ATENCIÓN: ESTE CAPÍTULO CONTIENE ESCENAS VIOLENTAS QUE PUEDEN NO SER DE SU AGRADO. POR FAVOR, LEA CON PRECAUCIÓN Y BAJO SU PROPIO CONSENTIMIENTO.
Con la aún perceptible, aunque ya apenas apreciable, fragancia de las rosas silvestres, Seirin podía sentir como cada vez esas voces lejanas se iban volviendo más nítidas y claras.
Abrió los ojos y se sorprendió al encontrar a tanta gente a su alrededor. Todos tenían un semblante serio, aunque unos parecían más preocupados que otros y otros, simplemente, se limitaban a realizar su trabajo lo mejor que podían. Entre toda esa gente se encontraba pudo ver a Jack. Parecía quebrado, roto, como si algo lo atormentara. Tenía los ojos rojos e hinchados, y un perceptible aspecto de cansado. «Debe haber pasado mala noche», pensó —aunque eso para ella no resultara demasiado importante, después de todo, había pasado una de las mejores veladas con su querida amiga Daka—. Su melena oscura estaba revuelta, parecía que había estado pasando sus dedos frenéticamente entre sus cortos mechones.
Jack se abalanzó precipitadamente sobre ella, estrechándola entre sus brazos, sin importarle siquiera las quejas de aquellas enfermeras que aún estaban trabajando.
Seirin, algo abrumada por sus muestras de afecto, palmeó torpemente su espalda. En un intento fallido por intentar tranquilizarlo. Aquella situación la estaba poniendo demasiado nerviosa.
La enfermera carraspeó sorprendiendo a Jack, que saltó apartándose de ella.
—Hemos hecho una revisión completa y podemos anunciar que está fuera de peligro. Aun así, recomendaríamos que la joven se quedara un tempo para sacarnos de duda y poder ver su evolución. No podemos ignorar que acaba de estar en el borde de la muerte —dijo la mujer. Seirin asintió, aunque eso solo alteraba aún más sus planes. Tenía unas terribles ganas de salir de ese lugar. Nunca le habían gustado los hospitales, siempre estaban llenos de espectros y de malos recuerdos. La última vez que entro en uno de esos había podido presenciar como un espectro de una mujer con las piernas mutiladas se arrastraba por los pasillos en busca de su querido hijo perdido. Gritaba y suplicaba a las enfermeras que le ayudaras, pero nadie le hacía caso, ya que ella estaba muerta, y nadie era capaz de ver a un espectro...solo ella. La mirada perdida de aquella mujer, su dolor y las escenas tan traumáticas que tuvo que presencia hicieron que se prometiera que no volvería a pisar nunca más un hospital. Aunque por caprichos del destino nunca podría acabar de cumplir esa promesa.
La mujer dejó sobre la silla el portafolios, donde suponía que estaban sus exámenes médicos, y salió seguida del resto de sus compañeros. Solo quedaron Jack y ella en esa pequeña habitación.
Jack frunció el ceño extrañado, pero no comentó nada. Cosa que ella agradeció.
El silenció cada vez se volvía más incómodo. Seirin solo observaba el cielo radiante que se podía distinguir su posición, a través del gran ventanal que había en la habitación. Desde allí era capaz de escuchar las suaves risas de los niños que jugaban en un parque cercano.
La voz profunda el chico la distrajo.
—Me asustaste. Pensé que te pe... que morías —rectificó Jack mientras volvía abrazarla, sin percatarse de que a Seirin esa actitud solo empezaba a incomodarla cada vez más. Después de todo, era un extraño.
—No voy a morir, todo está bien —dijo Seirin intentando calmarlo, mientras rodaba los ojos. Para ella había sido algo normal, no era la primera vez que sucedía.
Jack suspiró intentando tranquilizarse.
—Eres muy valiente, ¿sabes? No parece que le tengas miedo a nada. —Intentó sonreír mientras se apartaba lentamente de la joven—. Ojalá tuviera un poco que esa fuerza —dijo suspirando pesadamente y luego añadió—: Cuando te vi... tendida... Estabas fría, intente despertarte, pero no respondías. Entre en shock. Creía que te perdía. —La observó intensamente.
El estómago de la joven comenzó a rugir mientras que Jack empezó a reírse a carcajadas. Podía apreciarse como sus pálidas mejillas comenzaban a tornarse de un color rojizo por la vergüenza que esta sentía. Sus tripas pedían con urgencia algo que llevarse a la boca, ya que si darse cuenta había pasado muchos días sin comer absolutamente nada. Lo extraño para ella era que se hubieran manifestado ahora y no hace mucho tiempo.
—Parece que la fiera ha despertado —se mofó y se levantó—. Debes de estar muy hambrienta, iré a que te preparen algo —añadió sonriendo mientras salía precipitadamente por la puerta.
Suspiró y cerró sus parpados intentando despejar el cúmulo de pensamientos que se arremolinaba en su mente. Estaba harta. Harta de todo. Solo quería descansar, dejarse llevar por la situación. Pero tenía miedo. Intentó calmar los fuertes sentimientos que su corazón albergaba y que ella creía extintos. Ese chico había conseguido aflorar en ella un sensación de seguridad y protección, sentía las esperanzas de poder pertenecer a un lugar. Unas esperanzas que había perdido de pequeña, cuando veía las miradas de asco, de desprecio, de inseguridad y de rechazo que todos aquellos que ella tenía a su alrededor. Deseaba poder abrazarse a aquel sueño, pero... ¿Y si a causa de eso ponía en riesgo la vida de inocentes? No podía permitirlo. Apreciaba la vida, la vida de la gente y siempre había deseado que, aunque ella no pudiera tenerlo, los demás pudieran gozar de todo aquello que no había podido tener. Siempre había respetado y protegido los sueños de todos, a capa y espada, y le alegraba saber que pudo ayudar siempre que tuvo la oportunidad.
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Editado: 19.08.2019