El amanecer cayó como una herida mal cerrada sobre los tejados de Elysianek.
La calma del exterior contrastaba con la tormenta que rugía por dentro. Las paredes susurraban, los relojes se detenían, y los estudiantes comenzaban a notar que algo había cambiado. Las puertas crujían diferente, los espejos devolvían reflejos incompletos. Los símbolos antiguos en la arquitectura brillaban con tenues latidos de energía.
La academia despertaba con ellos.
En una sala apartada, Nolan abrió los ojos de golpe. No estaba dormido, pero lo había sentido.
Un escalofrío recorrió su columna. No necesitaba preguntar. Sabía que Ian había despertado. Supo que su tiempo de ocultarse había terminado.
—Maldita llave... —susurró, de pie frente a un muro cubierto de notas. Planos, árboles genealógicos, transcripciones de profecías antiguas.
Tomó un cuchillo de obsidiana y lo clavó en uno de los nombres del pergamino.
Ian Ralvek.
—Entonces… tú también despertaste.
Theodora y Laziel, junto a Blake, habían regresado al archivo común del grupo. Los seis, incluyendo a Caleb, Eleanor, Kaito, Harrison, Erkan y Deus, compartían ahora el mismo objetivo: anticipar el siguiente movimiento de Nolan.
—No es solo un traidor —dijo Theodora, señalando las anotaciones cruzadas de Laziel—. Es un heredero. Uno de los dos únicos descendientes directos de la Orden Fracturada.
—¿Qué es eso? —preguntó Caleb.
Kaito fue quien respondió.
—La Orden fue el último grupo que sobrevivió antes del reinicio de los linajes. Todos sus miembros hicieron un pacto para borrar su existencia del mundo... excepto dos. Uno fue Ian.
—Y el otro —añadió Erkan, cruzando los brazos— es... Nolan.
Deus chasqueó la lengua.
—Y uno de los dos tiene que morir para sellar la balanza.
Caleb tragó saliva.
—No. Tiene que haber otra forma.
—¿Otra forma de qué? —interrumpió Eleanor desde un rincón—. ¿De perdonar a alguien que ya te traicionó, que robó tu llave, que te usó?
Su voz no era cruel, era simplemente rota.
Todos quedaron en silencio.
En el centro del bosque antiguo que rodeaba la parte más vieja de Elysianek, Nolan se reunía con una figura encapuchada.
—Ya está despierto —dijo Nolan. La figura no contestó.
—¿Sabías que iba a despertar, verdad? —insistió. Y cuando no obtuvo respuesta, arrojó al suelo un sello de oro que se desintegró en polvo.
—No voy a correr. No otra vez.
El encapuchado finalmente habló. Su voz no era masculina ni femenina. Era… hueca.
—Entonces cumple con tu parte del pacto. O todo lo que hiciste habrá sido en vano.
Nolan bajó la cabeza.
—Caleb me creyó.
—¿Y lo haría si supiera que lo llevaste hasta allí para conseguir la llave?
Nolan cerró los puños.
—No todo es blanco o negro.
—Pero al final, siempre hay sangre —susurró la figura antes de desvanecerse en el aire, como niebla al sol.
Esa noche, Elysianek respiraba de forma distinta. Los faroles temblaban, los relojes se detenían, las torres proyectaban sombras que no correspondían a ningún cuerpo.
En la biblioteca principal, Laziel colocó sobre la mesa un nuevo fragmento de papel.
—Esto estaba dentro del diario de Ian. No lo había visto hasta ahora.
Theodora lo leyó en voz alta: "Si uno despierta, el otro recordará. Si ambos recuerdan, el pasado volverá. Si el pasado vuelve, todo lo construido caerá."
—Es una advertencia —dijo Harrison.
—No —corrigió Blake con un susurro tenso—. Es una cuenta regresiva.
Y esa noche, por primera vez en años, la torre más antigua del internado resonó con un sonido olvidado.
Un segundo sello... se había roto.