilmente en el tórax de Liv y fue ascendiendo con pereza a su mentón.
—Qué exagerado, eso es bastante improbable —mofó reculando con su verde colonizando al azul. Lo amaba, al mismo nivel o más que su imprudencia.
—Vámonos, ¿quieres? —Liv rodó los ojos y se avecinaba floja, mas se heló cuando un «encapuchado» salió de entre las sombras y se detuvo justo detrás de Nev—. ¿Qué vis...? —Volcó y calló inmediatamente por la punta del revólver en su frontal.
—Dinero, celulares y tus zapatos —demandó el tipo que desprendía un asqueroso tufo a alcohol. Sus facciones eran indistinguibles con la luminaria tenue—. ¡Ahora!
Se deshacían de sus posesiones, pero Liv erró, hizo contacto visual y el ladrón se vulneró.
—¡Cómo te atreves! —regañó propinándole un manotazo que la derribó al asfalto—. Te-tendré que matarte, niña necia —amenazó trastrabillando y haló el gatillo. Ella esperaba plañendo a que el proyectil la traspasara, sin embargo, Nev caía de rodillas palpándose el pecho, siguiendo la lentitud con que su camisa se teñía de guindo.
—Ne... Nev, no... ¡Nev! —gimió colocándose de sentadillas frente a su novio que sonreía de lado con sus yemas asiéndola un tanto mareado.
—¡Mierda, yo...! —El agresor tiró lo que robaba y desertó trompicando. Su primer asalto, su primer homicidio.
—Tú sabes que te amo demasiado, en serio lo hago —pronunció con el tacto entorpecido en el carrillo derecho de ella. Su hemorragia estaba manchándola, y aun viendo a las luciérnagas desvanecerse su universo se sabía fasto—. Perfectamente literal, ¿no? —Rio adolorido tumbando su cabeza en las clavículas de Liv que, temblando, tecleaba por ayuda. Siquiera supo dar bien la dirección con su voz entrecortada cuando la recepcionista al otro extremo requería exactitud.
—No me vayas a dejar, por favor —imploró hundiendo sus dedos en los cabellos de él—. No me imagino sin ti, te prohíbo irte, ¿entiendes?
—Hace frío y tu piel es reconfortante —balanceó empalideciendo—. ¿Habrá un más allá?
—Tiene que, sino, sino no tengo por qué estar aquí —alegó para prolongar su lucidez, él solo vislumbraba el negro.
—¿Listo? —Ese timbre refinado lo identificó; y tras hallar nitidez, el panorama era distinto: misma ciudad, época remota. Liv no existía, no había incrustada ninguna bala en él y la gente circulaba enfundando vestimentas más abrigadas. Por la publicidad en las gigantografías y los afiches de productos que ya no había en el mercado serían los noventa, puesto que la chica que viajaba con él, o delante de él, usaba un discman.
—No te distraigas, ella es tu responsabilidad, Nev. Hoy es un día tentativo para el infierno y puede significar desdicha y deshonra para ti, Iam te conminó: «¡No seas negligente!». —Invirtió su anatomía para toparse con su doble a una longitud prudente.
¿Por qué me veo a mí mismo? ¿Quién es ella?
—Sorah, es hora de almorzar. —Aquel le susurró a la niñita que aferró una de las correas de su mochila al hombro. No excedía los doce y uniformaba como alguien de primaria, además de unas trenzas desprolijas en su oscura cabellera… y un bastón.
¿Estoy viendo a una hermana que nunca tuve? ¿O es mi marioneta? ¿Por qué no dejo de seguirla? ¿Por qué cru...? ¡El auto!
Cruzaban la avenida con el semáforo en rojo y Nev se percató muy tarde del automóvil que zigzagueaba de carril. El diminuto cuerpo de Sorah volaba a metros del paso de cebra y la muchedumbre se aglomeraba con su exyo alcanzando a la pequeña que yacía irreconocible. La escena le aterró, sus calzados se adhirieron al concreto y su sistema nervioso no obedecía.
¡¿Qué estoy viendo?!
Alboroto y uno que otro sensato llamando a una ambulancia y a la policía fueron la continuación.