Boarding School for Princes (internado para príncipes)

CAPÍTULO 4. Lo Que No Se Dice.

El amanecer pintaba los techos de Elysianek con un color ámbar que se reflejaba sobre los vitrales del comedor principal. Era un día más. Pero no para Caleb.

Había aprendido, desde hacía tiempo, a no esperar demasiado de las rutinas. Las mañanas eran todas iguales: duchas rápidas, uniformes perfectamente abrochados, saludos formales en pasillos...

Pero cada mañana, sin excepción, había algo que volvía especial su primer sorbo de café.

Ver a Blake.

No era nada romántico. No de forma evidente. Caleb jamás se lo permitiría, aunque su mente lo traicionara a veces. Pero en la forma en que Blake se sentaba, derecho, distraído, siempre leyendo algo aunque nunca dijera qué, había algo que lo hacía sentir cerca del centro de todo.

Y esa cercanía era su secreto más largo.

—Estás más callado que de costumbre —le dijo Blake esa mañana, pasando una rebanada de pan hacia él.

—Solo estoy medio dormido —respondió Caleb, forzando una sonrisa—. Aunque admito que empiezo a sospechar que los cocineros están intentando matarnos por aburrimiento.

Blake rió, ese tipo de risa suave que no era común en él. Caleb la conocía bien. La atesoraba.

—No seas cruel con ellos. El pan de ayer fue peor.

—Exacto. Estamos progresando. Pasamos de cartón a papel mojado.

Se rieron juntos, como en los viejos tiempos. Caleb deseó congelar ese momento, ese desayuno con migas de pan, bromas suaves y miradas sin tensión.

Pero Nolan apareció en el umbral del comedor.

Y Blake lo notó.

—Mira quién llegó justo para evitar la peor parte del desayuno —dijo Blake, con una media sonrisa mientras Nolan se acercaba.

Caleb ya no tenía hambre.

Nolan se sentó a su lado, con esa mezcla de seguridad contenida y falsa modestia que empezaba a volverse familiar. Saludó con un gesto de cabeza, y se sirvió fruta como si estuviera en su propio reino.

—¿Dormiste bien? —preguntó Blake.

—No mucho —respondió Nolan—. El viento se colaba por la ventana. Supongo que Lysveria tiene fantasmas.

—Este lugar tiene demasiadas historias para no tenerlos —añadió Caleb, sin mirarlos directamente.

Blake no lo notó.

Ese día, durante la clase de historia comparada, Blake y Caleb compartían mesa. Como siempre. Pero algo se sentía distinto. Blake estaba distraído, y no por aburrimiento. Sus ojos saltaban del texto a la puerta, como si esperara ver entrar a Nolan en cualquier momento.

Caleb fingía leer, pero no lo hacía. Lo observaba.

Había una línea que llevaban años sin cruzar. Una línea entre amistad y algo más que ambos habían sentido, quizás, cuando tenían quince años y se escapaban a la torre este a contar estrellas. O cuando entrenaban juntos de madrugada y Caleb dejaba que Blake lo venciera solo para ver esa sonrisa satisfecha.

Pero esa línea, tenue como era, se mantenía firme. Porque Blake nunca la vio.

Y Caleb… nunca la rompió.

Pero desde que Nolan había llegado, esa línea parecía haberse desdibujado. No porque Nolan la estuviera cruzando, sino porque Blake había empezado a mirar hacia otro lado.

Y Caleb lo sentía. Como si un espacio que siempre había sido suyo ahora tuviera un huésped.

Por la tarde, caminaron juntos hacia el lago interior. Era un espacio reservado, con aguas tan claras que el fondo parecía pintado. Solían ir allí desde primer año, cuando querían huir del protocolo.

—¿Recuerdas cuando fingimos estar enfermos para venir aquí en tercer año? —preguntó Blake, mientras se sentaban en una roca plana cerca del agua.

—Claro. Y nos pillaron igual.

—Valió la pena. Fue el primer día en que me reí de verdad ese año.

Caleb lo miró, con una sonrisa melancólica.

—Es curioso. Siempre parecía que tú eras el que me hacía reír.

Blake recogió una piedra y la lanzó al agua. Rebotó dos veces.

—Últimamente siento que no estoy siendo yo mismo. No sé por qué. O tal vez sí, y no quiero admitirlo.

—¿Tiene que ver con Nolan?

Blake se quedó quieto. No lo negó. Pero tampoco dijo nada.

—Solo me parece que... estás cambiando —añadió Caleb con suavidad.

—¿Para bien o para mal?

—Eso no lo sé. Pero sí sé algo: tú solías mirarme más a mí que al suelo cuando hablábamos.

Fue una frase lanzada al aire. No como reclamo. Ni siquiera como confesión. Pero estaba cargada de algo que Blake, como siempre, no supo ver.

—Perdón si últimamente he estado distante. Es que... Nolan me intriga. Es diferente. No sé qué es lo que me pasa.

Caleb sonrió, con esa amabilidad de quien aprende a guardar la herida.

—No necesitas disculparte. A veces las personas nuevas nos hacen ver cosas que antes no sabíamos que buscábamos.

—¿Tú has sentido eso?

—Sí. Muchas veces —dijo Caleb. Pero no añadió con quién.

Esa noche, mientras los dormitorios caían en silencio, Caleb volvió a la torre este. Ya nadie iba allí. Las estrellas eran las mismas, pero el lugar estaba más frío sin la presencia de Blake.

Se tumbó en el suelo de piedra y cerró los ojos.

Recordó una noche en segundo año, cuando Blake se quedó dormido junto a él, y Caleb se atrevió, solo una vez, a rozar su mano. Solo eso. Un roce leve. Fingido.

Y ahora, años después, lo único que podía hacer era mirar desde lejos cómo Blake caminaba hacia alguien más.

En otro rincón del castillo, Blake no dormía.

Nolan tampoco.

Ambos pensaban en cosas distintas… pero iguales.

Uno deseaba entender qué sentía.

El otro temía que algún día tuviera que explicarlo todo.

Y Caleb, en silencio, guardaba el amor más largo del internado en un rincón que nunca sería iluminado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.