El día amaneció cargado de rumores.
El internado Elysianek se preparaba para uno de sus eventos más curiosos y tradicionales: La Prueba del Velo, un ejercicio de estrategia, lógica y lealtad que se realizaba en el quinto día del ciclo. Se celebraba desde hacía siglos, y aunque su propósito original era incierto, en la actualidad funcionaba como un espectáculo diplomático y una excusa para reforzar jerarquías sin llamarles por su nombre.
Cada estudiante debía formar parte de un equipo y cumplir una serie de “misiones” simbólicas en distintos puntos del internado. Las reglas eran estrictas, los jueces eran invisibles, y el honor de cada grupo quedaba marcado según su rendimiento.
Los ganadores obtenían el privilegio de ocupar los Salones Reales, las zonas más exclusivas del internado, durante el resto del mes.
Los perdedores... no eran olvidados.
—¿Con quién te tocó este año? —preguntó Eleanor, mientras caminaba con Theodora hacia el pabellón central donde se publicaban los equipos.
—Con dos chicas de Almarra y un heredero menor del Sur. Nada emocionante. ¿Y tú?
—Tres becados que no saben lo que hacen. Uno de ellos confunde a los profesores con los jardineros.
Theodora soltó una risa leve.
—¿Sabes qué es lo peor? Que es probable que me divierta más con ellos que con cualquier príncipe.
—Probablemente.
En la plaza frente al pabellón, ya se estaban formando los grupos. Algunos estudiantes caminaban con entusiasmo. Otros, como los tres príncipes que se adueñaban del centro del internado como si fuera su trono personal, observaban con desprecio.
Harrison. Erkan. Deus.
Vestían los uniformes reglamentarios como si fueran capas reales. Había algo en su forma de moverse que imponía miedo sin necesidad de levantar la voz.
—¿Has visto quién está en nuestro equipo? —dijo Deus, sosteniendo el pergamino con los nombres asignados.
—No me digas que otra vez nos encajaron con un plebeyo —bufó Erkan.
—Peor. Nos pusieron con la chica de Taleth. La que no habla y siempre huele a tinta.
—¿Esa, la del brazo cicatrizado? —preguntó Harrison.
Erkan asintió.
Cerca de ellos, una chica de cabello teñido de rosa y mirada firme, la misma que habían mencionado, bajó la cabeza al escucharlos. Se llamaba Aelra, y aunque no alzaba la voz, sus ojos hablaban más de lo que muchos querían admitir.
La prueba comenzó al mediodía. Equipos repartidos, instrucciones entregadas, y los pasillos llenos de estudiantes corriendo, pensando, resolviendo enigmas, escribiendo mensajes cifrados...
Entre ellos estaba un nuevo personaje: Zorian, un estudiante veterano de último año que muchos temían por su actitud implacable y su habilidad para manipular las reglas. No era parte del grupo de Harrison, pero tampoco era ajeno a las sombras.
—Tu equipo ya perdió antes de empezar —le dijo a Eleanor, cuando esta intentó entregar una clave numérica sin resolver.
—¿Te pagan por ser desagradable, o lo haces gratis? —respondió ella, sin inmutarse.
Zorian sonrió.
—Disfrútalo mientras puedas. Algunos solo brillan mientras los verdaderos monstruos duermen.
Eleanor se fue sin mirar atrás. Pero la frase quedó flotando.
Mientras tanto, Theodora intentaba guiar a su torpe equipo sin perder la paciencia. Uno de sus compañeros, un chico llamado Lier, llevaba una brújula invertida y otro, Ren, insistía en leer las pistas en voz alta con acento de obra de teatro.
—No necesito un poeta —dijo Theodora mientras esquivaban un pasillo bloqueado por trampas lógicas—. Necesito que alguien me diga dónde está el nivel sur del archivo.
—¡Ya lo tengo! —gritó Lier—. O… puede que no. Esta brújula me está guiando hacia los baños.
—Maravilloso.
Y aún así, por extraño que parezca, Theodora sonrió. A veces era mejor rodearse de ineficiencia inocente que de perfección podrida.
Los tres príncipes Harrison, Erkan y Deus, por otro lado, se movían como si el mapa estuviera impreso en sus cabezas. Harrison lideraba con una seguridad casi militar. Erkan se encargaba de intimidar a otros grupos para retrasarlos. Deus, por supuesto, se dedicaba a sabotear equipos menores con una sonrisa en los labios.
En un momento, se cruzaron con un grupo mixto en el archivo oeste. Uno de ellos era un chico normal llamado Merrik, uno de los becados más brillantes del internado.
—¿Perdidos, campesinos? —dijo Erkan, bloqueándoles el paso.
—Tenemos una clave que necesitamos entregar —respondió Merrik, firme pero respetuoso.
Harrison dio un paso adelante, cogió el papel de las manos de Merrik, lo leyó… y lo rompió en dos.
—La prueba es de los fuertes. Y los fuertes no comparten la cima.
—Ni tampoco el respeto —murmuró Merrik.
—¿Perdón?
—Nada. Solo pensaba en voz alta. A veces hasta los animales repiten palabras sin entenderlas.
Erkan hizo ademán de avanzar, pero Harrison lo detuvo.
—Déjalo. Ya perdieron. No necesitan más ayuda para fallar.
Merrik recogió los pedazos de papel. Sus ojos no mostraban rabia. Mostraban algo peor para quienes ejercen el poder: indiferencia.
Al final del día, como siempre, el equipo de Harrison ganó. Fueron aclamados sin entusiasmo, como cuando uno sabe que el resultado estaba escrito antes del comienzo. Theodora no terminó su prueba, pero se ganó el respeto de su grupo, que la llamó "reina del caos con corona de paciencia".
Caleb, Eleanor y Blake quedaron en posiciones neutrales. Nolan no participó, alegando una “condición médica leve”. Nadie lo cuestionó. Nadie quiso parecer grosero con un supuesto príncipe recién llegado.
Y aunque el evento había terminado, las piezas se movían bajo el tablero.
Aelra caminó sola al anochecer, con un cuaderno bajo el brazo. Dentro, escribió: “El poder teme a quien no lo busca. Y tiembla ante quien lo observa en silencio.”
Zorian, desde una esquina alta, la vio escribir. Y por primera vez en semanas, sonrió sin burla.