En los pasillos superiores del ala norte, Eleanor caminaba con la gracia de siempre, sus libros sujetos entre sus brazos, su sonrisa lista para mostrarse a quien pasara.
Era perfecta. Casi demasiado perfecta.
Pero bajo esa fachada, cada palabra que oía, cada conversación, cada gesto era analizado y archivado.
Ya no había inocencia en sus actos. Solo estrategia.
En la biblioteca, saludó a Caleb como si nada. Se inclinó con dulzura, preguntó si había visto a Nolan, incluso hizo un comentario elogioso sobre él.
—Es un encanto, ¿no? —dijo con sonrisa.
Caleb se rio, algo nervioso, y asintió.
—Sí… lo es.
Eleanor fingió asentir, pero cuando se dio la vuelta, sus ojos no sonreían.
Mientras tanto, en los niveles más sombríos de Elysianek, en una sala cubierta por tapices antiguos y olor a incienso, Blake caminaba por primera vez hacia un lugar del que todos le habían advertido.
La Cámara de Piedra, como la llamaban algunos.
Ahí dentro, Deus, Harrison y Erkan lo esperaban, sentados en círculo frente a una chimenea encendida.
Lo miraron como si lo hubieran estado esperando desde siempre.
—¿Vienes solo? —preguntó Deus, su voz tranquila, sin inflexión.
—Sí.
—¿Y por voluntad propia?
—No tengo otra —dijo Blake.
Erkan rió suavemente.
—Tienes agallas, por lo menos. Eso ya es más de lo que esperaba.
—No lo hemos invitado, Deus —intervino Harrison con tono de advertencia.
Deus alzó la mano.
—Tampoco lo hemos rechazado.
Hubo silencio. Blake no se movió.
Entonces alguien emergió de las sombras.
—Bienvenido, Blake.
Era Kaito.
Vestía de negro, como siempre, y no parecía sorprendido en lo más mínimo de verlo allí.
—Tú también eres parte de esto... Por eso me dijiste que me uniera a ellos tres y a tí —intentó decir correctamente Blake, sin ocultar su sorpresa.
Kaito sonrió con suavidad.
—Eso es correcto. También desde antes que muchos aquí supieran por qué estaban. Yo ya sabía.
Blake los miró a todos. Cada uno tan distinto, pero unidos por algo que aún no podía entender.
—¿Qué es esto?
—No somos enemigos —dijo Deus—. Somos… realistas. Vemos lo que otros ignoran. Nos preparamos.
—¿Prepararse para qué?
Erkan se apoyó hacia adelante.
—Para que el castillo se caiga. Porque caerá. Y cuando lo haga, los que hayan apostado ciegamente por la bondad… se hundirán con él.
Blake apretó los dientes.
—¿Y qué tiene eso que ver conmigo?
Fue Kaito quien respondió, acercándose.
—Tienes un amigo, ¿no? Caleb.
—Sí.
—Y ese chico, Nolan… está cerca de él.
—¿Y qué con eso?
Kaito lo miró con intensidad.
—¿Sabes de dónde viene Nolan? ¿Has visto sus registros? ¿Sabes siquiera si es quien dice ser?
Blake no respondió.
Kaito dio media vuelta, cogió un pequeño expediente y lo deslizó sobre la mesa.
—No necesitas creer en nosotros. Solo necesitas mirar.
Blake dudó. Miró el documento sin tocarlo.
—¿Por qué me lo muestran?
—Porque aún puedes decidir —dijo Deus—. No eres como los otros. Eres más útil cuando entiendes la verdad.
Blake sintió un nudo en el estómago.
Si lo abría, se rompería algo.
Pero si no lo hacía… ¿sería responsable si algo le ocurría a Caleb?
—¿Qué quieren de mí? —preguntó al final.
—Solo que observes —dijo Harrison—. Y elijas cuándo actuar. Entonces, ¿Estás con nosotros, o contra nosotros?
—Con vosotros.
Esa noche, Blake no habló con nadie.
El expediente cerrado descansaba en su escritorio, como una promesa rota aún sin abrir.
Estaba decidido a abrirlo, pero estaba nervioso por lo que se encontraría.
En su mente, una pregunta se repetía:
¿Quién demonios es Nolan?
Y, aún peor: ¿Y si ya es demasiado tarde para advertir a Caleb?