En las clases de francés me siento en el tercer puesto de la segunda fila a la derecha. No lo hago porque quiera estar concentrada, tampoco por tener problemas de la vista; tal vez, aunque una parte de mi se niega a admitirlo, lo hago porque el profesor Wissel puede ser clasificado dentro de los hombres más calientes entre sus treinta años.
No babeo por él como otras, pero no está mal disfrutar de una buena vista.
Sin embargo, hoy he decidido sentarme en los últimos asientos. Cecile, la chica que me divierte con sus pervertidos comentarios sobre el profesor me dedica una mirada confundida, respondo haciendo mímica. Ella hace un puchero pero se olvida de todo cuando el profesor aparece como si fuera un magnate sacado de una revista, entonces Cecile suspira.
Wissel se toma la molestia —no sería malo que lo hiciera más a menudo— de regalarme una sonrisa cuando paso por su lado. Le devuelvo mientras camino escuchando los gruñidos de algunas alumnas.
Dejo la maleta en el suelo al tiempo que me siento. Mi acompañante —que también tiene pinta de supermodelo pero no lo voy a admitir— arquea una ceja en mi dirección de modo interrogante. Suele sentarse sólo en esta clase, en la mayoría está acompañado de Rowan, Liam o alguna chica coqueta que suspira por él.
No, no soy yo.
—¿A qué se debe la visita? —cuestiona, mirándome con sus ojos miel.
—La imagen de la espada era traslúcida, borrosa; sin embargo, soñé con ella y la vi más clara.
—Pensé que te habías cansado de babear por el profesor.
—Yo no babeo por nadie, mucho menos por el Sr. Wissel —ruedo los ojos con fastidio—. Además, tú también tienes chicas detrás de ti.
—¿Qué clase de respuesta es esa? —no me mira, su vista permanece fija en su cuaderno y en su mano derecha tiene un lápiz con el que traza algo. No puedo ver, su brazo me obstaculiza la vista.
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—Generalmente te sientas en la sillas del medio, puede que aquí nadie lo noté, pero yo sí.
Esos son... No, no lo creo.
Arqueo ambas cejas, incrédula.
—No me digas que te molesta que mire al Sr. Wissel.
—Acabas de admitir que lo miras.
—Es mi profesor por supuesto que lo miro.
—¿Qué es lo que sucede con la espada? —cambia de tema.
—Era una espada brillante, como si estuviera hecha de cristal o algún tipo de piedra preciosa. A sus lados yacían casi dibujados una especie de rosa con tallos entrelazados entre sí. La parte en la que se sostenía la espada era de algo brillante, dorada, con una empuñadura circular que parecía de diamante y un brillo morado dentro de ella —describo—. Delgada, con una especie de escritura tallada en el medio...
Espero a que diga algo pero no lo hace. En su lugar, vuelve a hacer lo que sea que estaba haciendo con el lápiz sobre su cuaderno.
Vuelvo a rodar los ojos, posando mi vista en la clase para variar. No debí escoger esta clase, puede hablar francés y otros idiomas con mucha claridad.
Reynolds desliza su cuaderno a mi escritorio. Conecto la mirada con él antes de observar. Ahí está, un dibujo de la espada y está... Perfectamente dibujado.
Arqueo ambas cejas con impresión.
—Es justo así —son trazos finos hechos a lápiz, pero quedó tan perfectamente dibujado que solo bastaría un toque de pintura para que se vea más real. ¡Hasta tiene sombras!—. Es...
—Quelque chose de plus intéressant que la classe, Mademoiselle Diamond et M. Reynolds?
¿Algo más interesante que la clase Miss Diamond y Mister Reynolds?
Todas las miradas de la clase se posan en nosotros.
—Miss Diamond me posait une question sur un verbe en français —dice Reynolds, por mi.
Miss Diamond me estaba haciendo una pregunta sobre un verbo en francés.
La voz ronca de Christopher hablando en francés causa que un escalofrío recorra mi espina dorsal. Suena relajado, atento, y se ve muy bien en él. No me molestaría escucharlo hablar francés más seguido.
—Je suis surpris, Mademoiselle Diamond est très bonne dans cette classe.
Me sorprende, Miss Diamond suele ser muy buena en esta clase.