Ha pasado una semana desde que llegué a Heshville. Decir que en el tiempo que llevo aquí las cosas han mejorado es mentir de la manera más tonta que conozco.
No es la gente que me rodea, tampoco las miradas; no es la compañía de Dylan y Sara, tampoco la mirada intensa que me dirige Reynolds cada vez que nos encontramos; no son los lugares que camino o recorro, es diferente.
Es algo más, mucho más fuerte y penetrante que no me había dado cuenta antes. Como si empezara a percibir una esencia extraña a cada lugar que voy, una necesidad de adentrarme a algo que no sé qué es. Esta ahí, lo puedo sentir con claridad, como si estuviera al alcance de mis manos y a la vez no.
Las noches se han vuelto un completo mártir para mi: pesadillas que incluyen gritos, sombras, caídas, sangre, luz, oscuridad, rayos, a mi mamá... Nunca antes había presenciado ese tipo de sueños. Son los más estremecedores que alguna vez en mi vida pude tener. Lo único que puedo hacer frente a ellos es nada más y nada menos que aceptarlos y dormir lo que se pueda, caso contrario, no dormir. Las ojeras que adornan mis ojos de una manera fúnebre son muestras de las veces en la que he elegido la segunda opción.
Intenté decirle a papá que he estado haciendo tarea toda la noche, pero él y yo sabemos que soy muy organizada con éstas como para que suceda eso. A Sara y a Dylan no les he podido poner la misma excusa debido a que los tres compartimos alguna que otra clase, comparando éste colegio con los anteriores, la tarea es prácticamente nada; no obstante, parecen entender que no es un tema que desee tocar. Sara se limita a argumentar que a pesar de las ojeras es envidiable el hecho de que sigo viéndome bien y Dylan habla de lo que sea, como siempre.
Haciendo a un lado las pesadillas y las nuevas sensaciones, últimamente he comenzado a pensar más en mi carácter. Cada descubrimiento viene acompañado de una punzada en la cabeza. El dolor es fuerte, no tengo con qué compararlo pero vaya que lo es. La duración depende del grado de magnitud de mi descubrimiento.
La primera vez que sucedió frente a papá él se veía asustado. Me habló algo acerca de ir al médico y no me atreví a discutir con él.
¿Qué es todo lo que me está pasando? ¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes? ¿Los cigarrillos me están cobrando factura? ¿Cuánto tiempo durará? ¿Qué me sucede?...
Ese día después de contarle todo al médico asignado me hicieron varios análisis. No desistí a ninguno, duró alrededor de dos días ya que fueron varios exámenes. ¿Qué fue lo que descubrieron? Buena pregunta: nada. Establecieron que estaba sana y que los síntomas como el dolor de cabeza pueden ser por estrés.
—Parece que a alguien le gustan los paseos a mitad de la madrugada —la voz ronca de Christopher Reynolds llega a mis oídos como un sonido lejano.
Escucho los pasos del muchacho de tatuajes acercarse, el césped mojado cruje bajo su paso. Sin levantar la vista, puedo sentir como se sienta a mi lado en la pequeña banca del parque.
Prefiero sentarme en la soledad de la noche en vez de sufrir de pesadillas, papá no se dio cuenta de cuándo salí, mientras eso no suceda todo está bien.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, sin siquiera dirigirle una mirada; por el contrario, observó el vaho que sale de mi boca al hablar.
—Puede que al igual que tú haya decidido dar un paseo.
—Yo no estoy dando un paseo —murmuro—. No puedo dormir, que es diferente.
—Eres la primera persona que conozco que por no poder dormir sale a dar un paseo.
Esbozo una sonrisa amarga, una que no llega a mis ojos. Me permito alzar la vista para observarlo; sus ojos cafés bajo la iluminación cálida del parque lucen más claros, un mechón de cabello negro cae por su frente.
—Creo que ya sabes que no soy cualquier persona —logro decir.
El silencio se instala en el ambiente después de esas palabras. Reynolds observa un punto x antes de volver a posar su mirada en mí.
—Carreras —dice, logrando confundirme—. Sábados por la noche se suelen hacer carreras de autos o motos.
Sonrió levemente, recostándome en el espaldar de la banca al tiempo que cruzo mis brazos sobre mi pecho.
—Y como chico malo tienes el deber de ir —mis palabras hacen que una sonrisa cálida curve sus labios.
—Si fueras —comenta, levantándose de la banca—, te darías cuenta que la mayoría del instituto va, también los dos chicos con los que sueles andar.