Mamá no luce como la conozco y a la vez sí; fuerte, vivaz, hermosa... Camina con tanta seguridad que me marea, lleva consigo tantas armas que me considero incapaz de nombrarlas; espada, cuchillos, pistolas, flechas... Sus labios se mueven pero no soy capaz de escuchar una sola palabra de lo que dice, me conformo con ver al hombre que se encuentra mucho más armado que ella. Destila maldad, demasiada, tanta que me causa nauseas. Nunca antes había sentido este grado de maldad ni en mis más terribles pesadillas.
El hombre intercambiaba palabras con mi madre que por más que me esfuerzo no puedo escuchar ni un poco. Un enorme rayo ilumina el lugar, un pabellón enorme y hermoso. No me sorprendería que todo fuera de oro, cada cosa parece tallada por los propios Ángeles. Entre blanco y dorado, pinturas a mano y en arcilla, entre lo bello y lo sublime... Todo dista de mi mamá y aquél tipo. Todo cambia, el ambiente, las respiraciones, el lugar, el aire...
Mamá pelea de tal manera que jamás creí ver. Se mueve tan rápido que admiración no es lo único que siento. No me pierdo ni un sólo movimiento de ella, tampoco o de él. Los dos lucen igual de amenazadores, indestructibles. Pero ella... ella se mueve a la velocidad de un rayo.
Entonces, algo la hace perder fuerza. No fue ella, y lo percibo con mucha claridad. El hombre le propina un golpe tan fuerte que su cuerpo vuela hasta chocar contra la pared sin pudor alguno. Se levanta, pero no a tiempo para atacar, a tiempo para ser atacada. Pierdo la cuenta de cuantos golpes el hombre le proporciona, sangre de mamá corre por los alrededores. El hombre dice algo que evidentemente tampoco puedo escuchar, y entonces saco un cuchillo.
Es justo en ese momento, mientras que veo a mamá en el suelo sin fuerza alguna y a ese hombre con su cuchillo en mano que reacciono. Trato desesperadamente de moverme, aunque sea solo un paso. Pero no puedo. No puedo hacerlo. Me remuevo en mi lugar, en aquel suelo que antes había sido blanco y con hermosos dibujos de flores entre blancas y doradas pero me es imposible. No puedo moverme ni un poco.
Grito el nombre de mi mamá e incontables lágrimas comienzan a caer como un torrente por mis mejillas, pero ninguno volteaba a verme, ni siquiera ella. El hombre levanta su cuchillo alto, su brazo se estira con impulso y el objeto vuela con una puntería enorme como para terminar incrustado en el cuerpo de mamá. Una vez más habla, dice algo que yo no escucho mientras sigo intentando moverme sin obtener resultado alguno.
Su movimiento es rápido y conciso, su brazo se mueve con el fin de terminar lo que comenzó en vista de que el cuchillo quedo incrustado en una zona cercana a su hombros. Antes de que elabore su movimiento, un inaguantable grito sale de mí.
Me incorporo por inercia, mi vista se nubla y mi respiración está demasiado agitada, como si hubiera corrido una maratón. Una punzada llega a mi cabeza, y lo último que siento es el tacto de una persona en mi brazo. Al principio quiero reaccionar como mi cuerpo manda, alejándome y, en el peor de los casos, atacando; pero todo eso se va directo a la basura al encontrarme con aquellos familiares ojos cafés.
Su mirada me dice lo que quiere sin necesidad de hablar. Me recuesto con lentitud en la cama dejando que acomode mi almohada en el espaldar. Siento la necesidad de decir gracias pero los leves rayos de sol acariciando mi rostro hacen que me de cuenta de lo que me rodea, lo peor de todo es que no tengo ni la más mínima idea de el lugar en el que estamos.
—¿Qué...? ¿Cómo...? ¿En dónde...? —mi voz sale en un susurro tan débil que apenas y resulta audible. Me siento un poco torpe al no saber con exactitud qué preguntar, lo cierto es que la confusión está mezclada con una pizca de maravilla.
Todavía siento aquella sensación de familiaridad...
—Una pregunta a la vez ¿No es así? —el tono relajado y la expresión que utiliza hace que me sienta más tranquila.
Los recuerdos vienen a mi cabeza como un balde de agua fría procesarlos, vuelvo a incorporarme ahora sin importar el malestar que es dueño de mi cuerpo.
—Los demás ¿Qué...?
—Están bien, no tienes que preocuparte —una vez más la tranquilidad que imprime llega a mí. Lo detallo de pies a cabeza en busca de un rasguño y, aunque no lo demuestro físicamente me encuentro feliz de que no tenga ninguno.
—¿Estás...?
—Bien, así es.
—Otra interrupción como esas y no lo estarás, Reynolds —espeto, esbozando una sonrisa llena de irritación. El muchacho levanta un poco las comisuras de sus labios en una breve sonrisa; recuesto mi espalda en el espaldar de madera de la cama en la que me encuentro.
—Todos están bien, fuimos auxiliados por unas cuantas personas que se encontraban de nuestro lado, la forma en la que llegamos fue... Bueno, fue... —no parece tener palabras para describirlo, arqueo una ceja en su dirección de manera incrédula. Christopher ignora mi expresión y sigue su relato—. Tuviste un fuerte golpe en la cabeza que evidentemente se te fue por arte magia, eso fue lo que te dejo inconsciente.