La tarde caía como un suspiro en Elysianek, y dentro del Relicario de Myras, el eco del pasado aún latía en las paredes. El grupo había abandonado el altar por un momento, para respirar, para pensar, para no romperse.
Caleb se sentó sobre un banco de piedra, el rostro pálido, cubierto de sudor. La herida de su pierna le dolía más de lo que quería admitir. Su respiración era irregular, y aunque trataba de parecer tranquilo, sus dedos temblaban.
Blake se arrodilló frente a él sin decir nada, sacando vendas, una pequeña botella de esencia cicatrizante, y un cuenco de agua. Su mirada era tranquila, centrada. Cuidada.
—Estás sangrando otra vez —dijo, sin regañarlo, con voz suave.
—Estoy bien —murmuró Caleb, aunque el temblor en su voz lo traicionaba.
Blake levantó la vista, buscando sus ojos.
—No tienes que fingir conmigo.
Hubo un silencio, uno de esos que no eran incómodos, sino llenos de palabras no dichas. Mientras Blake limpiaba la herida con delicadeza, Caleb lo observaba.
Las manos de Blake eran cálidas. Cuidadosas. No parecían las manos de alguien que había luchado, que había estado entre los enemigos, que había soportado tanto. Pero ahí estaban, curándolo.
—¿Por qué estás aquí, Blake? —preguntó Caleb al fin, en voz baja.
Blake detuvo sus manos. No respondió de inmediato.
—Porque no podía perderte otra vez. Porque todo esto... Nolan, el núcleo, los secretos... todo eso me importa menos que tú estés bien.
Caleb tragó saliva. Sus ojos se quedaron fijos en los de él.
Estaban tan cerca.
Demasiado cerca.
Blake terminó de vendarlo, pero no se movió. Sus dedos, sin darse cuenta, se habían quedado sobre la pierna de Caleb. Las respiraciones de ambos se ralentizaron. Sus rostros estaban a centímetros.
Caleb ladeó apenas el rostro. Sus labios, entreabiertos.
Blake también.
Y entonces…
—¡Chicos! ¡Tienen que venir ahora! —gritó Eleanor desde el umbral de piedra—. ¡El artefacto está reaccionando otra vez!
Ambos se separaron como si algo invisible los hubiese empujado.
Caleb se limpió la garganta. Blake se puso de pie de inmediato, mirando a otro lado. Avergonzado. Nervioso. Pero el momento, aunque interrumpido, ya había ocurrido.
Regresaron al altar.
El núcleo flotaba más bajo ahora, como si estuviera agotado.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Blake.
—Hemos hecho una especie de sincronización con los nombres que el artefacto reflejaba —explicó Theodora—. Pudo separar lo que era mentira y lo que era verdad. Lo que se construyó y lo que se ocultó. Lo que quedó grabado en la historia sin que nadie lo supiera.
—Una red de engaños desde antes de nosotros —añadió Luzian—. Y Nolan solo fue una pieza más.
El Nexus lanzó una última pulsación.
Una especie de onda luminosa
recorrió las paredes, y luego se estabilizó. Su núcleo central, que antes brillaba en un azul inestable, ahora palpitaba en un tono dorado más sereno.
Kaito dio un paso al frente.
—Se ha sellado. La parte más peligrosa... ya no puede salir.
—¿Qué parte? —preguntó Eleanor.
—La que nos hacía peones —dijo Ian—. La que manipulaba desde antes que Nolan siquiera supiera caminar.
Un silencio cayó sobre todos. La sala entera parecía respirar con ellos.
Era un paso adelante. El primero verdadero.