El aire en Elysianek estaba más denso que de costumbre.
No era solo por la lluvia constante de esa semana, sino por las miradas que ya no se cruzaban, por los pasos sigilosos que recorrían los pasillos en plena noche, por los secretos que se comenzaban a pudrir en rincones oscuros.
Y en uno de esos pasillos, Blake caminaba junto a Kaito, sus dedos rozando la empuñadura de una pequeña herramienta para desmontar cerraduras.
—¿Estás seguro de que está aquí? —preguntó Blake en voz baja.
—No en este exacto sitio —dijo Kaito—. Pero sabemos que no la lleva consigo. El archivo antiguo menciona que cada habitación en Elysianek fue construida con un compartimento oculto. Diferente en cada una.
Lo único que tenemos que hacer… es encontrarlo.
Detrás de ellos, Deus y Erkan se encargaban de mantener el corredor despejado. Harrison supervisaba la seguridad, siempre con una libreta en mano.
El cuarto de Nolan estaba vacío esa noche. O eso parecía.
Al ingresar, Kaito inspeccionó los bordes de las paredes, golpeando con los nudillos. Blake, más tembloroso, se acercó al espejo.
Un clic casi imperceptible.
El borde vibró ligeramente.
—Aquí —dijo Blake.
Con un movimiento certero, Kaito extrajo un gancho del interior de su chaqueta y trabajó la esquina. Poco a poco, la madera tallada cedió hasta que se abrió un pequeño compartimento.
Vacío.
Solo el leve aroma metálico de algo que había estado allí.
Pero ya no estaba.
—Maldito… —murmuró Erkan—. Se nos adelantó.
—Eso significa que sabe que lo seguimos —dijo Harrison, pensativo.
—No importa —respondió Kaito—. Si lo cambió de sitio, volverá a recogerlo. Solo tenemos que… esperar.
Al otro lado del castillo, Theodora estaba lista.
Cerró su libreta con fuerza y la colocó sobre la mesa frente a Laziel, Arden (una amiga de confianza), y Illya (un alumno silencioso pero de inteligencia aguda).
—Es momento de saberlo todo —dijo.
Laziel alzó una ceja, pero no interrumpió.
Theodora abrió su cuaderno. Cada página estaba repleta de notas, fechas, nombres entrelazados con líneas rojas.
—Nolan no pertenece aquí. Todo lo que dijo sobre su linaje… está lleno de huecos. No tiene escudo. No tiene registros. El nombre real de su familia no figura en el sistema.
—¿Y qué hay de la llave? —preguntó Illya.
—Lo más probable es que una de las tres llaves esté con él. Las otras dos… aún no están claras. Pero hay algo más.
Pasó la página y reveló un viejo trozo de pergamino quemado.
—¿Reconocen estos nombres? Theodora, Eleanor y Caleb.
Todos guardaron silencio.
—Ese papel fue encontrado cerca del ala quemada. No fue dejado al azar. Alguien nos observa. Alguien nos está atando a todo esto.
Laziel tragó saliva.
—¿Crees que hay más personas involucradas?
—Estoy segura —afirmó Theodora—. Y no todos son alumnos.
Esa noche, mientras los ecos del trueno retumbaban por las vidrieras, Caleb caminó sin rumbo por los jardines húmedos, la mente hecha un nudo.
Desde que Nolan le había quitado la pequeña llave, él se había sentido extraño.
Menos… libre.
Lo buscaba, y Nolan respondía con sonrisas vacías, toques breves, silencios largos.
Algo estaba mal.
Al dar la vuelta en una de las glorietas, vio a Blake solo, bajo un arco cubierto de hojas mojadas.
La mirada baja. Las manos juntas.
Se detuvo.
—Blake —dijo en voz baja.
El otro alzó la vista. Sus ojos aún tenían rastros del Blake antiguo, el cálido. El sincero. Pero también había otra cosa: oscuridad.
Y tristeza.
—¿Estás bien? —preguntó Blake.
Caleb dudó. Luego caminó hasta él y lo abrazó sin aviso.
Blake no supo cómo responder al principio. Pero luego… cerró los brazos alrededor de él.
Firmemente.
—Lo siento —susurró Caleb—. No sabía a quién más acudir.
Blake no dijo nada.
Solo sostuvo a Caleb por más tiempo del necesario, y sintió cómo su corazón latía más fuerte que en mucho tiempo.
Y por primera vez en semanas, no se sintió solo.