Boarding School for Princes (internado para príncipes)

CAPÍTULO 12. Cosas Que No Pueden Ser Contadas.

Laziel no era desconfiado por naturaleza. Pero tampoco era ingenuo. Algo en la llamada del cubículo le había dejado una espina clavada. Una espina con nombre.

Theodora.

Y ahora, mientras el resto del alumnado de Elysianek se entretenía con ensayos, cenas y paseos vigilados, él caminaba con pasos silenciosos hacia la oficina de los registros internos, donde los historiales de ingreso estaban guardados bajo llaves arcanas.

Tenía acceso limitado, pero conocía a quienes tenían más.

—Solo busco una verificación —le dijo a un amigo suyo de tercera clase—. Un par de nombres de la sección D.

—¿Sospecha de algo?

—Solo soy curioso, pero puede —respondió Laziel con una sonrisa pulida.

Nolan, pensó mientras recibía la carpeta.
No tenía apellido real. Su admisión no estaba sellada por ningún reino. Había una firma: un noble de media clase desaparecido hace meses. El pago había sido hecho en lingotes. Lingotes que, según una nota lateral, habían sido denunciados como robados antes de llegar a Elysianek.

Y sin embargo… ahí estaba Nolan. Con pase completo, habitación propia, privilegios.

Todo demasiado limpio… para ser real.

Laziel cerró la carpeta lentamente, como si esa acción pesara.

No iba a decir nada. No aún.

Más tarde, mientras caminaba por los jardines con la carpeta oculta en su capa, se topó con Theodora, que lo miró con una ceja arqueada.

—Has estado distante —le dijo, sin rodeos.

Laziel la miró, y por primera vez en días, no sonrió.

—Hay cosas que no puedo contarte. Aún.

Theodora frunció el ceño.

—¿Tiene nombre?

—¿Qué?

—La chica. O el chico. O lo que sea que te tiene tan metido en papeles y evitando mirarme.

Laziel soltó una risa baja, pero sin humor.

—No es lo que piensas.

—Pues entonces dímelo. Porque empiezo a creer que te estás metiendo con alguien que no me agrada.

Se miraron por unos segundos. Y Laziel, por primera vez, no supo qué decir.

No podía decirle que estaba intentando protegerla.

Porque aún no sabía de qué.

En el otro extremo del internado, Blake miraba por la ventana de su habitación. Llevaba casi una hora sin moverse.
Las hojas caían como promesas rotas sobre los caminos de piedra.
Los estudiantes pasaban riendo. El mundo seguía.

Y él… seguía siendo invisible para quienes alguna vez lo vieron por completo.

No era rencor lo que sentía.
Era algo peor: la sensación de que tal vez nunca lo quisieron tanto como él quiso.

Se levantó con esfuerzo. Tomó su cuaderno de notas. Lo abrió en una página en blanco.

Y no escribió nada.

Porque lo que sentía no cabía en palabras todavía.

Mientras tanto, en la habitación del ala C, Caleb preparaba una pequeña bandeja de dulces y bebida de frutos rojos. Nervioso, como si estuviera a punto de presentarse ante un jurado.

Nolan llegó cinco minutos después. Con el cabello algo revuelto y una sonrisa suave.

—¿No ibas a proyectar algo? —preguntó, quitándose la chaqueta y dejándola sobre la silla.

—Ya está listo —dijo Caleb, con el control en mano.

La película empezó. Una historia de un chico y una chica, huyendo de sus familias para poder estar juntos. No se miraron mucho al principio. Solo veían la pantalla. Pero poco a poco, las manos se buscaron en el espacio entre ellos.

Y finalmente, se entrelazaron.
No hubo confesión.

Pero la cercanía era tan densa que parecía otro cuerpo entre ellos.

—¿Estás bien? —susurró Nolan.

—Sí. Ahora sí —respondió Caleb, casi sin voz.

Y aunque Nolan sonreía, en el fondo de sus ojos había algo más.
Una sombra que no se iba.
Una duda que ni siquiera él podía nombrar.

Mientras la película seguía, mientras Caleb apoyaba su cabeza en el hombro de Nolan, en otro ala del internado, Laziel guardaba la carpeta bajo una tabla suelta de su habitación.
Y Theodora se acostaba sin decir buenas noches a nadie.

Blake cerraba los ojos con el pecho apretado, preguntándose si seguir siendo bueno realmente valía algo.




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