Boarding School for Princes (internado para príncipes)

CAPÍTULO 15. Voces Bajo la Superficie.

El cielo sobre Elysianek era de un gris profundo, como si se tratara de una advertencia sin palabras. El internado parecía más silencioso de lo habitual, como si respirara en contención, aguantando el aliento antes de un derrumbe.

Theodora caminaba por el pasillo central de mármol blanco, su mente como una espiral de nombres, gestos ocultos y páginas robadas.
No podía seguir ignorando lo que había visto.
No podía seguir pretendiendo que Eleanor era solo víctima de sus decisiones.

La encontró en la sala de té del invernadero, rodeada de vapores de menta y flores silvestres.
Eleanor la miró cuando entró. No sonrió.

—Pensé que ibas a evitarme para siempre —dijo con voz seca.

Theodora se quedó de pie. No se sentó.

—¿Qué estabas buscando anoche en la biblioteca?

Eleanor entrecerró los ojos, su postura perfecta, el gesto intacto.

—Libros. ¿O se ha vuelto eso ilegal ahora?

—No juegues conmigo.

Eleanor dejó la taza sobre el platillo con más fuerza de la necesaria.

—¿Y tú? ¿Desde cuándo te importa tanto lo que yo hago, cuando ni siquiera me preguntaste cómo estoy desde que terminamos?

Theodora tragó saliva.

—No estamos hablando de eso.

—¿No? Yo creo que sí. Porque si creyeras en mí, ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación.

Se hizo un silencio breve y tenso.

—¿Y si no puedo creer en ti? —preguntó Theodora al fin—. ¿Y si lo que vi anoche me mostró que tal vez nunca te conocí del todo?

Los ojos de Eleanor se oscurecieron. Por primera vez, el barniz se resquebrajó.

—Entonces no me mires como si quisieras seguir haciéndolo —susurró.

Y se fue, dejando la taza a medio terminar y una pregunta flotando en el aire.

Blake caminaba solo por los jardines del ala oeste. Era un espacio raramente transitado, lleno de esculturas antiguas y setos cortados con precisión militar. El lugar perfecto para no ser visto.

Desde la última vez que había visto a Caleb, no había intentado acercarse.
Ni una palabra. Ni una excusa.
Y no era orgullo.
Era miedo. A no ser suficiente. A estar verdaderamente solo.

Se detuvo junto a una fuente vacía. Cerró los ojos. Sintió el viento helado en la nuca.
Y entonces, una voz sonó a su lado:

—No todos los que están solos han sido dejados. A veces simplemente despertaron antes.

Abrió los ojos.
Frente a él, con las manos en los bolsillos de un abrigo largo negro, estaba Kaito.

Su mirada era imposible de leer. Su presencia, suave pero tensa.

—¿Y tú qué sabes de eso? —preguntó Blake, a la defensiva.

Kaito lo observó, como quien evalúa un mineral aún sin pulir.

—Sé que hay muchas formas de ser traicionado. Algunas con un beso. Otras con silencio. Pero tú ya sabes eso, ¿no?

Blake apretó los puños. Kaito dio un paso más cerca.

—Te han dejado de lado, Blake. Incluso quienes juraron protegerte. Te has partido en dos… y nadie lo ha notado. No porque seas invisible… sino porque has sido demasiado noble para gritar.

Blake lo miró, sin saber si estaba siendo consolado o analizado.

—¿Qué quieres de mí?

Kaito sonrió apenas.

—Únete a mí grupo. Harrison, Deus, Erkan y yo. Solo te ofrezco eso. Que recuerdes quién eras, que puedas tener tu venganza.

Y se marchó, sin esperar respuesta.

Blake se quedó ahí, solo con el eco de aquellas palabras, con una parte de sí misma que empezaba a despertar… y a cuestionar.

¿Que pasaba si se unía?

Quería vengarse, pero sabía que no les iba a parecer bien a Harrison, Deus y Erkan.

Entonces, miro hacia el frente.

Lo hará.

En los pasillos subterráneos, Deus y Erkan revisaban una pequeña caja de cristal negra. Dentro, unas runas marcadas con fuego giraban lentamente.

—Kaito me ha contado algo... Le ha dicho a Blake que se una a nosotros —dijo Erkan, leyendo su móvil y a la vez viendo la expresión en las caras de sus "amigos"—. No sabe si realmente cederá, pero cree que lo ha convencido.

—No hace falta que ceda —respondió Deus algo molesto ¿Qué hará? ¿Va a pintar mariposas en un cuadro? No sé de qué nos va a servir.

Erkan sonrió.

—Ya lo veremos.

—Eso espero.

—¿Y Theodora?

—Está ocupada con su pequeña cruzada moral. No nos preocupa… aún.

Esa noche, Laziel encontró a Theodora en la sala de piano, sin tocarlo. Solo sentada, mirando las teclas.

—¿Qué pasó?

Ella no respondió al principio. Luego:

—Me dijo que no la conozco. Y por primera vez… sentí que tenía razón.

Laziel se sentó a su lado. Ambos miraron las teclas blancas y negras. Un lenguaje sin voz, pero lleno de verdad.

—Entonces tal vez… debamos descubrir juntos quién es.

—¿Y si no me gusta lo que encuentre?

—Entonces… al menos lo sabrás.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.