Blue Diamond #1 ( Saga Luz y Oscuridad: El Surgimiento)

9. Alan Rickhill...

 

 


—¡Muy bien, holgazanes! ¡El día de hoy haremos una prueba de velocidad y un partido de voleibol, no sin antes realizar un calentamiento! —exclama la profesora de educación física a todos los estudiantes de la clase ubicados en la línea de la cancha. No sé si soy yo o tiene voz de hombre—. ¡No quiero viejuchos con dolores en la espalda, tampoco quiero niñitas lloronas! ¡Aquí se viene a trabajar, holgazanes con estado de cerdo! ¡Pero antes, quiero a Diamond al frente! —mi cuerpo se tensa en un principio, luego me obligo a lucir relajada mientras me acerco a la profesora.

—¿Señora? —pregunto amablemente. La maestra abre la carpeta que tiene en manos, poco después saca una hoja y me la extiende.

—Ve donde el chico asma justo allá, tienes que llenar está información antes de comenzar —con gesto impasible señala hacia un adolescente escuálido que evidentemente utiliza inhalador—. ¡Los demás, veinte vueltas alrededor de la cancha! ¡Y al que vea caminando le pongo el doble de vueltas! —sus manos van al pito que cuelga de su cuello y lo hace silbar varias veces en señal de orden.

Expulso un suspiro mientras me dirijo hacia el Chico Asma, como la profesora misma lo ha llamado. Es la primera clase que veo con ella y se hace muy evidente que le gusta poner apodos a todo alumno, sin contar que me gustaría que se metiera su pito por el culo. Aunque admito que es una dicha escuchar que a Dylan lo llame Chico Anguila, es como si me estuviera ahorrando el trabajo de insultarlo.

Noto con claridad como el chico asma se pone nervioso con cada paso que doy hacia él, reprimo el impulso de rodar mis ojos y en su lugar decido darle un vistazo a la hoja. La profesora quiere saber mi peso, altura, los latidos por minuto, si poseo alguna enfermedad... Tonterías y tonterías que me dan pereza.

Paso por lo menos media hora llenando esa hoja, y en toda esa media hora, ningún estudiante de los que está haciendo ejercicio ha terminado de correr; principalmente, no parecen estar corriendo, parecen estar muriendo.

—Faltan cinco minutos, Diamond —me informa la profesora—. Quiero verte corriendo antes de que hagamos los circuitos. ¡Hey  tú! ¡¿Qué carajos crees que haces...?! —deja de observarme para dirigirse a un estudiante que no luce en sus cinco sentidos, el chico está a punto de arrastrase por el suelo.

No reprimo el impulso de girar los ojos. No sé cómo sea él entrenador de fútbol americano de este colegio, pero estoy segura de que no puede ser peor que ella. Sin esperar más, comienzo a trotar sobrepasando a mis sudorosos compañeros de clase.

Suelo salir a trotar los fines de semana continuamente, por lo que no supone un esfuerzo para mí. Desafortunadamente las clases las comparto con mis compañeros del crimen, todos excepto Tyler porque el desgraciado ya ha pasado la etapa de el instituto, no pasan más de cinco segundos cuando soy interceptada por la mayoría. El único que se mantiene un poco distante es Reynolds junto con Rowan a su lado, trato de no dirigirle una mirada muy evidente en vista de que se encuentra detrás de mí. Mi vista se posa en el muchacho que tengo al lado, El chico Anguila como dice la profesora, no puedo evitar sonreír levemente.

—¿Tratas de volar, Dylan? —mascullo divertida, imitando su trote durante unos instantes antes de volver a la normalidad.

—Que graciosa... —gruñe en mi dirección con la respiración acelerada—. No puedes... No puedes pretender que dar veinte vueltas a esta maldita cancha sea fácil —la voz se le va por ratos, lo que me resulta aun más gracioso.

—Bueno, a trotar compañero —le brindo una palmada en la espalda comenzando a correr con mayor velocidad.

Les sobrepaso a ellos y algunos que están a delante. En pocos minutos, mi ritmo es mucho más rápido y ágil que el de los jugadores del equipo del colegio; ni siquiera las animadoras, que son las que hacen sus piruetas en el aire me alcanzan.

De alguna manera aquello me gusta. El viento en mi cara, el sonido de mis zapatillas de deporte contra el suelo, mi pecho subiendo y bajando con ligereza, casi como si no estuviera corriendo... Me resulta magnífico, como si estuviera volando a metros del concreto.

El tiempo de corrida termina. La maestra nos separa en grupos de dos: mujeres y hombres. Durante el calentamiento y las pruebas de velocidad me obligo a hacer oídos sordos a Sara, no deja de quejarse sobre que le va a salir una hernia de tanto entrenamiento; sin embargo, me pareció sumamente ligero, como si no estuviéramos haciendo nada más que caminar por el verde prado sin ningún esfuerzo. Mantuve ese pensamiento hasta que terminamos las pruebas de velocidad, las cuales se fueron básicamente como pruebas de obstáculos, circuitos de distintos ejercicios que la mayoría hacia con el leve consentimiento de que la profesora solo quería masacrarlos, y probablemente eso es justo lo que quería por los gritos que profanaba hacia nosotros.



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En el texto hay: peligro, accion, amor

Editado: 02.07.2019

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