Boarding School for Princes (internado para príncipes)

CAPÍTULO 2. Máscaras entre Espaldas.

El segundo día en Elysianek comenzaba con el murmullo de pasos por los pasillos y el tintineo de tazas de porcelana en el salón de desayunos. A esas horas, las cocinas bullían.

Nolan desayunaba solo.

La vajilla frente a él parecía demasiado cara como para tocarla. A su alrededor, los demás príncipes hablaban en códigos invisibles: guiños de sangre, chistes entre tronos, referencias de reinos lejanos. Él solo sonreía y asentía cuando lo incluían, como si realmente entendiera.

Pero alguien lo estaba mirando.

Desde el otro extremo del comedor, Blake sostenía una taza de té negro mientras lo observaba. No lo hacía con desconfianza. Era otra cosa. Algo parecido a curiosidad... pero no completamente.

—¿Tú crees que está cómodo? —murmuró Caleb, que estaba junto a él.

—¿Nolan? No lo sé. No parece incómodo, pero tampoco cómodo. Como si estuviera actuando.

—¿Y eso te molesta o te atrae?

Blake no respondió. Simplemente volvió a mirar a Nolan.

Mientras tanto, en el jardín oeste, Theodora caminaba con Eleanor por el sendero de piedra que daba al invernadero. Se habían escapado discretamente de clase, algo que no solían hacer a menudo… pero que se les estaba volviendo costumbre desde que estaban juntas.

—¿Crees que los profesores noten nuestra ausencia otra vez? —preguntó Eleanor.

—Con suerte no. O con suerte sí, y nos castigan juntas —dijo Theodora con una media sonrisa.

Eleanor se rió, pero enseguida miró hacia los ventanales del edificio principal.

—Nos están observando otra vez. Los tres. Harrison, Erkan y Deus.

Theodora no volteó. No necesitaba hacerlo.

—Siempre miran. No porque sospechen. Solo porque odian ver lo que no pueden controlar.

—¿Tú crees que sospechan?

—No. Y si lo hacen… que intenten algo.

Theodora hablaba con la confianza de una princesa que había sido criada para mandar ejércitos. Pero su mano tembló apenas cuando rozó la de Eleanor. Un gesto sutil, casi invisible. Eleanor notó la tensión.

—Quizá deberíamos tener más cuidado —dijo, más como una súplica que como una sugerencia.

—¿Tener más cuidado… o tener más miedo?

—No es miedo, Theodora. Es inteligencia. A veces son lo mismo.

Se quedaron en silencio, detenidas frente a un árbol florido. Entonces Theodora giró y la besó.

Fue un beso rápido, contenido, de esos que sabían a lo prohibido y lo necesario. Cuando se separaron, ambas parecían haber contenido el aire durante horas.

—Inteligencia o no… no quiero dejar de hacerlo —murmuró Theodora.

Eleanor asintió.

—Yo tampoco. Solo que no quiero perderte por un descuido.

Y aunque no lo sabían todavía, Harrison los había visto. No el beso, pero sí el roce. Y le bastaba eso para empezar a sospechar.

Las clases comenzaron con el rumor de un nuevo ejercicio de debate político, uno de los más importantes del ciclo. En Elysianek, los debates no solo servían para aprender retórica, sino para medir poder. Cada palabra podía escalar reinos o hundir reputaciones.

Los grupos se dividieron rápidamente.

—Vamos a trabajar con príncipes y princesas de diferentes reinos —anunció la profesora Valenne—. Es una práctica diplomática. La vida no se gobierna en soledad.

Blake fue asignado con Nolan y una chica llamada Yara, noble menor. Caleb, por otro lado, terminó con Theodora y Deus. Eleanor quedó fuera por rotación.

Cuando Blake se acercó a la mesa de trabajo, Nolan lo recibió con una leve inclinación de cabeza.

—Supongo que nos toca compartir ideas.

—¿Y tienes alguna? —preguntó Blake, sentándose.

—Varias —respondió Nolan—. Aunque no sé si todas serían bien recibidas por alguien como tú.

—¿Y cómo soy yo?

Nolan lo miró directo.

—Intacto. Limpio. Como si nunca hubieras tenido que hacer nada sucio por ti mismo.

—¿Y tú sí?

La tensión en el aire fue ligera pero presente. Nolan sonrió como quien sabe que dijo más de la cuenta.

—Solo una impresión —corrigió—. Tal vez me equivoque.

—O tal vez no. Pero todos aquí llevamos máscaras, ¿no?

Nolan lo miró por un largo momento. Luego asintió, como quien acepta un pacto no dicho.

Por la tarde, durante la práctica de esgrima, Caleb intentaba no reírse mientras veía a Deus quejarse porque Theodora lo había desarmado por segunda vez.

—Una princesa no debería golpear así —masculló él.

—Y tú no deberías subestimarme —respondió ella, lanzándole la espada con elegancia.

Más allá, Blake entrenaba con Nolan.

—¿Has entrenado antes? —le preguntó Blake, entregándole una de las espadas de práctica.

—Un poco. Aunque no con armas tan… de verdad.

—Aquí todo es de verdad. Hasta las mentiras.

Nolan giró la espada entre los dedos.

—Qué poético para alguien que vive entre coronas.

—Las coronas también pesan, Nolan. A veces más que las armas.

Comenzaron a pelear. Y aunque Nolan no era precisamente hábil, sus movimientos eran rápidos, con reflejos más callejeros que académicos. Blake lo notó.

Esa noche, mientras Lysveria se sumía en el silencio, Blake se quedó despierto en su habitación. El viento golpeaba suavemente las ventanas, y los jardines oscuros se extendían como una marea tranquila. Pensaba en Nolan. En lo que escondía.

Pero también pensaba en lo que había sentido esa tarde, cuando sus espadas se cruzaron. La electricidad. El fuego en los ojos.

Había algo allí.

Y no tenía nombre.

Nolan, por su parte, caminaba en silencio por los corredores traseros, los que usaban los sirvientes. Caminaba sin rumbo, sin querer dormir. No por culpa. No todavía. Sino por algo más inquietante: por primera vez en mucho tiempo, no quería seguir mintiendo.

Pero no podía dejar de hacerlo. No todavía. Porque si lo hacía, lo perdería todo.

Y quizás… también a Blake.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.