Boarding School for Princes (internado para príncipes)

CAPÍTULO 3. Ecos Bajo la Superficie.

El internado de Elysianek tenía más de mil años, y cada uno de sus ladrillos parecía estar impregnado de historias que nadie se atrevía a contar en voz alta. Secretos que no estaban escritos en los libros de historia, pero que aún se escuchaban cuando los pasillos se quedaban vacíos. Ecos de romances prohibidos. De alianzas rotas. De amores silenciados.

Nadie hablaba de eso en clases.

Pero todos lo sentían.

Caleb se había convertido, sin quererlo, en un espectador cada vez más incómodo. Veía cómo Blake miraba a Nolan en los entrenamientos, en clase, incluso en los almuerzos. No había nada explícito aún. Pero para quien conocía a Blake… era evidente.

—Estás más callado de lo habitual —comentó Theodora, sentándose junto a él en la biblioteca.

—Estoy observando —respondió Caleb, sin levantar la vista del libro.

—¿A Nolan?

Caleb alzó una ceja.

—¿Tú también lo notas?

—No soy ciega —respondió ella, hojeando un libro sin interés—. Blake está comenzando a sentirse… atraído.

—Y tú lo ves como algo bueno o malo.

Theodora cerró su libro.

—Lo veo como algo peligroso. Porque Blake no es de los que se enamoran rápido. Y Nolan… no me da buena espina.

Caleb no respondió. En el fondo, pensaba lo mismo. Pero no era solo eso. Había otro detalle que lo inquietaba, uno que casi nadie parecía notar:

Nolan no tenía pasado.

No hablaba de su reino. No mencionaba a su familia. Nadie había oído de “Solveth” antes de su llegada. Y sin embargo, se movía con la confianza de quien sabía cómo evitar preguntas.

Demasiada confianza.

Mientras tanto, en el ala norte, donde estaban los invernaderos privados, Eleanor dibujaba. Le encantaba perderse entre plantas exóticas, con su cuaderno sobre las piernas y el silencio como compañía. Theodora estaba con ella, en un rincón más apartado, hojeando un manuscrito de política internacional con fingido interés.

—¿Tú crees que podríamos… vivir fuera de aquí algún día? —preguntó Eleanor de pronto.

—¿Fuera? ¿Del internado?

—Fuera del protocolo. Sin tener que escondernos. Sin mirar por encima del hombro cuando nuestras manos se rozan.

Theodora cerró el libro.

—Tendría que renunciar al trono. Tú también. Nos costaría todo.

—¿Y lo harías?

Theodora no respondió de inmediato. Miró las plantas, el cristal empañado del techo.

—Si me lo preguntas otra vez cuando acabe el curso… puede que sí.

Eleanor sonrió, aunque la tristeza no se borró de sus ojos.

—A veces desearía haber nacido en una aldea sin nombre. Solo para poder besarte sin miedo.

Theodora la miró, y esta vez fue ella quien la tomó de la mano. En ese gesto, tembloroso y valiente, había más amor que en todas las promesas reales que se pronunciaban cada día.




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