El adjetivo normal se encuentra fuera de mi vocabulario. En toda mi vida no he descubierto algo a lo que se le pueda otorgar la palabra calificativa normal, ni la más mínima cosa. Ni siquiera yo misma, pueden comprobarlo con mi nombre:
Blue Diamond.
Me he cansado de preguntarle a papá qué diablos fue lo que se fumo mamá al ponerme ese nombre. La conclusión más acertada a la que he llegado es que ella en sus tiempos de gloria pudo haber sido una fanática de la ciencia ficción o de cómics baratos con personajes extraños, tal vez las dos cosas.
Mamá murió cuando tenía once años en el pueblo en el que me encuentro ahora. La policía por más que trato de encontrar indicio de sangre, golpe, o asfixia, termino por rendirse porque no tienen la capacidad para pensar de qué manera resolver el asunto.
Que conformista es el hombre cuando se trata de sucesos inexplicables para la mente humana.
Hemos vuelto a Heshville, cada paso que damos a las afuera de este mugriento pueblo no es nada más que un hasta luego considerando la cantidad de veces que hemos salido y entrado. Lo extraño es, que siempre hay algo que nos atrae, una fuerza, un imán que nos dice que sí o sí nunca podremos alejarnos de aquí.
La primera vez que salimos tenía tres años, nos mudamos a New York por motivos de trabajo de papá, por eso mismo volvimos a mis cuatro años. Un año después, a los cinco, por alguna extraña razón —todavía recuerdo la angustia tanto de mi padre como de mi madre— salimos de nuevo del pueblo; volvimos cuando cumplí los siete y seguimos hasta los once años. Hasta que la muerte de mamá nos dio un gran golpe que nos obligó a irnos, quedando Reino Unido como nuestro nuevo lugar de hospedaje, a parte de ese también estuvimos en otros lugares pero pasamos mucho tiempo ahí, tres años antes de cambiarnos para ser exactos.
Vivir en un pueblo en el que todos conocen a todos no te permite respirar, que todo el mundo te vea con compasión y lástima no hace nada más que cavar un hueco más profundo de lo que debería de ser. Que todos se te acerque diciendo lo siento, que te observen con una mirada triste, que te recuerden cada vez lo que paso, que te pregunten acerca de lo sucedido... Asfixia hasta que la mente ya no puede más. Para una niña de once años con comportamiento impulsivo no es nada bueno aquello, ni para nadie.
Regresando al tema, hemos vuelto por razones que desconozco. La única repuesta por parte de papá acerca de ello radica en el trabajo, lo cual es totalmente ilógico porque la empresa que dirige está a al menos media hora de aquí.
Además, como si solamente existiera éste jodido pueblo...
Así que aquí estoy, en Heshville, en el pequeño pueblo a las afueras de Oregon con una población de ochocientos habitantes que no hacen más que chismosear a quién se le cae un moco. Seguramente los vecinos ya están especulando acerca de los nuevos integrantes del pueblo. No tienen nada más que hacer con sus miserables vidas que tratan de buscarle sentido a la de los demás.
Observo mi cuarto con una sensación plenamente extraña recorriendo mis venas. No voy a describirla porque hablando seriamente no sé cómo hacerlo, se trata de algo producido apenas puse mis pies en Heshville.
Las paredes de la habitación están pintadas de azul claro, casi opaco; posters de mis bandas favoritas o cantantes forman parte de la decoración de ellas, junto con alguna que otra mancha de humedad. El armario se encuentra al lado derecho, del lado opuesto del escritorio en el que tengo unos cuantos libros y materiales para escribir. Hay una cama con sábanas de color azul oscuro y blanco. La habitación tiene un baño para sí misma, y he colocado una especie de sofá frente a una de las ventanas; por supuesto, no falta mi repisa de libros hecha de
madera que he adherido a una de las paredes.
El clima de Heshville es muy cambiante. Podría salir y disfrutar del sol cuando de un momento a otro el universo hace de las suyas y me encuentre empapada gracias a la lluvia. Hoy el día se encuentra particularmente nublado, y teniendo en cuenta que son casi las cinco de la tarde, dudo mucho que vaya a cambiar.
Mi estómago ruge. Salgo de mi habitación, bajo las escaleras y me dirijo a la cocina en busca de algo que pueda calmar mi bestia interior. Papá se encuentra allí sirviéndose un vaso de agua, le dedico una mirada antes de abrir el refrigerador y encontrarme con... nada.
—Lo siento Blue —la voz de papá suena un tanto ronca y cansada, debe de estar acomodando las cajas que sobraron en el ático—. La anterior noche comimos pizza, el desayuno de hoy fue pizza y... bueno, ya sabes.
Sí, lamentablemente ya lo sé.