Esa noche, Blake fue citado nuevamente.
Pero esta vez no fue en la Cámara de Piedra.
Fue en uno de los antiguos salones olvidados, con paredes cubiertas por retratos de fundadores de Elysianek. Silenciosos. Observadores.
Kaito fue el primero en llegar. Llevaba una vela.
—Hoy escucharemos algo que no todos deberían oír —dijo, colocándola en el centro.
Deus, Harrison y Erkan entraron después. Y finalmente, Blake.
Sobre la mesa, Kaito dejó un antiguo proyector.
—Este audio fue interceptado hace dos años. Nunca debió existir.
El silencio se volvió una forma de presión.
La grabación empezó.
Una voz. Femenina. Joven. Inestable...:
—“…Si descubren lo de Selith, no nos protegerán. Ni siquiera tú, Eldren. ¿Y qué hacemos con Aurelia? Está rompiéndose…”
La grabación se detuvo. Silencio.
—¿Eso… es real? —murmuró Blake.
—Demasiado —dijo Deus.
—¿De dónde salió?
Kaito miró a Harrison.
—De los mismos archivos que contenían información sobre Nolan.
Blake se quedó en silencio.
—Estás dentro ahora —dijo Erkan con tono casi divertido—. ¿Estás listo para llevarlo hasta el final?
—Sí.
En una sala de práctica musical cerrada, Theodora y Laziel seguían con sus notas.
Empezaban a notar un patrón.
Cada uno de los tres nombres tenía letras coincidentes con pasadizos ocultos dentro del internado.
Pasillos marcados solo en planos antiguos.
—¿Y si esto no solo es sobre personas desaparecidas? —dijo Laziel, inquieto—. ¿Y si estamos sobre un código que no debió sobrevivir?
Theodora miró un papel específico. Uno con una mancha antigua.
—Selith… se parece demasiado al nombre de aquella torre cerrada. La que nadie usa desde hace años.
—Y también está al lado de la sala donde vimos a Kaito la primera vez.
—Hay algo debajo de todo esto. Y no estoy seguro de que debamos seguir cavando.
Theodora lo miró con firmeza.
—Entonces yo sí lo haré.