Muerdo mi labio inferior.
Ir a un gimnasio después de haberme quitado el sudor no es una gran idea. Mi expresión se lo hace saber a papá.
Esto es peor que cuando me mandan a la tienda cuando me encuentro vistiendo como vagabunda.
—Pensé que íbamos a cenar con el padre de Tyler más tarde ¿Por qué no podemos entregarlo luego? —esbozo un puchero, ladeando mi cabeza al lado izquierdo.
—Porque lo tengo que entregar ahora, y por si no lo has notado tengo otros asuntos que atender —hace ademán a su escritorio, lleno de documentos por todos lados.
—Pero yo visto como pordiosera a comparación de ti.
—Es tu estilo personal ¿Qué hay de malo con enseñarlo al mundo? —bromea. Esta vez lo miro con cara de pocos amigos.
—Acabé de salir de la ducha, pudiste haberlo dicho antes de cambiarme.
—Entre más rápido vayas más rápido regresas, con o sin estilo de pordiosera —vaya, nada mejor que el espíritu optimista de papá. Lo cierto es que mi estilo pordiosera son unos shorts de jean y una camiseta vieja con mi cabello en una coleta alta, tampoco es tan malo, o al menos así lo veía hace unos momentos—. Está bien Blue, vas a ir porque soy tu papá. Te lo ordeno, quieras o no.
—¿Qué?
—Ya escuchaste Harmony, ve, cámbiate, o sal de esa manera, lo que tú quieras pero ve.
—Me llamaste por mi segundo nombre —coloco una mano en mi pecho en señal de indignación. Él rueda los ojos saliendo de la habitación.
—Tienes diez minutos para vestirte y salir de casa.
—Qué exagerado.
—Diez minutos —reitera, cierra la puerta tras de sí y expulso un suspiro.
Genial.
Abro el armario. Tomo un crop top color plateado con tiras y escote en corazón, seguido de unos jeans azul claro y unos botines en punta blancos.
Para ese entonces ya ha pasado el tiempo estipulado por papá, pero como me gusta molestarlo me aplicó un labial rosado, la línea negra en la parte de arriba del párpado de mis ojos con lápiz y un poco de pestañina.
Hoy es un día soleado, antes de salir tomo unas gafas de sol fondo azul y saco el casco para utilizar en la moto.
Cuando bajo las escaleras papá me espera en la puerta con su vista fija en el reloj de muñeca.
—Te demoraste más —a medida que me acerco noto la carpeta en la que lleva aquellos papeles importantes—. Ya sabes a donde ir, procura portarte bien.
—Siempre me porto bien en un gimnasio lleno de hombres que podrían pasarme la mano por el trasero.
—No vas a hacer que me arrepienta, te conozco, eres capaz de partir en dos a un rinoceronte —me extiende la carpeta y la tomo de mala gana. Papá sonríe divertido con mi disgusto y deja un peso en mi mejilla—. Ya sabes lo que siempre digo, al mal tiempo, buena cara.
—Jamás dices eso.
—Tal vez, pero me gusta molestar a mi hija —me dedica una mirada divertida, luego desaparece.
Desde el primer momento en el que coloco un pie afuera el sol me golpea de lleno. Agradezco haberme vestido con algo ligero para no sudar como puerco.
Arranco.
El recorrido en moto hasta el gimnasio principal de Heshville no es muy largo, diría que de diez a quince minutos.
Aparco la moto y retiro el caso de mi cabeza. Guardo las llaves de la moto en el bolsillo trasero del jean y procedo a caminar a la entrada. Un silbido se hace presente unos metros más allá de donde me encuentro.
—¡Eh, Diamond! ¡¿Qué no piensas saludarme?! —exclama, regalándome una de sus tantas sonrisas moja bragas.
Increíble.
El musculoso Darren Watts se acerca en mi dirección con unas gafas negras del estilo de las mías... Sí, sigue estando igual de caliente que siempre.
Darren deja un beso en mi mejilla en el momento que llega a mi lado.
—No te veía hace un año —murmuro— ¿Qué haces aquí? Me es extraño verte cerca de un gimnasio sin ropa deportiva —tampoco le queda mal esos jeans y camiseta blanca.
—¿Prefieres verme desnudo?
—Me pasas por cinco años, Darren.
—Por suerte para ti mi pene no pide cédula.