Sus pasos resonaban en las entrañas de aquel profundo y tenebroso bosque.
El miedo era lo único que era capaz de sentir mientras corría sin sentido. Llevaba tantas horas corriendo que sus piernas le empezaban a arder. Era una sensación terriblemente desagradable que había ido bajando hasta las plantas de sus pies. Cada vez que pisaba el suelo húmedo y resbaladizo, sentía como si la suela desgastada de sus zapatos estuviera hecha de un acero incandescente que le abrasaba los pies. Era una horrible tortura. Pero no podía parar, si se detenía, estaba segura de que la capturarían y la matarían. Aunque se sintiera cansada y derrotada, cualquier cosa era mil veces mejor que volver de ese lugar.
Se dio ánimos a sí misma y siguió corriendo, obviando las terribles ganas que tenía de tirarse al suelo y descansar sobre el pasto húmedo y fresco, y dejarse arrastrar por esa situación hasta su perdición. No podía permitirse flaquear y mucho menos ahora que estaba tan cerca de ser libre. Si lo hacía todo el esfuerzo que había empleado hasta ahora para salir de esa situación, para remar en contra de la corriente, no hubiera servido para nada. Absolutamente para nada... Todo habría sido en vano. Todo.
Los gritos de sus compañeros se le clavaban en el corazón.
Sus piernas habían cobrado vida propia y sus brazos iban chocando con las ramas que se cruzaban en su camino. La joven tropezó con una raíz que sobresalía de la tierra y cayó estrepitosamente sobre un charco de barro. No podía parar de jadear, su pecho subía y bajaba sin control. Ardía como el mismísimo infierno. Cerró los ojos con fuerza e intentó levantarse. Alzó la cabeza y jadeó sorprendida.
Delante de ella, se encontraba un gran lago bañado por la pálida luz de la luna. El agua se mecía con tranquilidad bajo aquellos destellos plateados mientras que una suave brisa revolvía el verdoso pasto que se extendía más allá del valle. Todo parecía estar inmerso en una extraña calma que únicamente era interrumpida por su agitada respiración y el suave borboteo de algún salto de agua cercano. Aquella misteriosa quietud consiguió tranquilizar los alterados sentimientos que habitaban en su interior. Y no dudó en acercarse a la orilla del lago en cuanto recuperó el aliento.
Sus piernas cedieron contra la hierba verde y fresca. Cerró sus ojos y alzó la cabeza prestando atención a todos los sonidos de su alrededor e ignorando el vacío que crecía en su interior.
La suave luz de la luna iluminaba su pálido rostro. Sus labios comenzaron a temblar y sus hombros se sacudieron de manera descontrolada. Se sentía perdida y usada. Había estado durante tanto tiempo engañándose a sí misma. Creyendo en falsas promesas. Le habían prometido que todo mejoraría, pero el dolor que la aprisionaba solo confirmaba lo equivocada que estaba. Ahora ya no tenía lugar al que volver, su único hogar había quedado atrás. Estaba desconsolada y las lágrimas corrían silenciosamente por sus mejillas.
Algo crujió cerca de allí.
Alguien la estaba observando.
Se levantó lo más rápido que pudo huyó. Un miedo irracional volvió a invadirla con solo pensar que la habían seguido hasta allí. Sus piernas habían vuelto a adquirir vida propia y sentía como la adrenalina surcaba su cuerpo.
Desgraciadamente la fortuna no estaba de su lado. Tropezó cayendo a la gélida agua del lago.
Ese era su final.
La luz de la luna seguía iluminando su rostro, y lenta y pesadamente fue cerrando los ojos aceptando su final.
La luna fue el único testigo de aquella trágica escena. Aquella extraña sombra que se escondía entre los árboles ya había desaparecido.
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Editado: 19.08.2019