El muchacho frente a mi niega con la cabeza. Hace al menos media hora planeamos todo con los gemelos. Entraremos como personas normales, eso nos brinda calma en caso de un incidente. Por ahora nos iremos a nuestro punto de encuentro con ellos.
Eso implica ir en transporte.
—Hecho, dame la llaves —se acerca hasta donde las sostengo; de inmediato las retiro de su tacto.
—Mi moto, mis reglas. Nadie más que yo la conduce, así que tú decides: montas en la parte de atrás o vas en tu propia moto.
—Ir en dos motos sería...
—Christopher —una mujer de entre treinta, cuarenta años, se aproxima a nosotros por la acera. Su cabello es negro y rizado, sus ojos son cafés y viste un uniforme de enfermera del Hospital Principal de Heshville color azul claro. La familiaridad en sus rasgos me hace saber sobre el parentesco que comparten.
—Mamá —dice él.
—¿Vas a ver a tu hermano? Si vas a hacer eso asegúrate de decirle que la próxima vez que dejé los trastes sucios en el lavabo me encargaré de hacerle lamer los platos con la lengua —entonces, los ojos cafés de la mamá de Christopher se encuentran con los míos.
Me levanto de la moto para acercarme y estrechar su mano con educación.
—Es un gusto conocerla, Señora Reynolds, soy Blue Diamond —me presento. Noto como dirige una mirada de advertencia a su hijo, hago caso omiso a ella como si no me hubiera percatado de nada.
Ella me dedica la misma sonrisa amable con una mirada clara de madre protectora que dice: "Cuidado con mi hijo". Vuelvo a posicionarme en donde estaba con tranquilidad, percatándome de que el ceño de Reynolds se ha fruncido como si estuviera enojado.
—Es un gusto conocer a la chica que hace que mi hijo se escabulla en las madrugadas para ir a la biblioteca —abro la boca para decir algo, pero al cabo de unos segundos la vuelvo a cerrar. Dirijo mi mirada a Reynolds que se pasa una mano por detrás de su nuca y luce confundido. La madre de Christopher sonríe divertida dedicándole una mirada a su hijo antes de posarla en mí—. Puede que haya padres con el sueño pesado, pero yo sé cuando alguien entra y sale de mi casa, en especial cuando se trata de mis hijos. Claro que, de no haber colocado la pequeña cámara que toma fotos cada que alguien entra y sale no me habría dado cuenta de que eran ustedes dos. Como sea, hay dos chicos que entran a la biblioteca a la una de la madrugada también.
—¿Y no hay ningún problema con ello? —pregunto—. Digo, por seguridad y todo eso.
—Pueden entrar, pero si salen con un libro o aparato la alarma se activará —ella se encoge de hombros—. Por otro lado, ya saben lo que dicen, mejor la biblioteca que un bar ¿No es así?
Ninguno de los dos dice nada.
—¿Van a salir?
Resulta que el día de hoy vamos a una súper aventura en busca de una espada, y no precisamente la de la casa Gryffindor. Nos adentraremos dentro de archivos secretos de una de las mayores Organizaciones de seguridad del mundo para poder saber en donde se encuentra el artefacto h podríamos morir ¡Qué emoción!
—Pensábamos ir a la biblioteca para adelantar un ensayo de cosmología y sus representantes, hay entregarlo dentro de dos semanas —respondo, dejando a un lado mis divagues—. No se preocupe, no demoraremos demasiado. En unas horas tengo que estar en casa.
—¿Van a ir también a la una de la madrugada a continuar con el ensayo? —por la manera en que nos mira estoy segura de que cree que el y yo estamos en algún tipo de relación que no involucra el estudio.
No la culpo, papá hubiera descabezado a Reynolds hace mucho tiempo de haberlo sabido.
—Eso fue diferente —responde Reynolds antes que yo—. Teníamos una investigación que hacer para el día siguiente, nos olvidamos de los papeles.
Esa es la peor mentira que Christopher Reynolds haya podido decir. Su tono de voz puede ser muy convincente, su expresión también, pero ¡Por el jodido infierno!
nadie iría a la una de la mañana a recoger un material para la escuela. Seguiría durmiendo mil veces y no me importaría que me pusieran un cero.
—Entonces los dejaré —la mamá de Christopher se encoje de hombros—. No hay problema, tampoco es que te tenga como un animal enjaulado.
Extiendo mi mano en su dirección para volver a estrecharla en un gesto de despedida.
—Fue un gusto conocerla, Señora Re...
—Lowell. Señora Lowell —el tono que utiliza Christopher para corregirme es brusco, seco y frío. Hago caso omiso a él, a la tensión en el cuerpo de su madre y asiento, tratando de aligerar la situación.