La tarde caía sobre Elysianek como un telón pesado, tiñendo las columnas de mármol con sombras largas. El rumor del otoño estaba en todas partes: en las hojas que crujían bajo los pasos, en las bufandas apretadas, en las conversaciones más bajas de lo habitual.
Caleb y Nolan estaban sentados bajo uno de los árboles más antiguos del jardín interior. Compartían un termo de té, como en días anteriores, pero algo había cambiado en la forma en que se miraban.
—¿No te pasa a veces... —murmuró Caleb, rompiendo el silencio— ...que sientes que las cosas se mueven sin ti? Como si todo el mundo tomara decisiones que tú no alcanzas.
Nolan bajó la mirada. Jugaba con la tapa del termo entre los dedos.
—Todo el tiempo.
Hubo una pausa suave.
—Tú no pareces tan atrapado. —Caleb lo miró—. Como Blake, por ejemplo. Él tiene ese aire de que le pesa todo.
—Blake está demasiado acostumbrado a gustar a todos —dijo Nolan, casi sin pensar.
—¿Y tú? —preguntó Caleb, con una media sonrisa— ¿Quieres gustar?
Nolan no respondió enseguida. Pero su mano rozó por un instante la de Caleb, lo justo para que pareciera casual. Lo justo para que no lo fuera.
—Depende de quién esté preguntando.
Caleb bajó la mirada, sonriendo. Se sintió cálido. Cómodo. Por primera vez en semanas.
Y no se dio cuenta de que, al otro lado del internado, Blake estaba comenzando a romperse un poco.
Fue en la sala de armas. Estaba solo. O eso creyó.
Hasta que Harrison, Erkan y Deus entraron, sin anunciarse, como si ese lugar también les perteneciera.
—¿Entrenando solo, Blake?—preguntó Harrison detrás de él.
Blake giró lentamente. No tenía ninguna espada en la mano. Solo una toalla colgando del hombro. Su camiseta aún pegada al cuerpo por el sudor que le género el entrenamiento.
—No necesito compañía.
—¿O ya no la tienes? —se burló Erkan—. Me pareció ver a Caleb muy… ocupado últimamente.
Deus soltó una risa baja y desagradable.
—¿No es gracioso? El príncipe ejemplar, quedándose solo mientras el chico que lo rescató se le escapa.
Blake frunció el ceño, pero no habló.
Fue entonces cuando entró Kaito, silencioso como un susurro. No dijo nada al principio. Solo se acercó al resto, observando a Blake con ese rostro inexpresivo y helado.
—No pensé que alguien tan recto pudiera ser tan descartable —dijo Kaito con tono suave, sin levantar la voz—. Pero es útil saberlo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Blake, tenso.
Kaito se acercó un paso más. Lo suficientemente cerca para que el aliento entre ambos se sintiera.
—A que todo el mundo está eligiendo, Blake. Y parece que tú ya fuiste elegido para ser dejado atrás.
Y sin decir más, se dio media vuelta y se fue. Los otros lo siguieron, con sonrisas cortadas. Como hienas siguiendo a su alfa.
Blake no se movió por varios minutos. Sus manos temblaban. No de miedo. De rabia.
Pero no había nadie a quien decírselo.
Ni siquiera Caleb.
Esa noche, Eleanor caminaba por los pasillos superiores del ala sur cuando vio algo que la hizo detenerse.
Nolan.
Salía de la oficina del archivista. Rápido, en silencio. Como si no quisiera ser visto. Llevaba una carpeta bajo el brazo.
No tenía permitido estar ahí. Nadie lo tenía.
Eleanor frunció el ceño. Lo siguió con disimulo. Pero Nolan dobló por el pasillo de los pabellones cerrados y desapareció.
Más tarde, en su habitación, Eleanor escribió una nota mental que nunca antes había escrito: Nolan no es lo que parece.
Y lo peor es que no sabía si eso la preocupaba… o si empezaba a tener sentido.
En otro rincón de Elysianek, Laziel estaba en la sala de correspondencias privadas, una especie de salón con compartimentos insonorizados para llamadas de voz mágica. Era un privilegio reservado a algunos.
Mientras esperaba su turno, el cubículo contiguo tenía un hechizo de aislamiento dañado. Algo fallaba. Y lo que debía ser un murmullo quedó al descubierto:
—…asegúrate de que Theodora no lo descubra aún. No hasta que yo diga.
Era una voz masculina. Fría. Inteligente. Y definitivamente no pertenecía a un estudiante común.
Laziel se tensó.
No podía identificar al hablante.
Pero el nombre Theodora le heló la sangre.
Cuando entró en su propio cubículo, ya no hizo su llamada.
Solo se quedó allí dentro, pensando.
¿Qué no debía descubrir ella?
¿Y por qué alguien lo decía así?
Y mientras todo eso se enredaba, Caleb apoyaba la cabeza en el hombro de Nolan en uno de los bancos de la biblioteca cerrada. El mundo era cálido, tierno. Casi real.
Y Blake, solo en su habitación, pensaba en lo que se sentía ser reemplazado antes siquiera de saber que competías.