Boarding School for Princes (internado para príncipes)

CAPÍTULO 31. Ecos del Nombre Perdido.

El silencio posterior al destello era irreal. La caverna, tan viva minutos antes, parecía ahora detenida en el tiempo. Los cristales titilaban con menos intensidad, y en el centro, el cuerpo de Ian Ralvek yacía aún inmóvil.

Todos lo rodeaban: Caleb, Blake, Theodora, Laziel, Eleanor, Erkan, Harrison, Deus… incluso Kaito estaba presente, observando con los ojos entornados, el rostro tan imperturbable como siempre, pero sus manos tensas, los dedos crispados.

El aire era pesado. Cada uno sentía la misma mezcla: ansiedad, vértigo, urgencia.

Ian abrió los ojos.

Al principio vacíos, como si hubieran olvidado el mundo. Luego enfocados, tajantes, antiguos. Se incorporó con torpeza. No miró a ninguno directamente. Miró la esfera… o el lugar donde esta había estado.

—¿Qué día es? —fue lo primero que dijo.

Un zumbido recorrió la caverna. La voz, aunque débil, tenía autoridad.

—¿Quién eres realmente? —preguntó Theodora, rompiendo el momento. Su tono era claro, inquisitivo.

—¿Qué eres? —corrigió Kaito sin moverse.

Ian bajó la mirada. El escudo de su cuello brilló débilmente con un símbolo ahora visible del todo: Ralvek.

—Soy lo que quedó del pacto. Lo que no debía ser recordado.

Blake frunció el ceño.

—Eso no dice nada. ¿Qué hacías aquí?

Ian giró lentamente hacia él. Aunque parecía joven, su mirada era la de alguien que había visto siglos pasar.

—Dormía. Esperaba. Hasta que los portadores llegaran con las llaves. No todos debían abrir la puerta. Solo aquellos que cargaran la marca del error.

—¿Qué error? —dijo Caleb, que dio un paso al frente.

Ian le miró por primera vez. Y lo reconoció.

—Tu sangre... no es solo de este tiempo.

Una oleada de confusión recorrió al grupo.

—¿Qué significa eso? —preguntó Laziel.

—Significa que algunos de ustedes no deberían estar aquí —murmuró Ian, con una especie de tristeza—. Y sin embargo, lo están. Porque el mundo ya no se sostiene sobre sus reglas originales.

Eleanor cruzó los brazos, con expresión fría.

—¿Qué era la esfera? ¿Y por qué sentimos todo eso?

—La esfera no era un objeto. Era un vestigio. Un fragmento de un recuerdo colectivo sellado por generaciones. Aquello que los reinos querían enterrar. Y ustedes… lo liberaron.

Kaito finalmente dio un paso adelante, sus ojos fijos como cuchillas.

—¿Qué tipo de “recuerdo”?

Ian respiró hondo, y por un momento parecía más cansado que despierto.

—La guerra original. La verdadera. La que destruyó a las casas fundadoras. No las que aparecen en los libros… sino las que dieron inicio a los linajes que ustedes ahora heredan.

Un murmullo se extendió entre los presentes. Harrison se inclinó hacia Deus con un gesto de confusión. Erkan ya tenía su daga medio desenfundada.

—¿Por qué fuiste sellado tú con ese recuerdo? —preguntó Theodora con la voz tensa.

Ian clavó su mirada en ella.

—Porque yo fui el que negó el pacto. Y el castigo fue la inmortalidad entre paredes sin tiempo.

Un escalofrío recorrió a todos.

Blake apretó la mandíbula.

—¿Qué pasará ahora que estás despierto?

Ian se quedó en silencio largo rato. Luego miró hacia el cielo invisible sobre la cúpula de piedra.

—El otro también lo sabrá. Lo sentirá. Y vendrá.

—¿El otro? —repitió Caleb.

Ian giró lentamente hacia él. Esta vez su expresión no era ni sabia ni dolida. Era fría.

—El que fue como yo. El que también rompió el ciclo. Pero él no fue castigado. Él fue coronado.

El nombre quedó flotando en el aire.

Nolan.

Kaito cerró los ojos. No parecía sorprendido.

—Sabía que había otro.

Ian asintió.

—Y saben que no puede haber dos despertares.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Eleanor, de forma casi automática.

—Uno de nosotros debe desaparecer… para que los recuerdos no se corrompan.

Una oleada de miedo cruzó el ambiente.

Caleb apretó los puños.

—¿Y si no lo permitimos?

Ian lo miró una vez más.

—Entonces… Elysianek caerá.

El grupo quedó en silencio. Ya no era solo una búsqueda, ni un juego de traiciones entre pasillos.

Ahora era una decisión de legado, de historia, de supervivencia.

Todos los caminos habían llevado hasta ahí. Y todos sabían lo que venía.

La próxima elección no sería entre el bien y el mal.

Sería entre verdades incompatibles.




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