El cielo sobre Lysveria amanecía con una paleta de lilas, rosas y dorados. Como si el mundo se empeñara en lucir perfecto desde la cima. En lo alto de las Montañas del Alba se encontraba Elysianek, el internado real más prestigioso de todo el continente. Entre sus muros de mármol blanco, asistían los herederos más importantes de las coronas vecinas... y unos pocos becados o infiltrados, lo suficientemente afortunados, o listos, como para pasar desapercibidos entre las joyas humanas.
Era el primer día del nuevo ciclo. Y todo el mundo sabía que en Elysianek, el orden era ley. Las reglas eran tan antiguas como los muros del internado.
Blake caminaba por los pasillos principales con la mirada tranquila, como si el peso de su apellido no le importara. Príncipe del Reino de Narenth, uno de los más influyentes del continente, su sola presencia era suficiente para que otros estudiantes, incluso los de sangre noble, le cedieran el paso sin que él lo pidiera.
A diferencia de muchos otros, Blake no trataba mal a los no nobles. A veces se le veía hablando con ellos, e incluso se sabía que comía en mesas mezcladas. Los príncipes y princesas tenían derecho a sentarse en las mejores mesas. Aunque había una para todos los que quisieran estar en ella.
A su lado, caminaba Caleb, heredero de Kireth, uno de los reinos aliados. Ambos eran amigos desde antes, no muy cercanos, pero con el tiempo se volvieron más que eso. Caleb tenía una sonrisa fácil, ojos verde intenso y un cabello oscuro que siempre parecía un poco revuelto, como si se hubiera levantado corriendo. Era algo más bromista que Blake, pero igual de amable. Aunque el mundo no lo sabía aún, ambos príncipes compartían más que una amistad.
—¿Ya viste la lista de nuevos? —preguntó Caleb mientras hojeaba una hoja.
—Apenas —respondió Blake—. ¿Algún apellido conocido?
—No. Pero hay un "príncipe Nolan" de Solveth. ¿Conoces ese reino?
Blake frunció el ceño.
—No. Y dudo que exista.
Ambos rieron, pero la conversación se detuvo cuando pasaron frente al grupo más temido de todo el internado: Harrison, Erkan y Deus.
Los tres príncipes, siempre juntos, siempre impecables, eran la sombra de todo lo que Lysveria intentaba ocultar: arrogancia, crueldad y un linaje sin corazón. Harrison, el líder, tenía un aire gélido; Erkan, el músculo; y Deus, la lengua venenosa.
—Mira, si no es el príncipe de los plebeyos —soltó Deus con una sonrisa torcida cuando vieron a Blake pasar.
Blake ignoró el comentario. Caleb, en cambio, se volteó.
—Cuando ustedes se aburran de molestar, quizás encuentren un espejo donde verse las miserias —dijo con una sonrisa mordaz.
Deus murmuró algo, pero Harrison levantó una mano.
—Déjalos. El entretenimiento real llegará hoy... en los dormitorios nuevos.
A media mañana, Blake y Caleb se dirigieron al patio central, donde cada año se hacía la presentación de nuevos estudiantes. En medio del bullicio, Blake lo vio.
El supuesto "príncipe Nolan".
Era... distinto. Su ropa era lujosa, sí, pero no tenía la postura de alguien que hubiera crecido con protocolo. Su sonrisa era forzada, como quien practica un papel. Y sus ojos... estaban llenos de algo difícil de describir. No miedo, pero tampoco seguridad.
Blake no podía dejar de mirarlo.
—¿Ese es el Nolan que te decía? —preguntó Caleb
—Sí. No sé por qué... me parece raro.
—¿Interesado o sospechando?
—Ambas —admitió Blake.
Nolan notó la mirada y levantó el rostro, encontrándose con los ojos del príncipe. Y por un segundo, algo entre ellos se encendió. Una chispa. Casi imperceptible.
En la otra parte del jardín, Theodora y Eleanor observaban la escena con atención.
—Parece que alguien está interesado en el nuevo —murmuró Eleanor, sujetando un cuaderno de notas entre sus brazos.
—Blake siempre fue demasiado noble para su propio bien —respondió Theodora—. Aunque ese Nolan no parece tan inocente como se quiere mostrar.
Theodora tenía el cabello trenzado en una corona dorada, y una mirada que cortaba más que cualquier arma. Eleanor, por otro lado, era más suave en apariencia, pero nadie que la subestimara salía ileso.
Ambas llevaban meses ocultando su relación. Un roce de manos accidental. Una sonrisa demasiado larga. Un beso en la torre de astronomía. Pero nunca, nunca en público.
El amor entre princesas era aún más condenado que el de príncipes.
Esa noche, en el comedor principal, Nolan fue ubicado en la mesa de los nobles. Aunque se notaba que no encajaba del todo, mantenía la compostura.
—¿De verdad eres príncipe? —preguntó Deus en voz alta, desde el otro extremo de la mesa.
El comedor quedó en silencio.
Nolan sonrió.
—¿Y tú de verdad eres educado? Parece que ambos fingimos bien.
Las risas se esparcieron como fuego entre los estudiantes. Incluso Blake sonrió. Solo Harrison no pareció encontrar gracia alguna.
Después de la cena, Blake lo interceptó en los pasillos.
—Nolan, ¿verdad?
—Príncipe Blake. —Nolan hizo unaa reverencia forzada.
—No hace falta que te inclines. No soy como ellos.
—Eso dicen todos los que se creen distintos.
—¿Y tú? ¿Eres distinto también?
—Depende de lo que busques.
La conversación quedó en el aire. Pero las miradas, los silencios entre palabra y palabra, hablaban de algo más profundo. Como si ambos supieran que estaban a punto de cruzar una línea.
Esa noche, mientras los muros de Elysianek dormían, Nolan se sentó en su cama. Los príncipes y las princesas obtenían cuarto propio todos en el mismo piso, los demás lo compartían.
Había algo en los ojos de Blake que lo hacía desear ser algo más. Algo verdadero.
Aunque sabía que tarde o temprano, su secreto saldría a la luz.