Blue Death

Capítulo 6

 

El frío parecía ser su único aliado. 
Desde que había salido de la casa, había estado rondando los alrededores. No sabía dónde ir y mucho menos que hacer, volver a aquel lugar no parecía una opción, por lo que había decidido recuperar sus cosas y marcharse de ese lugar, pero no recordaba donde estaba el hospital. Había acabado limitándose a rondar por las calles esperando encontrarlo tarde o temprano. Tampoco debía estar muy lejos. 
No le habían pasado inadvertidas las miradas hostiles de aquellos con los que se cruzaba y los movimientos que algunos hacían para apartar a los niños de su camino. Ella debía admitir que, si se encontrara en la misma situación, hubiera hecho exactamente lo mismo, no era normal ver a alguien pasear por las calles con una simple bata de hospital. Estaba segura de que más de uno creía que había escapado de un manicomio. 
Estuvo vagando por las calles durante horas, el sol comenzaba a ponerse y el frío cada vez la atravesaba más. 
Alzó la cabeza, mirando al cielo verdaderamente frustrada. Gimió, empezaba a echar de menos su antigua y húmeda habitación. «Por lo menos allí podía taparme un poco», pensó. 
No tardó en distinguir entre los altos bloques las letras fluorescentes del hospital. Se encaminó y decidió buscar por sí misma la habitación en la que se había encontrado esos días. 
Se abrieron las puertas automáticas y se escurrió por el pasillo que se encontraba detrás de la recepción. Sin llamar su atención y evitando a toda costa cualquier señal que pudiera desenmascararla. Lo último que le faltaba era tener que quedarse allí y tener que volver a encararse con ellos. 
Estuvo vagando durante un buen rato, empezó a abrir las puertas de los pasillos con la esperanza de encontrar algo conocido. Eran tan idénticas… un par de veces había tenido que disculparse por haber irrumpido en ellas, aunque al final la encontró. Y allí, en el sofá, seguía estando la caja que la enfermera había dejado con sus cosas. Feliz y aliviada por no tener que irse de allí sin las únicas cosas que había conseguido llevarse se acercó y suspirando profundamente abrió la caja encontrándose con la familiar tela de color gris de su desgastada camisa. Comenzó a desvestirse. Ya no soportaba más ir con esa estúpida bata de hospital. 
Mientras cavilaba entre sus pensamientos, la puerta se abrió. Jack entró alterado y angustiado, parecía fuera de sí, aunque al verla, allí, semidesnuda, salió como un rayo pegando un portazo. 
—¡Lo siento! ¡De verdad que lo siento! No era mi intención —murmuró tartamudeando—. Me quedaré aquí hasta que hayas acabado de cambiarte —gritó Jack desde la puerta, sacándola de su parálisis. Sus mejillas comenzaron a arder, pero rápidamente se lanzó a vestirse, no quería que la volvieran a ver de esa forma. No otra vez. 
Junto con su camisa gris se encontraban un par de pantalones oscuros y su querida daga de plata, envuelta en una tela blanca para evitar que alguien se dañara con ella. Se acabó de vestir y fue paseándose por la habitación en busca de sus botas. Y allí, junto a la cama, era donde se encontraban sus oscuras botas de piel. 
Sonrió para sí misma. Había tenido la tentación de observarse en el esquejo como una adolescente normal y sim apenas preocupaciones. Empezaba a sentirse como ella mismay no una desconocida demente que paseaba por las calles perturbando a la gente. Aunque había que admitir que esa idea no la desagradaba. 
Agarró la daga en su vaina y la colocó en la parte baja de su espalda, bajo su camisa. Como siempre hacía. 
La puerta volvió a abrirse. Jack observaba la habitación de manera detenida y paulatinamente, como si no quisiera perderse ningún detalle. 
«Estúpido demente», confirmó. Había entrado sin que ella lo avisara. 
—¿No me habías dicho que te avisara cuando acabara de vestirme? —lo atacó mientras se cruzaba de brazos. 
Se quedó estático en el centro de la habitación. Su piel empezaba a tornarse de un color rosado a causa de la vergüenza. 
—Perdón por lo ocurrido no era mi intención... —murmuró sacudiendo sus brazos con nerviosismo. 
—Déjalo. —No tenía ganas de escuchar sus escusas. Suspiró y añadió—: ¿Qué es lo que quieres? 
—Venía a disculparme por lo sucedido con Ashley. Nunca he entendido porque actúa así. 
—Según lo que yo he entendido, y lo que tú me has dejado entrever —recalcó—, ella tiene suficiente poder como para dejar por tierra todo lo que diga el “querido” alpha de la manada. —Se inclinó ligeramente haciendo comillas. Luego se giró y se dirigió hacia la ventana. Continuó— Si se cree que tiene suficiente poder como para pisotear a la gente y tú se lo permites… al fin de cuentas es lo mismo. Le has dado el poder para pisotear a los demás. 
Lo observó. Todo él era una clara muestra de lo que se supone que debería ser el “hombre ideal”, era la viva imagen del hombre estereotipado. Alto, atractivo, fuerte… a simple vista lo parecía. Aunque, ahora, la figura de Jack estaba ligeramente encorvada, sus hombros estaban tensos y contraídos ante la tensión que el pobre sentía. Sus ojos parecían diminutas perlas de acero vibrante. Todo en el mostraba un abatimiento extremo. Por primera vez pudo ver a través de esos ojos algo más que a un adolescente despreocupado. Más allá de eso, bajo la luz del atardecer, Jack había adoptado un semblante viejo, anciano arcano, en sus ojos destellaba un nuevo brillo. 
—Lo sé... realmente no sé qué hacer. Ella no es nada para mí. —dijo remarcando la última frase. Se acercó a ella. Rebufó molesta. 
—Si realmente no es nada para ti, deberías dejárselo claro. A ti y a todos. Cuando más tardes en actuar peor será —comentó sintiéndose aún más molesta. Asintió receptivo. 
—Seirin... —la llamó—. Sé que las cosas no han empezado con buen pie... Pero me gustaría que te quedaras aquí, que me dieras una oportunidad para demostrarte que este lugar lo podrías llamar hogar. —Alargó sus brazos, atrapando sus manos. Seirin se soltó de su agarre bruscamente—. Por favor... sé que seguramente ahora mismo no tienes un lugar al que ir y... Después de lo sucedido con aquella cosa… Me gustaría que te quedaras aquí. Sé que no soy nadie para pedírtelo, pero si te quedas aquí nosotros te protegeremos... Por favor, no te vayas… Danos otra oportunidad... 
Seirin lo observó atentamente, sabía que él estaba en lo cierto: No tenía un lugar al que ir, donde refugiarse, y la estaban buscando y si salía de aquella ciudad seguramente la atraparían. Todo volvería a ser como antes, aunque había recuperado parte de sus fuerzas, no eran las suficientes como para volver al bosque y enfrentar a todo aquello de lo que intentaba escapar. 
Suspiró pesadamente, vencida ante la situación. Asintió lentamente. 
—Está bien —aseguró pesadamente mientras Jack esbozaba una sonrisa—, pero solo por ahora. 
Jack asintió feliz. 
—No te arrepentirás —afirmó sonriéndole. 
Gimió. 
—Eres peor que un disco rayado. —Se cruzó de brazos, negando con la cabeza. Era la segunda vez en menos de 24 horas que lo decía. No pudo evitar sentir que sus palabras estaban vacías y que únicamente las decía sin pensar. 
Alargó su mano hacia ella, que no pudo evitar poner los ojos en blanco mientras lo observaba. 
—Es hora de volver a casa. 
Seirin aceptó su mano con cierto desdén y lo siguió por los largos pasillos de paredes blancas hasta traspasar las puertas de cristal del hospital. Se adentraron en las largas calles iluminadas por las farolas colgantes. Las calles estaban casi desiertas. A esas horas las pocas personas que aun vagaban iban en dirección a sus tranquilos hogares esperando ser recibidos por sus queridos familiares. Atravesaron las adoquinadas calles hasta topar con aquella gran casa de madera oscura. 
Jack se acercó y abrió la puerta invitándola a pasar. 
Atravesaron los largos pasillos de aquel lugar. Sus pasos resonaban entre las oscuras paredes que los rodeaban. Subieron unas escaleras flotantes de cristal que ascendían hasta el segundo piso. Este como los otros era extenso, pero tenía una particularidad: cada puerta de aquel lugar era distinta y única. Todas de distinto color y forma, pero extrañamente, conseguían darle una unidad a la casa. 
Jack siguió caminando hasta situarse frente a una puerta de un color azul eléctrico. Tenía un barniz oscuro, que le daba un tono profundo y misterioso. El marco era de un color tan oscuro como la obsidiana con adornos plateados que hacían juego con el mango de un tono plateado de la puerta. No era una puerta demasiado llamativa, pero dentro de todas aquellas puertas podía destacar por su simpleza y elegancia. 
Entreabrió la puerta y entraron. 
La habitación era de estilo minimalista, pero al igual que con la puerta, todo estaba minuciosamente sincronizado. Las paredes blancas le daban luz y amplitud al dormitorio, esto se veía intensificado gracias al parqué y los muebles de madera de Ébano. Aunque los colores azulados eran los que más resaltaban en esa habitación. Estos conseguían adornar la habitación creando una sensación de plenitud y frescura en el hogar. La sala tenía otra puerta que llevaba al baño, amplio y espacioso, en el que, al igual que en la habitación, los tonos blancos, negros y azules eran los únicos que predominaban. 
Un grito la asustó y consiguió sacarla de su ensoñación. Una joven de piel pálida, larga cabellera rubia y ojos caramelo la observaba mientras daba saltitos de alegría. 
Frunció el ceño ante su actitud infantil. 
—Petra, veo que ya estás aquí. —Jack se acercó a la recién llegada y luego añadió en su dirección—: Te presento a S... 
—Eros. Me llamo Eros —interrumpió recalcando y encogiéndose de hombros continuó—: Todos me llaman así —le restó importancia y discretamente fulminó a Jack con la mirada. Mientras que él negaba claramente irritado. No le hacía mucha gracia que mintieran a los suyos. 
«Cuantos menos sepan de mi existencia, menos inocentes estarán en peligro» —justificó telepáticamente, sorprendiéndolo. Pero no dijo nada. 
Petra parpadeó confundida por la extrañeza de aquel nombre. Segundos después esbozó una amplia sonrisa y se acercó a abrazar a Seirin. 
—¡Bienvenida a la manada! —anunció excitada mientras la estrechaba entre sus brazos. 
Seirin no sabía como actuar, se sentía verdaderamente incomoda. Petra dio un paso hacia atrás y observó la habitación. 
—Tu habitación es... hermosa. Nunca había visto ninguna igual... Es tan única... —susurró mientras paseaba, observando cada pequeño detalle. 
—¿Cómo? —cuestionó Seirin algo escéptica. Esa no podía ser su habitación, tenía la extraña esperanza de poder dormir fuera de esa casa de locos. 
Jack se inclinó sobre ella y le susurró: 
—Las habitaciones de esta casa son únicas. —Petra se acercó a ella y la agarró de las muñecas, para luego tirar de ella hasta la cama. Le sonrió a Jack pícaramente. Él negó fastidiado y añadió—: Solo pueden abrirse cuando el propietario ha llegado a la casa. Dicen que se adaptan a la naturaleza y a la personalidad de la persona. Además de que se amueblan a las necesidades de sus propietarios. 
—¿Cómo sabías que esta era la correcta? —No podía quitarse de 
—Seguí el olor. 
—¿Cómo que el olor? 
—¡Sí! —Petra se rio—. Nosotros somos hombres lobo y como tales tenemos un gran sentido del olfato, entre otras cosas. Mi hermano lo único que ha hecho es buscar una habitación que tuviera tú mismo olor. —Le dedicó una sonrisa de oreja a oreja y le guiñó un ojo—. Bueno hermanito veo que ya no me necesitas. Y no sé para que me llamaste si en cada habitación suele haber ropa para sus propietarios. —Se volteó hacia ella y añadió—: Si necesitas cualquier cosa solo avísame. Estaré encantada de ayudarte. 
Petra caminó hacia la puerta, pero antes de salir se giró y la observó. 
—Espero que nos llevemos muy bien. Nos vemos en la cena —se despidió mientras salía por la puerta. 
—¿Eros? —pregunto incrédulo. 
—Era un apodo con el que me dolían llamar cuando era pequeña —dijo encogiéndose de hombros restándole importancia. No quería hablar del tema. No fue una buena época para ella. 
—Cupido debería tenerte envidia, eres capaz de deslumbrar a cualquiera —aseguró. 
Seirin tardó unos segundos en responder. Sabía que Jack no lo estaba diciendo a malas, pero para ella lo odiaba con toda su alma. Hubiera preferido haberse inventado cualquier nombre que se le hubiera pasado por la cabeza, pero en ese momento… los recuerdos del pasado habían resurgido con mucha fuerza y únicamente solo pudo pensar en ello. 
Suspiró. 
—Es como un segundo nombre para mí, aunque no le tengo mucho aprecio. Muy pocos conocen mi segundo nombre, por lo que no levantará muchas sospechas —murmuró encogiéndose de hombros. 
—No deberías haber mentido a mí hermana. No tienes que protegerte de nosotros —aseguró. 
—¿Sabes? —Se acercó a él y lo encaró—. Me gustaría que, por una vez en la vida, me conocieran por quien soy y no por los prejuicios que me siguen. No soy ni nunca fui la Seirin despiadada que todo el mundo cree que soy. Y por una vez, me gustaría poder ser una persona medianamente normal. Además, si vas a permitir que me quedé aquí, debes saber que es muy peligrosos que la gente conozca mi verdadera identidad. Podrías ponerlos a todos en peligro —explicó observándolo. 
—Entiendo... Aunque me parece que Tyler y yo vamos a ser los únicos privilegiados en conocer tu verdadera identidad —intentó bromear. El ambiente se había vueltos demasiado tenso, hasta podía sentirse la electricidad que parecía cargarlo. Sonrió y se acercó a ella—. Aunque no estoy de acuerdo en que las cosas vayan así, respeto que quieras mantener tu identidad a salvo. Haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte, pero te aseguro que una vez que traicionas la confianza de un hombre lobo, este nunca volverá a confiar en ti. 
—Gracias. Aunque sé que no pasará nada —murmuró, encogiéndose de hombros, recordando como su instinto la guiaba y le decía que podía confiar en aquellos chicos. Debía admitir que también lo había sentido con Petra, pero debía ser prudente, no debía abrirse tan rápido a los desconocidos. 
—¿A qué te refieres con eso? —preguntó frunciendo el ceño observándola atentamente. 
—Simplemente lo sé —volvió a murmurar, observando esos ojos grises que cada vez se acercaban más a ella, acortando la distancia entre ellos.




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