La sala de ensayo, habitualmente cerrada, estaba iluminada por luces bajas y el humo de una vela ceremonial. Reunidos en un círculo estaban Erkan, Deus, Harrison, Blake, y Kaito. La tensión era evidente, pero todos sabían que ya no podían andar solos.
Blake fue el primero en hablar.
—Theodora y Laziel, han aceptado en que quieren ayudarnos.
Deus levantó una ceja.
—¿Confiaremos en ellos?
—Lo intentaremos —respondió Blake—. Al menos confían en mí. Y saben cosas. Cosas que podrían salvar a Caleb.
Kaito sonrió levemente, como si ya hubiera previsto ese movimiento. No dijo nada.
Un minuto después, la puerta se abrió. Theodora entró, seguida de Laziel. La sala pareció contener el aliento.
—Sabemos que ustedes no juegan limpio —dijo ella, sin rodeos—. Pero también sabemos que esto va más allá de alianzas cómodas. Si Kaito está metido, necesitamos saberlo todo.
Kaito, calmado, levantó las manos.
—No soy el enemigo que creen. Soy el que puede ayudarlos a ganar.
Laziel, que traía consigo documentos marcados con los nombres Kaito, Nolan, y símbolos antiguos, los dejó sobre la mesa.
—Este mapa indica más de un escondrijo. Nolan no actúa solo. Y si lo que sospechamos es cierto, ni siquiera él sabe a quién está obedeciendo.
Harrison, que hasta ahora había permanecido en silencio, rompió el momento.
—¿Y qué sugieren?
Theodora miró a Blake, luego a todos.
—Que unamos fuerzas. Solo hasta saber la verdad. Después, cada uno tomará su camino.
Nadie habló por varios segundos. Finalmente, Deus asintió.
—Bien. Pero una advertencia: si alguien juega doble...
—Lo sabremos —interrumpió Kaito.
Mientras tanto, Nolan miraba el reflejo de su rostro en la ventana de su habitación. Pensativo. No dejaba de pensar en que sabía que en su momento Caleb lo amó. Pero él no. Estaba claro que lo usó. Tenía pensado estar con Blake, pero cuando vió la llave, inmediatamente prefirió estar con Caleb, hasta que la obtuviera.
Bajo su almohada, mantenía algo oculto. Una carta con símbolos y órdenes. Fría. Exigente.
Su mirada se endureció.
—No me rendiré. Aunque me odien.
Eleanor, en la torre sur, observaba las luces del internado. Pensaba en Theodora. En lo que arruinaron. En lo que podrían haber sido.
Sacó de su abrigo la carta que Theodora nunca respondió. Su puño la apretó hasta arrugarla por completo.
En lo profundo de los túneles antiguos de Elysianek, una figura encapuchada colocaba marcas sobre las piedras. Un patrón, un símbolo.
Uno que estaba a punto de reactivarse.
La llave... era solo el inicio.
Y todos lo sabían.