36. ¿Qué desea Santo Tomás?...

Comienzo a caminar, subiendo unas bonitas escaleras. Este lugar podría ser el palacio de un príncipe. Sólo hay que ver los cuadros coloridos y el oro en sus marcos.

Una figura masculina choca conmigo cuando me detengo a ver un cuadro. El hombre murmura una disculpa, y su voz...

—¿Papá? —reconocería esos ojos hasta en los tiempos más lejanos.

—Disculpe, Miss Diamond, me temo que espera ver a otra persona.

—¿De qué...? —parpadeo continuamente, entendiendo la situación—. No, discúlpeme usted, últimamente he estado con la cabeza por los cielos.

Papá, que en esta época no es mi papá, me regala una de sus tantas sonrisas.

—No me he presentado, Miss Diamond, soy el Duque Callen Mollister.

—Oh, un gusto conocerlo —me inclinó levemente. De algo me sirve leer libros y películas—. Por favor, llámeme Harmony.

—Encantado, Miss Harmony.

Papá me regala un asentimiento de cabeza, educadamente.

—No la interrumpo. Miss Bovanesvary la está esperando en la sala de vestuario —dice—. Os veo en la fiesta, Miss Harmony.

Pasa por un lado.

Trato de deshacer el malestar, la oscuridad que se adueña de mí ante el tono de papá. Obviamente él no es mi verdadero papá, pero escucharlo hablar como si no me conociera es... Desagradable.

Yo amo a papá, siempre ha estado para mí en los buenos y malos momentos, nunca imaginé que verlo de esa manera me provocará este maldito sentimiento en mi pecho.

La verdad, yo no sé qué haría sin papá.

Pero tal vez, esto es solo una revelación. Tal vez en esta época papá no sepa lo que es para mí, pero en la otra, él es mi mejor amigo, mi compañero, mi verdadero padre. Y esté lejos, o cerca —prefiero la segunda—, jamás va dejar de ser mi papá. La persona que más amo en el mundo.

Puede que sea muy dependiente de él, pero un día de estos seré yo quien esté a su lado mientras envejezca. Entonces podré hacerle todo tipo de chistes crueles sobre lo anciano que es mientras como pizza y helado con mucha azúcar que él no podrá comer y por eso gruñirá. Yo le sacaré la lengua porque es lo mismo que hizo hace un año cuando me enfermé y no pude comer durante un mes todas esas delicias que me vuelven loca.

Sonrío ante el pensamiento.

Suena como una bella vida.

Toco dos veces, con mucha suavidad, la única puerta de la cual salen ruidos. En instantes una voz cantarina exclama que siga.

Empujo las puertas para encontrarme con un cuarto enorme, lleno de telas, espejos, hilos, vestidos hermosos de esta época, y zapatos... Bueno, los zapatos de este año casi no me gustan.

—¡Cariño! —chilla la misma voz— ¡Pero si te he estado esperando desde hace siglos!

—Lo lamento, Madam Bovanesvary —observo a la mujer morena, de unos cuarenta años, enfundada en un vestido amarillo con blanco.

Su cabello está recogido en un moño que deja delgados mechones de cabello por un lado y por el otro. También posee unas cuantas canas, y las arrugas comienzan a hacerse visibles, pero no lo suficiente como para hacerla lucir muy mayor. Sus ojos son de color café oscuro, denoto mientras se aproxima a grandes zancadas ante mí.

Ubica sus manos a cada lado de sus caderas para luego hacerme un gesto que no entiendo.

—¡¿Qué es lo que esperas, niña?! —hace una ademán a mi ropa—. ¡Desvístete, que no tenemos todo el día!

—Pero...

—No seas tímida, niña, ya te he visto desnuda antes.

Mis ojos se abren con impresión. Instintivamente llevo mis manos a mis pechos.

—¿Ah sí?

—No seas tonta —me golpea con un abanico que lleva en mano—. Ven, déjame ayudarte.

La siento. Ella no es Pounder, pero sabe de nosotros y el mundo de abajo.

Comienza a quitarme el vestido desde la parte de atrás. La tela pesada cae, dejándome en la lencería color negro que efectivamente inicia desde la parte de arriba con el corsé y culmina con la mayas de abajo.

Ella me ayuda a quitar uno a uno de los cuchillos sin lastimarme.

—Le hice unos ajustes al vestido que llevarás hoy —me guiña un ojo—. Te encantará, hay espacio para más armas.