El día amaneció sin nubes, algo en el aire pesaba como tormenta.
Caleb revisaba su estantería por cuarta vez. Tiró la manta del sillón, abrió el cajón oculto en su escritorio, revisó el forro de su abrigo, el doblez de su bufanda, incluso el fondo de su mochila.
Nada.
La llave había desaparecido.
Se apoyó en la pared, el corazón golpeando tan fuerte que le dolía el pecho. Esa pequeña llave dorada que había llevado colgando durante años, con la marca extraña en espiral y la letra "S" fundida en su extremo… ya no estaba.
Y él sabía quién la había tomado.
Pero no podía asumirlo aún. No podía imaginar que Nolan… Nolan, con quien había compartido risas, silencios, y un beso tembloroso, lo hubiera engañado.
Se hundió en su cama, las manos en la cabeza. No quería llorar. Pero lo hizo.
No supo cómo, pero minutos después, corrió a buscar a Blake.
Quizá porque había sido el único que lo había mirado de forma sincera antes.
Porque dolía menos con él cerca.
Lo encontró cerca de los jardines cerrados, hablando con Erkan y Deus. Al verlo, los dos se retiraron discretamente.
Blake se volvió, con un gesto de confusión. Caleb venía con los ojos enrojecidos, la respiración rota.
—¿Caleb?
Caleb no dijo nada al principio. Solo se acercó, temblando, y sin previo aviso, lo abrazó con fuerza.
Blake sintió cómo el cuerpo del otro se quebraba contra él, temblando, aferrándose.
—Se la llevó… —susurró Caleb, casi sin voz—. Nolan… él… me la quitó. No está. La llave. No la tengo.
Blake lo sostuvo, los brazos en tensión. El olor familiar de Caleb, el sonido de su voz desesperada… todo eso lo arrastró de nuevo a lo que había intentado enterrar.
—Ya, tranquilo —murmuró, acariciándole el cabello—. Estoy aquí.
—No sé qué hacer, Blake. Me siento tan estúpido... No debí de confiar en él, ¿Verdad?
Blake asintió.
—No debiste, pero tampoco debes de llamarte estúpido. Él… no es quien dice ser.
Caleb lo miró, asombrado.
—¿Tú lo sabías?
—Solo algunas cosas. No podía decírtelo sin pruebas. Temía que me fueras a culpar y después no volvería a saber más nada de tí.
—No... pero por favor, ayúdame —pidió Caleb, con lágrimas—. No puedo con esto solo.
—Te juro que no te dejaré caer.
Sus manos aún se rozaban cuando Caleb bajó la mirada, y por un segundo, el mundo se contuvo en silencio.
Mientras tanto, en la torre oeste, Theodora hojeaba viejos archivos junto a Laziel cuando algo se iluminó en su mente.
—¡Aquí! —dijo, golpeando una nota.
Era un registro de llaves antiguas, herencias selladas a estudiantes por línea sanguínea o méritos reales.
—Caleb tenía una. Se la dio su abuelo cuando ingresó. Dijo que no abría nada. Que solo era simbólica.
Laziel frunció el ceño.
—¿Y si no era simbólica? ¿Y si era una de las llaves fundadoras?
—Nolan se la llevó —susurró Theodora, mordiéndose el labio— Caleb no tiene idea de qué acaba de perder.
—¿Como sabes que se la llevó?
—Blake me ha llamado y me lo ha contado, me dijo que tramáramos un plan para conseguirla.
En una sala subterránea, Kaito observaba los planos extendidos sobre una mesa circular. Deus, Harrison y Erkan estaban presentes, decidieron incluir a Theodora y a Laziel ahora que sabían algo, pero guardaban silencio.
—Se confirma —dijo Kaito—. Caleb tenía una de las llaves. Y Nolan la tiene ahora.
—¿Abrirá el archivo? —preguntó Harrison.
—No lo creo aún —respondió Kaito—. Pero si Nolan logra acceder al núcleo del Ala Sellada, lo perderemos todo. Incluida la ventaja.
—¿Qué haremos con Caleb? —dijo Erkan.
Kaito sonrió apenas.
—Ya no se trata de Caleb. Se trata de lo que Nolan va a hacer con lo que le robó.
—Entonces hay que quitársela —dijo Laziel.
—No sabemos si se la va a dar a alguien, hay que conseguirla antes. Bien, este es el plan.
Entonces todos atendieron bien y asintieron, aceptando el plan de Kaito.
Ese atardecer, Blake y Caleb caminaron juntos hasta el ala central, más cerca que en mucho tiempo.
No dijeron mucho.
Pero en el silencio que compartieron, hubo una promesa nueva.
Y una herida que empezaba, muy lentamente, a sanar.