Cierro la ventana, dejando una espuma de bajo para que no se cierre por completo. Camino por el tejado hasta las escaleras que yacen entre plantas entrelazadas. Bajo hasta que mis pies tocan tierra. Papá no ha salido, no ha asomado la cabeza por ninguna ventana, tampoco creo que lo haga porque la última vez que lo vi se encontraba en pleno ronquido. De cualquier manera, hice aquello que suelen hacen los adolescentes que se escapan de casa por las noches y deje en mi cama una hilera de almohadas para tratar de simular que hay un cuerpo ahí dentro. Un cuerpo muy deforme, para ser sincera.
Acomodo mi chaqueta al sentir el viento contra mi rostro. Comienzo a caminar con tranquilidad por la acera, cada respiro que doy emite un vaho blanco en el cielo. Es una suerte que no llueva. Decidimos que sería mejor irnos caminando ya que de esa manera haríamos menos ruido al salir de nuestras casas, al entrar, y al andar por Heshville.
En menos de lo que canta un gallo camino por el parque con las manos dentro de mi chaqueta tratando de coger calor, aunque mis manos tienden a permanecer frías. Tal vez es por eso que me gusta cuando llueve, truena o relampaguea, siento como si ambos ambientes, el calor y el frío, se unieran para crear un ambiente equilibrado. Cualquiera aseguraría que una tormenta hace más frío que una simple llovizna, pero no es mi caso.
La tormenta es mi calma, mi equilibrio, mi relajación.
¿Qué demonios?
—Iremos en bicicleta, Rayo de Luz.
Recostado en un árbol está la figura de Reynolds con dos bicicletas como compañía. A pesar de ello, luce jodidamente bien.
Sus manos están guardadas dentro de los dos bolsillos de su chaqueta, hay una bufanda negra alrededor de su cuello y la camisa debajo es color gris. Jeans negros y botas para completar, una vez más, ahí están las bicicletas.
—No iré en bicicleta Reynolds, para algo sirven los pies.
—Llegaremos rápido, Blue.
—Vamos con buen tiempo ¿Qué paso tienes? ¿Paso de tortuga o de mujer embarazada?
—¿No te gusta montar bicicleta, Rayo de Luz?
Me cruzo de brazos ahora que estoy frente a él.
—No.
—Quién lo hubiera dicho, Blue Diamond no sabe montar bicicleta.
—No seas idiota, guarda esas cosas y vámonos.
—Acabo de descubrir que la chica que ha practicado equitación, boxeo, esgrima, fútbol y otros; no sabe montar algo tan simple como una bicicleta.
—Es suficiente —gruño—, sé montar bicicleta. Que no quiera hacerlo es un tema distinto.
—Bien —arquea una ceja en mi dirección—, entonces no te molestará dar una vuelta en el parque con una de ellas.
Muerdo mi labio inferior.
—Por si no te das cuenta son las doce de la noche.
—No tiene importancia, existen personas que salen a correr a las once de la noche —expulso un suspiro lleno de exasperación—. ¿Lista Diamond? —esa maldita sonrisa. Me hace dudar entre quedarme viéndolo o darle un puño.
—Yo... —expulso una bocanada de aire—. Tienes razón, no sé montar bicicleta.
—¿Qué dijiste?
Imbécil.
—Que espero que te vayas a la mierda. Entre mis vocaciones jamás se encontró montar bicicleta, la última vez tenía siete años y con rueditas ¿contento?
—Demasiado —responde, ruedo los ojos con irritación.
—Ya vámonos —doy media vuelta; sin embargo, su mano se enrolla alrededor de mi cintura. Tira de mí, de tal manera que mi espalda choca contra su torso firme.
Expulso una bocanada de aire cuando siento su aliento cálido entre mi oreja y mi cuello.
—Que no sepas hacerlo no significa que no puedes aprender.
—No voy a hacerlo.
—¿Qué es lo que sucede? —. Se coloca en frente mío, pasando el límite de espacio.
Las farolas de luz opaca que se alzan en el parque hacen sus ojos miel más oscuros.
—Según lo que sé, Blue Diamond, la chica con nombre de superhéroe, no le tiene miedo a nada.
—No tengo miedo.
—Pruébalo.
Muerdo mi labio inferior en silencio. No tarda en interpretarlo como una afirmación, en cuestión de segundos Reynolds esta a mi lado con una bicicleta.
Salimos del césped al concreto. Me monto en la bicicleta con los pies firmes en la tierra.