Tyler y Jack seguían sin reaccionar. Llevaban un buen rato parados delante de ella, mirándola con la boca abierta. Y eso empezarla a impacientarla.
—¿Podéis cerrar ya la boca de una vez? —ordenó molesta.
Los dos jóvenes parpadearon mientras cerraban la boca avergonzados.
—Lo...lo sentimos. Esperábamos que fueras una fugitiva de algún campo de experimentación Nazi o algo así, pero nunca imaginamos que nos íbamos encontrar con la mismísima Seirin —murmuró Jack rascándose la cabeza consternado mientras intentaba quitarle hierro al asunto.
—No lo entiendo. —susurró Tyler pensativo. La observó y luego añadió—: Si realmente es cierto que eres Seirin. No entiendo por qué estás aquí. Hace unas semanas nos llegó una notificación des del Teiwaz de que tú y todo tu grupo habíais muerto en combate. De que necesitaban nuevos miembros para el equipo elite.
«Equipo elite», toda su vida había sito esclava de esas dos palabras. No pudo evitar arrugar el ceño ante el mal sabor de boca que le dejaban. Cerró sus ojos intentando dispersar los recuerdos que se acumulaban a su alrededor. Aquellas dos palabras siempre habían conseguido remover los peores recuerdos de su vida. Durante toda su vida había sido tratada como una herramienta, una simple y desechable herramienta. Desde que fue vendida por sus padres a aquella secta, hasta el momento en el que se escapo del Teiwaz, de Ellos. Durante ese tiempo fue entrenada como a una bestia, con el único objetivo de eliminar a aquellos enemigos de grupo corrupto. Ese "equipo elite" habían sido niños inocentes que eran obligados a pelear, niños puros convertidos en bestias desalmadas. No era de extrañar que los pocos que aún conservaban algo de cordura intentarán huir de esa esclavitud en busca de una nueva vida. Sin reparar lo más mínimo en las consecuencias de que eso conllevaría.
Después de todo, los desertores siempre pagaban con la muerte.
—Ellos nos dieron por muertos —cortó, intentado acabar con aquella dolorosa conversación.
—¿Ellos? —la interrumpió Jack incrédulo. Todos en ese mundo sabían que aquellos hombres nunca dejaban a un traidor con vida. Por que eso era lo que ella era ahora: una traidora. Una desertora y a los ojos de Ellos alguien que debía morir por sus ambiciones.
Se volteó para enfrentarlo.
—Este no es un buen tema de conversación. Los tres sabemos que nos puede traer muchas consecuencias a todos. Es mejor evitarlo por ahora. Os prometo que os lo explicaré, pero a su tiempo —dijo empezando a inquietarse. Su piel empezaba a erizarse al sentir un par de ojos clavados en su espalda—. Además, deberíamos salir de aquí lo antes posible.
Solo asintieron reacios, visiblemente incomodos por la situación tan inesperada en la que se acababan de encontrar. Las reglas habían cambiado, y podrían poner en peligro a muchos inocentes.
Seirin empezó a sentir una extraña presencia, una presencia oscura que se acercaba rápidamente hacia ellos. Se levantó con agilidad y se puso en posición de defensa, extremando la cautela. Tyler y Jack la miraban sin entender absolutamente nada. Pero ella no se molestó en explicarles, sabía que no había tiempo para ello. Esa cosa cada vez estaba más cerca y empezaba a apreciarse como algo hacía crujir las hojas secas, como pequeñas susurros que avecinaban un mal presagio. Y eso, al fin, consiguió poner en alerta a los dos chicos.
Seirin estaba desarmada, su daga había quedado olvidada en el hospital. «¡Debería haber cogido mis cosas antes de salir del hospital!», se reprendió a sí misma. Aun así, no debía lamentarse por lo que había perdido, ahora debía de concentrarse en vencer este nuevo obstáculo.
Y ya sabía cómo.
Lo primero que pudieron distinguir fue su oscura piel que resaltaba entre las ojos verdes de los arbustos. Desprendía un olor putrefacto y aunque no era la primera vez que se había enfrentado a una bestia así, nunca se había podido acostumbrar al penetrante hedor que emanaban. Era uno de esos rastreador que utilizaban para capturar y destruir a todo tipo de seres. No le era muy difícil imaginar quien estaba detrás de todo esto. Ellos lo habían enviado, pero era extraño que hubiera llegado solo. Ese tipo de criaturas nunca iban solos, siempre iban en pequeñas manadas.
Se concentró, debía centrarse en el problema que tenía delante. Ya luego se encargaría de lo demás.
Suspiró. Cerró sus ojos concentrándose únicamente en controlar su respiración y en aquella débil corriente que empezaba a formarse entre sus dedos. Había vuelto a invocar al viento, como aquella vez en el precipicio, y le pidió que los protegiera de los rastreadores, que los lanzara por los aires. Lo más lejos posible. Sintió la suave frisa acariciando sus mejillas en respuesta. Se abalanzó sobre la oscura y huesuda figura de aquel demonio, lanzándolo por los aires y estampándolo contra el suelo, sin vida. El monstruo se desintegró dejando solo unas cenizas oscuras como evidencia.
Se giró sobre sus talones encontrándose a los dos chicos en shock.
—¡Qué hacéis allí parados! Los rastreadores nunca van solos, será mejor que salgamos de aquí lo más rápido posible. No tardarán en llegar.
Un bramido chirriante cruzó en aire. Debían irse. Seirin agarró a los dos chicos y los obligó a correr hacia el bosque. Podían escuchar como el enjambre se cernía sobre ellos. Se adentraron en las profundidades del bosque intentando escapar. Cruzaron gran parte del espeso bosque, esquivando rocas y saltando las ramas que se cruzaran por su camino. Ninguno era capaz de hablar, los tres estaban demasiado sumidos en la huida como para percatarse de lo que los rodeaba. Hasta que algo llamó la atención de Seirin.
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Editado: 19.08.2019